4-6 de junio de 2012
Me despierto y todavía es de noche. Mi parte racional me dice que
necesito descansar, pero mi cabeza y mi cuerpo sienten los ecos de la
adrenalina de la víspera. Entonces, todavía horizontal, en la oscuridad de la
noche, vienen a mi boca las palabras de esa poesía-oración de un cardenal
inglés: Lead kindly Light. Y las digo
en voz alta. No sólo
las digo sino que las repito: Lead kindly
Light, amid th’encircling gloom, lead thou me on. The night is dark and I am
far from home. Lead thou me on! I do not ask to see the distant scene, one step
enough for me.
Hace ya dos días y dos noches que Tomás se ha
vuelto un ciudadano del Fleni. Fui el único hermano testigo de su
desmoronamiento. Lo vi doblegado por el dolor, literalmente derrumbado. Nunca
olvidaré su tez pálida y esa gota de sudor frío corriendo por su mejilla
izquierda. “Estás transpirando”, le dije. Él confirmó lo que me temía. Ese
sudor no tenía nada que ver con el ejercicio que había hecho. Era la reacción
de un cuerpo en jaque.
¡En estas horas pasaron tantas cosas! Los
sacerdotes no siempre somos conscientes del privilegio de vivir junto al
sagrario; poder visitar a Jesús eucaristía
a cualquier hora. Tras la oración en el santuario, me llego a la computadora
ávido de encontrar las palabras que me permitan expresarme y canalizar así algo
de todo esto que estamos viviendo. Una frase se clava en mis pensamientos
resistiéndose a ceder terreno. En mi
familia y para mí en particular, los mellizos son, como dice la Biblia, “la
niña de mis ojos” (Sal 17,8). Ellos son la debilidad, los que me pueden.
¿Cómo olvidar esa madrugada del 17 de mayo de 1988 cuando oí que papá llegaba
del sanatorio? Me levanté y corrí. Quería saber cómo había salido todo pero
quizás mejor, quería saber si otra vez se trataba de mujeres. El Señor me
regaló dos varones… dos hermanos, dos amigos, dos pilares con los cuales
contar.
La operación se programó para las tres de la
tarde. La hora de la Misericordia: Jesús
en Vos confío. La capilla del sanatorio es prolija y más bien chica: el
sagrario, un Cristo crucificado, un ícono de la Virgen de la ternura y una
buena imagen de Jesús Misericordioso (parroquia en la que sirvo). No puedo evitar
sentir una sensación de familiaridad, un guiño cómplice que desde el cielo me
da una palmada. Algo así como el orgullo futbolero del hincha visitante que
copa la parada y se sabe “local en todas las canchas”. Lo llamo a Santiago y le
digo que nosotros nos hacemos cargo de la estrategia espiritual… es que el
partido de Tommy se juega en varios frentes. Celebramos la Misa con la certeza
de que es lo mejor que tenemos. Es
nuestra mejor carta, la única que cuenta. Porque esa carta es Cristo. Y la Misa
es Cristo dándose, manso y generoso. Es el Inocente, el indefenso que conmueve
desde un amor que no sabe de regateos. La desnudez del amor. Nos atenemos al
evangelio del día porque la providencia ofrece lo que necesitamos: el pan de cada día que pedimos en el
padrenuestro. “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”
(Mc 12,17). Así es: daremos a la ciencia lo suyo, el crédito por su pericia y
excelencia; pero no olvidaremos jamás a Dios, ni dejaremos de reconocer que sólo
Él es el Señor de la Vida, el que tiene siempre la última palabra (y la primera
también); es, para decirlo con el salmista, “el que guarda nuestras entradas y
salidas, ahora y por siempre” (Sal 121,8).
Tomás entró al quirófano y sólo dijo una frase: Jesús (Misericordioso) en Vos confío. Un
par de horas antes le había dado la eucaristía, como el día anterior, cuando lo
ungí con los santos óleos. Nada de temor. El sacramento es fuerza y caricia,
sostén y consuelo. Quiso Dios que todo saliera bien. No es una frase piadosa
para la tribuna. El caso siempre se presentó riesgoso. El neurocirujano lo hizo
saber desde el primer momento. En nuestro primer encuentro me miró fijo y
adivinando mi estado clerical preguntó: “¿Usted es sacerdote?”. Al escuchar mi
confirmación, agregó: “Vamos a necesitar ayuda”. Con el correr de las horas, la
frase sonó más de una vez.
Tras el primer paso en firme no aflojamos.
Santiago convocó a una vigilia de oración. Sus amigos y conocidos se acercaron
a rezar. Jesús eucaristía en el centro y todos nos rendimos a Él. Juan Pablo II
enseñó que el misterio del sufrimiento llama al misterio del amor. Precisamente
eso. Esta pequeña revolución anónima, casi insignificante para los parámetros
de una megápolis como Bs. As., es un fruto tangible de que este trago
inesperado (¿es realmente amargo?) no ha sido en vano. No descarto que haya
otros frutos en danza aunque ignorados por todos nosotros. Lo que sí sabemos es
que nos dio la oportunidad de valorar la vida aceptándola en toda su
precariedad. La oportunidad de dar gracias por Tomás y todas sus riquezas
puestas al servicio de Jesús; porque como el del evangelio, este Tomás también
es amigo, mellizo y apóstol. Nos dio la oportunidad de constatar cuánto nos
queremos y nos necesitamos y de que nuestra alianza con el Señor no se negocia.
Somos tuyos Jesús… ahora y siempre. La vigilia se acaba y el coro, por su
cuenta, elige la última canción. Nunca la había escuchado. Tampoco sabía que
existiera. Me amaste, me diste nombre, yo
soy tu niña, la niña de tus ojos. El día termina como empezó: el mismo
templo, la misma idea. La emoción volvió a embargarme y supe, una vez más, que
Él lo preside todo.
3 comentarios:
Dios es grande!
Que sean uno como yo soy uno con el Padre ( Jn).
Tomy fue estos días el hijo, el hermano, el amigo de todos. Fuimos uno en el amor.
" ... un guiño cómplice que desde el cielo me da una palmada ... " qué hermosas palabras ! Tommy estuvo en casa todos los dias ...
Publicar un comentario