El primer encuentro del Papa con la gente ha sido sencillo, improvisado. No podría haber sido de otro modo.
1. El saludo propio de la calle y un toque de humor. La sonrisa es gracia. Es no tomarnos tan seriamente y descubrir que no somos distintos. El Papa piensa lo que pensamos todos y se ríe como nos reímos todos.
2. La oración por Benedicto: memoria y gratitud. Francisco nos hizo rezar. Nos recordó quién nos convoca y qué nos une.
3. Nuevamente la oración; esta vez por él. Entonces un silencio denso y sagrado y el Papa que se inclina. La necesidad de una unción espiritual, una caricia para el alma, un sentido de familia donde todos nos necesitamos: “obispo y pueblo juntos… rezando unos por otros”. ¡Cómo impactó eso! El padre que se encoge, que calla y casi que reverencia a sus hijos. El gesto tuvo algo de baño ritual, como si fuera un lavado de pies (Jn 13). El pueblo de Dios que prepara y confirma a su propio pastor para la misión. Se lo apropia y lo consagra a su modo. Esa confesión de sinceridad y humildad significaron también un compromiso al servicio.
Puede que ayer hayamos tenido una clave importante para leer el pontificado de Francisco. También los gestos hablan… y evangelizan. “El mundo tiene más necesidad de testigos que de maestros”, dijo Pablo VI. ¿Poco explícito? La buena teología afirma que la humanidad puede y sabe hablar bien de Dios, porque "el Verbo se hizo carne" (Jn 1,14). O como dijo Ireneo: la gloria de Dios es el hombre viviente.
No voy a ahondar ahora en los gestos que se sucedieron en el día de hoy. Sólo digo: estemos atentos porque, aunque Francisco tiene buena retórica, a la mayoría de la gente le va a hablar sin palabras. Y ellos lo van a entender y lo van a amar. Porque la gente sencilla no se afana por discursos sino por ejemplos, algo tan viejo y eficaz como aquello de res non verba.
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