sábado, 25 de diciembre de 2010

25 de diciembre de 2010

A muchos otros les habrá pasado lo que a mí. Se acercaba la Navidad y los acontecimientos parecían desdecir la noche de paz. Primero, las tomas de tierras en Villa Soldati. Violencia, desidia, mezquindad, manipulación política, confusión mediática... La flagrante decadencia de un país, mi país. Luego, los desmanes en Estación Constitución y la sensación de una historia recurrente que no logra plasmar la sana convivencia. La constatación hasta el hartazgo de que el orden demócrático rige más en el papel que en los hechos, y que, mal que les pese a algunos, vivimos sumidos en una neodictadura: la fuerza prima sobre la razón. Dos ejemplos entre muchos otros que afectan a la vida nacional.


No sería honesto frenar allí. También las comunidades más reducidas sufren este anti-climax navideño. Lo digo de mi familia y lo digo de mí mismo. ¡Cuántas traiciones hacia Aquel que viene en Nombre del Señor! Todo parecía empañar la Navidad. Pero ¿era realmente así? De pronto entendí que, aunque ese razonamiento tenía su cuota de verdad, no era del todo cierto. Toda la mugre, toda la lacra del hombre no empañaba el misterio de la Navidad sino todo lo contrario... lo resaltaba. La Navidad no es del hombre sino de Dios. En medio de la noche y de la vergüenza de una humanidad que no logra escapar al lodazal, brilla con más fuerza el amor de Dios que se empeña en visitarnos. Qué desmesura. Qué locura la de Dios. En un mundo desquiciado donde la supervivencia nos lanza a la evasión -que las hay más y menos refinadas-, Jesús no toma distancia sino que visita. Se adentra. Arraiga. Nace.

"Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros". Habitó entre nosotros no como de paso, tampoco con privilegios. Plantó su tienda, armó su carpa. Gustó la fragilidad y se decidió por una fraternidad real. "En todo semejante a nostros, menos en el pecado" (Hb 4,15).

Ante el mutismo de la superficialidad, en el dolor abierto de las grandes preguntas, para los balbuceos de los confundidos, en medio del llanto sin consuelo y de la impotencia de los violentos... La Palabra se hizo carne. En ella está la vida y la vida es la luz de los hombres. Más que indignidad y tristeza sintamos hoy la alegría de sabernos elegidos así como somos. Necesitábamos al Salvador y Él se hizo presente. "Invoqué al Señor y me dio una respuesta".


***
Todo visita sin embargo, alcanza plenitud en la medida en que es acogida. Y acá sí que la Navidad nos reclama. Nuestra preparación puede haber sido desastrosa pero, una vez nacido, tenemos que hacerle lugar. Como con el buen ladrón... no se nos exige impecabilidad previa pero sí un instante de lucidez para dejarlo entrar. He aquí un segundo aspecto misterioso de la Navidad. Existe la posibilidad del rechazo. La débil luz de un niño tierno en la noche de Belén puede perecer a causa de nuestra indiferencia. Jesús viene inerme para que nadie le tema, para que todos se acerquen y se sientan animados al encuentro con Dios.

Pero el abuso de confianza puede arruinar las cosas. Misterio de un Dios desconcertante que entrega lo mejor de sí -su propio Hijo-, y corre el riesgo de no ser comprendido. Riesgo cierto que deviene muchas veces en diálogo truncado. Tres veces advierte el Prólogo de Juan sobre este misterio de inquidad que es el abroquelarse ante Dios. (¡Oh calamitosa modalidad piquetera que también Dios debe padecer!). "La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron... El mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron". Que la conciencia de esta fragilidad, de hecho vulnerada, nos lleve a un mayor amor del Señor y a una mayor delicadeza para con sus visitas.

***

La visita de Dios no es un mero gesto de buena voluntad. No es la simpática compañía del que simplemente está. Jesús viene para transformarnos y tiene con qué hacerlo. "A los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de ser hijos de Dios".

En la nochebuena solemos regalarnos cosas. Es una práctica que, hay que reconocerlo, tiene mucho de comercial. Sin embargo, en lo esencial expresa algo muy profundo. En cada regalo uno "se" regala. Y eso es la Navidad. Dios que se regala, que se brinda, que viene... en persona. Dios que no simplemente dice palabras sino que "se" dice, de modo definitivo, en Jesús. Así como nosotros intercambios paquetes, también en la Navidad se da un "admirable intercambio". El Hijo se hace hombre, para que los hombres seamos hijos. Dios desciende para que el hombre ascienda. Él comparte nuestra humanidad para que nosotros participemos de su divinidad. "El que tenga oídos para oir que oiga".

***

Hoy quiero tomarme en serio ese intercambio y pedir para todos una gracia especial. La pido para el mundo y los grandes líderes, la pido particularmente para la Argentina, pero también para los míos y para mi propia vida. Necesitamos recuperar la Palabra. Necesitamos volver a hablar ya que es lo más propio del hombre y aquello que nos asemeja a Dios. Estamos saturados de piquetes y mentiras, de tanta confusión premeditada y de los violentos estallidos, de las descalificaciones y las riñas decadentes. ¡Jesús enseñanos a hablar! Instaurá el sentido en nuestras relaciones. No una lógica fría y desencarnada, sino tu sentido cordial de Verbo del Padre que respira Amor. ¡Feliz Navidad!