Querido
Cardenal Mario Aurelio Poli;
Queridos
Obispos y presbíteros concelebrantes;
Estimados
representantes de otras confesiones cristianas y cultos;
Distinguidas
autoridades civiles;
Hermanos
todos:
¡El Señor tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro sobre
nosotros y nos conceda la paz!
Sal 67 (66), 2; Nm 6,26
Estamos celebrando la Navidad, el nacimiento
de Jesús, el Hijo de Dios. La Iglesia dedica ocho días a esta solemnidad
expresando así el desborde de este misterio. Desborde de amor de un Dios que se
hace hombre a fin de rescatarnos del pecado y de la muerte. Desborde de
sabiduría de ganarnos el corazón, no por la fuerza sino por la ternura de un
niño que nace entre humildes pastores, en un oscuro pesebre de una
insignificante aldea. Desborde de misericordia de no avergonzarse de nosotros,
la obra de sus manos que con insólita desfachatez desprecia el cariño del Padre
malgastando el precioso don de la libertad.
La octava culmina hoy con la contemplación de
María, la Madre de Dios, la mujer que experimentó como nadie el exceso de la
bondad divina. Con ella y como ella queremos conservar todas estas cosas
meditándolas en nuestro corazón (Cf. Lc 2,19). Queremos entrar
en el misterio de Jesús, que nos reconcilia con Dios y entre nosotros mismos (Cf. 2 Co 5,18-20). Por eso celebramos
también hoy la Jornada mundial de la paz. En este marco de alegría los
cristianos queremos unirnos a todos los hombres de buena voluntad en el
compromiso por la paz, recordando especialmente la bienaventuranza que nos
enseñó Jesús: “Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos
de Dios” (Mt 5,9).
Este año el Papa Francisco nos propone reflexionar
sobre “la buena política” como servicio a la paz. Quizás no sea exagerado decir
que en gran parte del mundo se percibe un desencanto de la política. Por eso el
Papa no sólo invita a un examen de conciencia sino también a una valoración
positiva de la función pública. Entendida rectamente, la política es vocación
de servicio en la búsqueda del bien común. Política viene de polis, que
significa ciudad; y en este sentido todos deberíamos ser políticos, ciudadanos
comprometidos en los asuntos comunes. Es verdad que las autoridades tienen una
responsabilidad mayor, y algún día deberán rendir cuentas del modo en que hayan
ejercido sus cargos, pero también es verdad que existe una micro-política en la
que se juega más de lo que solemos conceder. La paz del mundo comienza en lo
oculto de cada corazón, sobre todo en el cariño de una familia que enseña a
perdonar y de una escuela que educa en el respeto a los demás. La verdadera paz
no puede ser impuesta sino que florece de una multitud de varones y mujeres que
son lo suficientemente fuertes como para no ceder a la lógica de la violencia,
de la corrupción y del descarte.
En esta línea, Francisco nos recuerda con
palabras de Pablo VI que toda persona tiene el deber de conocer cuál es el
contenido y el valor de la opción que se le presenta como realización del bien
común (Mensaje para la 52º Jornada Mundial de la paz, 2). Dicho de otro
modo: una sociedad madura exige de sus políticos no sólo dedicación sino
claridad y coherencia con sus plataformas electorales, a fin de que los
ciudadanos puedan discernir en conciencia lo que es más digno del hombre. Tanto
la macro- como la micro-política deben estar regidas por la transparencia de
discursos “sin doblez” (Jn 1,47). En efecto, la buena política, la que sirve a
la paz, cultiva el arte del diálogo sincero que es todo lo contrario de la
retórica vacía así como de ciertas riñas verbales a las que –lamentablemente–
nos hemos acostumbrado. Urge, por tanto, recuperar el buen uso de la palabra. Honrar
la palabra es honrar a Jesús, la Palabra hecha carne (Cf. Jn 1,14). En Él aprendemos
a hablar como Dios habla: con verdad, con humildad, con amor.
En definitiva, los vicios corrientes de la política
no deben hacernos olvidar que se trata de una tarea tan noble como
imprescindible. Como dice Francisco, “la política, si se lleva a cabo en el
respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas,
puede convertirse en una forma eminente de la caridad” (Mensaje para la 52º Jornada Mundial de la paz, 2). En esta Misa
rezamos para que cada vez sean más los que asuman la política como un camino de
santidad, como un auténtico servicio a la concordia y la paz. Miramos para ello
a Jesús, el cordero de Dios: “Él es nuestra paz” (Ef 2,14). Y le pedimos que nos
regale su modo manso pero firme, que tanto bien hace. Porque la verdadera paz
no sólo es obra humana sino fundamentalmente don de lo alto.
Por la fe sabemos que la paz de Jesús descansa en
la mirada del Padre y en la unción del Espíritu. Esa paz nace hoy en Belén,
luminosa pero frágil. Que la Virgen María nos enseñe a custodiarla, para gloria
de Dios y bien de nuestros hermanos.
Pbro. Andrés F. Di
Ció
Buenos Aires, 1º
de enero de 2019
Catedral Metropolitana