miércoles, 25 de diciembre de 2024

Navidad 2025

Celebrar la Navidad es celebrar el cumpleaños de Jesús. Y cuando uno celebra un cumpleaños, no celebra solamente el nacimiento, sino la persona toda. El misterio de Jesús es lo que nos convoca: su infancia, su adolescencia, su madurez, esa capacidad para narrar parábolas, para enseñar con dichos breves y punzantes, esa compasión ante el dolor, la sanación de los enfermos, la humildad en la pasión y el triunfo de la vida en la resurrección. Todo eso es Jesús. Y todo eso es lo que celebramos con inmensa alegría.

Pero como decimos que celebramos toda la vida de Jesús, nos hacemos cargo de que no siempre le damos cabida en nuestro hogar. Como dice admirablemente el Prólogo de San Juan: "vino a los suyos y los suyos no la recibieron". ¿Cómo puede ser que nosotros rechacemos semejante don? Es que recibir un regalo es todo un compromiso: implica estar a la altura. Por eso también ocurre que en nuestra cultura ha bajado drásticamente la natalidad. Tenemos que pensarlo: ¿acaso no tiene nada que ver que la fe baje con que baje la natalidad? Los nacimientos son algo que viene a desinstalarnos. Nos dan mucho más de lo que reclaman, pero en el fondo hay que hacer una apuesta. Y lo que pasa culturalmente, nos pasa a cada uno de nosotros personalmente con el misterio de Jesús.

Muchas veces no queremos que vengan a importunarnos y no nos damos cuenta de que esa es la mayor gracia: sacarnos de nuestros esquemas, descentrarnos, poder poner la mirada no tanto en nosotros, sino en Él, que necesita de nuestra atención y que se nos muestra indefenso. Un recién nacido: Cristo en el pesebre es pura indefensión. Si no lo protegemos, no puede crecer. Y esta indefensión marca tanto el misterio de Jesús que se va a manifestar -potentemente- en la pasión y en la cruz. Ante la humillación, Jesús no elige devolver mal por mal, sino que persiste tercamente en esta actitud de indefensión, de vulnerabilidad porque Él viene a regalarnos la ternura. Dios es ternura. Y no hay manera mejor de mostrar la ternura que en un recién nacido. Y por eso repito: durante toda su vida Jesús va a ser fiel a esta ternura. Lo que vemos en el pesebre no es algo que está destinado a pasar, sino que precisamente es como el ADN de Dios, manifestado en código humano. Esto es lo que significa "la Palabra se hizo carne". El misterio de Dios se hizo hombre para que todos pudiéramos comprender, para que ninguno de nosotros pueda decir "no sé cómo es Dios", en razón de su trascendencia. Porque el Trascendente se hizo cercano, muy cercano. Y tan cercano, tan ordinario, tan cotidiano, que muchas veces lo despreciamos, porque no terminamos de renunciar a la idea que Dios es distante. 

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Quisiera cerrara con algo muy sencillo, pero a lo cual es bueno volver. Me refiero al nombre: Jesús. Jesús significa Dios salva. Cuando el ángel impone este nombre, aclara: "porque Él salvará al pueblo de todos sus pecados". Todos tenemos necesidad de que Jesús nos salve, nos rescate. Una manera muy torpe de rechazar a Jesús es decir: yo no tengo pecado. No por nada cuando Jesús regala el perdón a la mujer sorprendida en flagrante adulterio -y dice esa frase famosa: "el que esté libre de pecado que tire la primera piedra"-, los que comienzan a retirarse son los más ancianos, los que han vivido más y son más conscientes de sus pecados, de sus límites, de su insatisfacción. Porque cuanto más uno vive, más se conoce, no solamente en sus facetas oscuras sino también en sus aspiraciones más luminosas Y sabe que todo eso no lo puede realizar por sí mismo. ¿Qué significa que Jesús te salve? Que puede hacer por vos algo que te supera. Puede hacer por vos algo vos no podés hacer. Y cuántas veces nos encontramos como perdidos. De hecho, Adán es el hombre extraviado, incapaz de volver a casa por sí mismo. Adán, que somos todos nosotros, es la oveja que anda errante, que se lastima, que está sin rebaño y sin pastor. Y esta Palabra que se ha hecho carne es la orientación, pero no una orientación intelectual. En cierto sentido sería más fácil pero a la vez más pobre. Dios ha querido rescatarnos, orientarnos en un mano a mano, en un cara cara, en un vínculo personal que ciertamente requiere más, pero a la vez es más digno del ser humano. Pidamos la gracia de bajar la guardia, al menos de deseo, en esta Navidad. Acoger a este Niño, que no tiene nada de amenazante, sino que simplemente nos invita a entrar en su lógica de misericordia.