martes, 24 de septiembre de 2024

Cuando la católica parece provinciana

En su versión más pura, el teólogo cumple una misión profética -con todo lo que eso implica. Comunicar la Palabra de Dios no siempre es una tarea gratificante, sino que a menudo conlleva el descrédito propio de un desubicado, cuando no de un retrógrado. Pero en realidad es lo contrario: el profeta vive en el eterno presente de Dios, y la incomprensión no se debe a que él esté retrasado sino más bien adelantado a su tiempo. O quizás mejor: no está retrasado ni adelantado, sino perfectamente inserto en su hora, que es la hora del Padre, ésa que sus contemporáneos no terminan de comprender. 

Todo esto vino a mi mente al leer las líneas que ahora transcribo. Pertenecen a Hans Urs von Balthasar. Tengamos en cuenta que el texto fue publicado en 1956. 

Partiendo de este fenómeno fronterizo entre Iglesia y mundo, en que se une el contenido cristiano relativamente más fuerte que entra en el mundo, con la protesta más enérgica contra la que se ha abandonado, se advierte con la mayor claridad la relación de ambas unidades. Pues son dos, efectivamente, y en esto radica hoy más que nunca el escándalo de la Iglesia católica. Ella no se deja subsumir, como en definitiva cualquier otro fenómeno religioso, bajo la unidad del problema de la Humanidad; no se deja relativizar. En medio del tiempo y la historia, presenta una exigencia de absoluto. Los bienintencionados con ella, al mismo tiempo que la alientan benévolamente, le arrebatan todos sus bienes y tesoros que pretenden poder usar: los tesoros de la interioridad y la mística (Otto, Nigg), los tesoros de las formas exteriores y el poder civilizador (Mauras, Schweitzer); todo se lo quitan, menos esa insoportable pretensión de absoluto. Ella está cada vez más aislada con su pretensión, y pronto lo estará del todo, quedándose solitaria. Incluso Rusia y América forman sólo unas contraposiciones relativas, que, si se modifican las constelaciones del poder, pueden reconciliarse de la noche a la mañana. El Extremo Oriente no opone al diálogo de las grandes potencias ninguna exigencia absoluta, sino solamente la de una mayor profundidad para responder a la pregunta: «¿Qué es el hombre?». Sólo la unidad católica no se ensambla básicamente en una unidad de la Humanidad. La que todavía aparecía hace poco como el principio de la unidad del mundo, parece rápidamente, en breves siglos, haberse convertido en su antípoda, en la perturbadora de la paz y la aguafiestas de esa unidad. Las grandes conferencias unitarias protestantes, que cada vez superan mayores tensiones y digieren mayores diferencias, metiendo en un mismo saco todos los matices, desde el cristianismo más liberal al más ortodoxo, ponen de relieve como nunca el «espléndido aislamiento» de la Iglesia católica, tanto respecto a todas estas cristiandades cuanto también respecto al conjunto de la Humanidad (con el cual aquéllas se saben en íntimo contacto). También entre el protestantismo y la ortodoxia rusa ha sido siempre posible un entendimiento, y ya está en marcha de muchas maneras. Así, a última hora, será la cristiandad protestante la que recibirá al gloria de haber contribuido decisivamente a la unidad del mundo civilizado, mediante su amplitud liberal y su capacidad de acomodo; más aún, la gloria de haberla formado. Ella llegará a ser la religión cosmopolita, frente a la cual la Iglesia católica da la sensación de hacerse provinciana.

H.U. von Balthasar, El problema de Dios en el hombre actualMadrid, Guadarrama, 1966, 179-180.

El escándalo de una Iglesia relegada al margen por su "intransigencia" en orientar(se) a Dios es la consecuencia de su configuración cristiana. Corresponde, en efecto, que la Esposa comparta la suerte del Esposo. Por eso la Católica, la universal que ve más allá de todos los registros mundanos, acaba arrinconada como si fuera una comunidad estrecha de miras, encerrada en criterios perimidos. Pero es al revés. Es exactamente al revés. También Cristo padeció el rechazo y la burla. También Él, siendo Mesías, fue tratado como un impostor. Un don nadie. El que congregaba multitudes fue quedando solo. Su lenguaje resultaba duro, imposible de dirigir. Y así murió: como un paria. Sin embargo acabó triunfando. El descartado devino finalmente fundamento y raíz de toda comunión. Pero no lo hizo cediendo al coro de los que le pedían ser más sensato, o sea más mundano, sino por su fidelidad incondicional al Padre, por su amor hasta el extremo, por su capacidad de ofrecerse por aquellos mismos que lo entregaban. Ave crux, spes unica. Salve cruz, única esperanza. 

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