lunes, 22 de octubre de 2018

Reaviva la gracia de Dios (2 Tim 1,6)




Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús les dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber
 el cáliz que Yo beberé y recibir el bautismo que Yo recibiré?»
Mc 10,37-38 (Domingo 21.X.2018)


Me veo impelido a quebrar mi letargo bloguero. Pues no pocos argentinos, católicos o no, se preguntan azorados por qué la Iglesia está asumiendo tanto protagonismo en la vida política del país. Intentaré ser breve.

Evitaré adrede usar nombres propios. Y adelanto que tampoco yo entiendo del todo lo que pasa.

Empezaría por recordar la enseñanza de Jesús: “Den al César lo que es del César; y a Dios lo que es de Dios” (Lc 20,25). El ámbito religioso debe respetar el espacio político en la misma medida en que desea que a él se lo respete. Una tentación constante es la de valerse de la lógica del mundo, que se mueve en términos de poder. Y ya se sabe que el poder no es sólo fuerza física, aunque también. Jesús, en cambio, tiene el estilo del cordero, que se ofrece sin exigir nada en cambio, sin segundas intenciones.

La Iglesia –quizás mejor, algunos obispos, que por definición la representan– no puede ignorar que con sus acciones da un mensaje. ¿Qué mensaje da cuando recibe de manera oficial, emitiendo incluso un comunicado, a un ciudadano no sólo acorralado por la justicia sino que se expresa abiertamente con modos patoteriles, cuando no mafiosos? Todos sabemos que Jesús comía con pecadores públicos, lo cual le valió mucha incomprensión. Pero, ¿es éste el caso? ¿Están los prelados involucrados buscando la conversión de estos cristianos? ¿Los reciben para anunciarles el Evangelio? ¿O para fortalecer su reclamo político-social-sindical? En el mejor de los casos, con suma indulgencia, podríamos hablar de una gran ingenuidad. La Iglesia o ha cedido o se ha dejado usar. Y en el medio la Misa y el Santuario Nacional de Luján. ¿Fueron a rezar o a hacer una demostración de fuerza?

El concilio Vaticano II enseñó muy claramente sobre la legítima autonomía de las realidades temporales (GS 36). Las instituciones tienen sus reglas, sus dinámicas, y es preciso no avasallarlas. Qué pena que los acontecimientos de la semana pasada, sumados a otros en los últimos tiempos, refuercen el paradigma de una Iglesia que se entiende a sí misma sentada a la mesa de las decisiones temporales. La Iglesia existe para el anuncio y el servicio. Su modo de influir es mediante la transformación de los corazones y las mentes. Por supuesto que el Evangelio debe traducirse en obras, en diálogos, en políticas… pero no le corresponde a la Iglesia influir indebidamente identificándose de una manera tan burda con un sector particular. Del mismo modo que la Iglesia no se identifica con ninguna filosofía en particular, tampoco se identifica con ninguna política, economía, partido o sindicato.

Por supuesto que habrá quienes busquen una justificación en el mandato evangélico de recibir a todos con misericordia. Estamos todos de acuerdo. Pero cuando el hecho se enrostra deja de ser un asunto religioso para ser un asunto de política crasa. Las alusiones al Papa Francisco no dan lugar a dudas sobre las intenciones de los protagonistas. Tuve ayer la oportunidad de escuchar por la radio a uno de los pocos sacerdotes que concelebró sobre el altar y su posicionamiento era netamente político, apenas barnizado por alguna idea evangélica. Pero resulta que a los pastores no les corresponde, amén de no estar preparados, opinar sobre temas tan complejos y discutibles sobre tal o cuál hoja de ruta económica. Sencillamente no les compete y además, repito, en la mayoría de los casos no cuentan con la pericia requerida para sentarse a hablar en serio. Y si se insiste en que no hubo intención de dar un respaldo sectorial, lo creo y lo acepto. Pero cuando la sociedad y muchos de los fieles entienden eso, habría que preguntarse con humildad si no hubo un error de cálculo.

Jesús vino para todos. La Iglesia sirve a todos. Por eso es bueno que extreme la prudencia para que todos se sientan incluidos en sus oraciones y en su solicitud pastoral.