martes, 1 de octubre de 2024

Teresita: la rosa entre espinas

Homilía desgrabada. De ahí el estilo coloquial. 

El misterio del Evangelio de Dios en nuestro corazón, y en el mundo entero, consiste en hacerse como niños. Hacerse. Jesús dice: “si ustedes no cambian”, dando a entender que la infancia evangélica es un proceso: consciente, largo, arduo. Nadie llega a la infancia evangélica a los tumbos, sino que es una elección, es un seguimiento, un discipulado. Y Santa Teresita hizo este camino, esta conversión, por más que tuviera algunos rasgos infantiles en su temperamento, ciertamente; porque la infancia evangélica no es simplemente un temperamento aniñado. Es mucho más que eso. 

¿Cómo podríamos sintetizar la gracia de la infancia evangélica que sin duda encarnó Teresita? Inocencia, confianza, ternura.

La inocencia de no pensar mal, de tener un corazón puro, de no ser retorcida. El pecado es una mancha. La inocencia es la blancura. Teresita vivía en esa sencillez, en esa pureza, en pensar bien del otro, aunque era muy aguda -porque los santos siempre son agudos, son perspicaces, no son ingenuos, conocen la maldad, pero de alguna manera es como que ella no los roza.

La inocencia de Teresita se transforma en confianza, en abandono, en entender que no tiene ella que ser grande, sino que el grande es Dios, que quiere hacer cosas grandes en ella también.

Y es lógico que cuando uno vive en la inocencia y en la confianza, sea muy libre para expresar la ternura. Cuando uno va creciendo, se va manchando, se va complicando, se va enroscando. Nos vamos volviendo más escépticos: distantes, calculamos, ultra-verificamos . Y en esa movida también cae nuestra parquedad que, de vuelta, no tiene que ver con una sobriedad temperamental, sino con una incapacidad para mostrar el corazón, que todos lo tenemos amante. Si la definición de ser humano es el corazón, todos, por definición, tenemos amor, no solo para recibir, sino también para dar.

Basta estar con los chiquitos. Qué bueno es eso para el Evangelio. Y es una gracia que Dios le hace a las familias, a las mamás, a los papás, a las abuelas, a las tías. Porque uno, viendo a los niños concretos entiende de verdad el Evangelio. Por ahí uno ve a una mamá y el chico que corretea, y de la nada el chico viene y le da un beso y se va. Uno dice: ¿qué? ¿le quería pedir algo? No: le “pintó” darle un beso a la mamá, le “pintó” ser tierno con ella. Y ese es el camino del Evangelio. Si nosotros pudiéramos ser tiernos con Dios y con el prójimo sin motivo; si pudiéramos tomar en serio la palabra de Dios, abandonándonos, nuestra vida sería ciertamente más feliz. Y eso es lo que nos muestra Teresita. Como todo santo, es una existencia feliz, una existencia plena. Pero eso no significa una existencia al margen del sufrimiento. 

Esta casulla, que después van a ver ustedes que es muy hermosa, tiene la rosa -tan característica de Teresita- y además, muy acertadamente, como una corona de espinas, que es lo propio de las rosas. Como si la planta, podría pensarse, protegiera la flor con las espinas. Es una manera de pensar. La otra manera es que la planta florece atravesando las espinas. Y todos nosotros, como Teresita, estamos llamados a configurarnos con Cristo niño; porque el más niño de todos es Jesús. Pero esa configuración es un camino crucificado. Y Teresita, que alguno podrá pensar que la tuvo muy fácil… no, no la tuvo muy fácil. Perdió a la madre muy joven, y ella estaba tan apegada a su mamá. Y "perdió", entre comillas, a sus hermanas que iban entrando al convento. Y ella las quería tanto que cada uno de esos ingresos era un desgarrón. Y cayó muy jovencita en una depresión. La depresión es dura siempre, pero en una nena es más dura todavía. Y ella tiene esa gracia: que la Virgen le sonríe y a partir de entonces recupera la alegría. Pero toda su vida fue ofreciéndose, entregándose, y por momentos ese amor tan tierno del Señor Jesús se eclipsa, desaparece. 

Uno podría pensar: ¿no es acaso al revés? ¿No es acaso que cuanto más amigo de Dios sos, más brilla el sol? Sí, el sol brilla pero llega un momento donde brilla tanto que te ciega. Y llega un momento en que la confianza es tan grande, que necesita acreditarse despojada de consuelos sensibles. Y así fue el fin de Teresita, como el de tantos otros santos. Con una cierta oscuridad. Una oscuridad que ella asumió por solidaridad con los pecadores. Cuando alguien quiere mucho, quiere estar junto a esas personas Y Teresita experimentó la solidaridad no sólo con los "buenos", sino también con los "malos". Como Cristo, que no vino a buscar a los sanos, sino a los enfermos. Pero eso de “hacerse todo a todos”, como diría san Pablo, eso de ser solidario, de entrar en comunión sin distinción, tiene un precio. ¿Vos querés sentir con los malos? Vas a sentir en serio con los malos. Vas a sentir el frío de la lejanía de Dios. Y todo eso ella lo atravesó en la fe, en la caridad y en la esperanza. Por eso la rosa, que ella misma es, es una rosa que está entrelazada con espinas: dolorosas, pero que culminan en el gozo de la contemplación de un rojo intenso, de un rojo caridad que es la Trinidad misma.