Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu
izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús les dijo: «No saben lo que piden.
¿Pueden beber
el cáliz que Yo beberé y recibir
el bautismo que Yo recibiré?»
Mc 10,37-38 (Domingo 21.X.2018)
Me
veo impelido a quebrar mi letargo bloguero. Pues no pocos argentinos, católicos
o no, se preguntan azorados por qué la Iglesia está asumiendo tanto protagonismo
en la vida política del país. Intentaré ser breve.
Evitaré
adrede usar nombres propios. Y adelanto que tampoco yo entiendo del todo lo que
pasa.
Empezaría
por recordar la enseñanza de Jesús: “Den al César lo que es del César; y a Dios
lo que es de Dios” (Lc 20,25). El ámbito religioso debe respetar el espacio
político en la misma medida en que desea que a él se lo respete. Una tentación
constante es la de valerse de la lógica del mundo, que se mueve en términos de
poder. Y ya se sabe que el poder no es sólo fuerza física, aunque también.
Jesús, en cambio, tiene el estilo del cordero, que se ofrece sin exigir nada en cambio, sin segundas intenciones.
La Iglesia –quizás
mejor, algunos obispos, que por definición la representan– no puede ignorar que
con sus acciones da un mensaje. ¿Qué mensaje da cuando recibe de manera
oficial, emitiendo incluso un comunicado, a un ciudadano no sólo acorralado por
la justicia sino que se expresa abiertamente con modos patoteriles, cuando no
mafiosos? Todos sabemos que Jesús comía con pecadores públicos, lo cual le
valió mucha incomprensión. Pero, ¿es éste el caso? ¿Están los prelados
involucrados buscando la conversión de estos cristianos? ¿Los reciben para
anunciarles el Evangelio? ¿O para fortalecer su reclamo
político-social-sindical? En el mejor de los casos, con suma indulgencia,
podríamos hablar de una gran ingenuidad. La Iglesia o ha cedido o se ha dejado
usar. Y en el medio la Misa y el Santuario Nacional de Luján. ¿Fueron a rezar o
a hacer una demostración de fuerza?
El concilio
Vaticano II enseñó muy claramente sobre la legítima autonomía de las realidades
temporales (GS 36). Las instituciones tienen sus reglas, sus dinámicas, y es
preciso no avasallarlas. Qué pena que los acontecimientos de la semana pasada,
sumados a otros en los últimos tiempos, refuercen el paradigma de una Iglesia
que se entiende a sí misma sentada a la mesa de las decisiones temporales. La
Iglesia existe para el anuncio y el servicio. Su modo de influir es mediante la
transformación de los corazones y las mentes. Por supuesto que el Evangelio
debe traducirse en obras, en diálogos, en políticas… pero no le corresponde a
la Iglesia influir indebidamente identificándose de una manera tan burda con un
sector particular. Del mismo modo que la Iglesia no se identifica con ninguna
filosofía en particular, tampoco se identifica con ninguna política, economía,
partido o sindicato.
Por
supuesto que habrá quienes busquen una justificación en el mandato evangélico
de recibir a todos con misericordia. Estamos todos de acuerdo. Pero cuando el
hecho se enrostra deja de ser un asunto religioso para ser un asunto de
política crasa. Las alusiones al Papa Francisco no dan lugar a dudas sobre las
intenciones de los protagonistas. Tuve ayer la oportunidad de escuchar por la
radio a uno de los pocos sacerdotes que concelebró sobre el altar y su
posicionamiento era netamente político, apenas barnizado por alguna idea
evangélica. Pero resulta que a los pastores no les corresponde, amén de no estar
preparados, opinar sobre temas tan complejos y discutibles sobre tal o cuál
hoja de ruta económica. Sencillamente no les compete y además, repito, en la
mayoría de los casos no cuentan con la pericia requerida para sentarse a hablar
en serio. Y si se insiste en que no hubo intención de dar un respaldo
sectorial, lo creo y lo acepto. Pero cuando la sociedad y muchos de los fieles
entienden eso, habría que preguntarse con humildad si no hubo un error de
cálculo.
Jesús vino
para todos. La Iglesia sirve a todos. Por eso es bueno que extreme la prudencia
para que todos se sientan incluidos en sus oraciones y en su solicitud
pastoral.