martes, 1 de enero de 2019

La buena política está al servicio de la paz


Querido Cardenal Mario Aurelio Poli;
Queridos Obispos y presbíteros concelebrantes;
Estimados representantes de otras confesiones cristianas y cultos;
Distinguidas autoridades civiles;
Hermanos todos:



¡El Señor tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro sobre nosotros y nos conceda la paz!
Sal 67 (66), 2; Nm 6,26

Estamos celebrando la Navidad, el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios. La Iglesia dedica ocho días a esta solemnidad expresando así el desborde de este misterio. Desborde de amor de un Dios que se hace hombre a fin de rescatarnos del pecado y de la muerte. Desborde de sabiduría de ganarnos el corazón, no por la fuerza sino por la ternura de un niño que nace entre humildes pastores, en un oscuro pesebre de una insignificante aldea. Desborde de misericordia de no avergonzarse de nosotros, la obra de sus manos que con insólita desfachatez desprecia el cariño del Padre malgastando el precioso don de la libertad.

La octava culmina hoy con la contemplación de María, la Madre de Dios, la mujer que experimentó como nadie el exceso de la bondad divina. Con ella y como ella queremos conservar todas estas cosas meditándolas en nuestro corazón (Cf. Lc 2,19). Queremos entrar en el misterio de Jesús, que nos reconcilia con Dios y entre nosotros mismos (Cf. 2 Co 5,18-20). Por eso celebramos también hoy la Jornada mundial de la paz. En este marco de alegría los cristianos queremos unirnos a todos los hombres de buena voluntad en el compromiso por la paz, recordando especialmente la bienaventuranza que nos enseñó Jesús: “Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9).

Este año el Papa Francisco nos propone reflexionar sobre “la buena política” como servicio a la paz. Quizás no sea exagerado decir que en gran parte del mundo se percibe un desencanto de la política. Por eso el Papa no sólo invita a un examen de conciencia sino también a una valoración positiva de la función pública. Entendida rectamente, la política es vocación de servicio en la búsqueda del bien común. Política viene de polis, que significa ciudad; y en este sentido todos deberíamos ser políticos, ciudadanos comprometidos en los asuntos comunes. Es verdad que las autoridades tienen una responsabilidad mayor, y algún día deberán rendir cuentas del modo en que hayan ejercido sus cargos, pero también es verdad que existe una micro-política en la que se juega más de lo que solemos conceder. La paz del mundo comienza en lo oculto de cada corazón, sobre todo en el cariño de una familia que enseña a perdonar y de una escuela que educa en el respeto a los demás. La verdadera paz no puede ser impuesta sino que florece de una multitud de varones y mujeres que son lo suficientemente fuertes como para no ceder a la lógica de la violencia, de la corrupción y del descarte.

En esta línea, Francisco nos recuerda con palabras de Pablo VI que toda persona tiene el deber de conocer cuál es el contenido y el valor de la opción que se le presenta como realización del bien común (Mensaje para la 52º Jornada Mundial de la paz, 2). Dicho de otro modo: una sociedad madura exige de sus políticos no sólo dedicación sino claridad y coherencia con sus plataformas electorales, a fin de que los ciudadanos puedan discernir en conciencia lo que es más digno del hombre. Tanto la macro- como la micro-política deben estar regidas por la transparencia de discursos “sin doblez” (Jn 1,47). En efecto, la buena política, la que sirve a la paz, cultiva el arte del diálogo sincero que es todo lo contrario de la retórica vacía así como de ciertas riñas verbales a las que –lamentablemente– nos hemos acostumbrado. Urge, por tanto, recuperar el buen uso de la palabra. Honrar la palabra es honrar a Jesús, la Palabra hecha carne (Cf. Jn 1,14). En Él aprendemos a hablar como Dios habla: con verdad, con humildad, con amor.

En definitiva, los vicios corrientes de la política no deben hacernos olvidar que se trata de una tarea tan noble como imprescindible. Como dice Francisco, “la política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas, puede convertirse en una forma eminente de la caridad” (Mensaje para la 52º Jornada Mundial de la paz, 2). En esta Misa rezamos para que cada vez sean más los que asuman la política como un camino de santidad, como un auténtico servicio a la concordia y la paz. Miramos para ello a Jesús, el cordero de Dios: “Él es nuestra paz” (Ef 2,14). Y le pedimos que nos regale su modo manso pero firme, que tanto bien hace. Porque la verdadera paz no sólo es obra humana sino fundamentalmente don de lo alto.

Por la fe sabemos que la paz de Jesús descansa en la mirada del Padre y en la unción del Espíritu. Esa paz nace hoy en Belén, luminosa pero frágil. Que la Virgen María nos enseñe a custodiarla, para gloria de Dios y bien de nuestros hermanos.


Pbro. Andrés F. Di Ció
Buenos Aires, 1º de enero de 2019
Catedral Metropolitana