En la edición del sábado 4 de junio de
2016, el diario La Nación informa en su portada sobre la marcha ♯NiUnaMenos.
Ofrece para ello una foto que luego no se encuentra en internet. En ella se ven
jóvenes con diversos carteles. El de un varón dice: “Separación de la Iglesia y el Estado”. Da que pensar.
Es una lástima que un motivo tan serio como la violencia hacia la
mujer quede manchado con leyendas totalmente ajenas. No sólo es un signo de
inmadurez cívica sino que revela una gran confusión. Y sabemos que la
mezcolanza es un caldo peligroso. Cierto que ese cartel no respondía a la gran
mayoría de los manifestantes. Pero tampoco era un caso aislado. “Fulana de
nadie” o “Mi cuerpo es mío” son frases elípticas pensadas para otras
discusiones. Fenómeno de ob-cecación. El fanatismo no discierne sino que
arremete sin más. Hay algo cansador, por no decir impertinente, en el
repiqueteo torpe de la militancia abortista, lo mismo que en el de cierto
laicismo furioso.
Por lo demás, cabe estudiar mejor las cosas. Porque es gracias al
cristianismo que Occidente conoce la distinción entre Iglesia y Estado, entre el
orden religioso y el político. “Den al César lo que es del César y a Dios lo
que es Dios” (Mt 22,21). Y, contrario a lo que se cree, ni siquiera la Edad Media olvidó
ese principio. Por eso, en lo que respecta a ciertos temas, es preferible
marchar menos y dialogar más. Inicio el ejercicio recomendando el finísimo y exhaustivo estudio de Remi Brague: “La ley de Dios. Historia filosófica de una alianza”.
“Ello muestra que la escuela de la democracia moderna y de sus
procedimientos electorales no fue Atenas, donde todo reposaba en el sorteo,
sino la Iglesia medieval. La fábula convencional según la cual el Estado
moderno habría nacido de una secularización olvida, como escribe un autor contemporáneo,
«la determinación estrictamente teológica de la nueva figura del Estado
absoluto: la absolutización […] pasa necesaria y prioritariamente por una
re-sacralización del Estado» (Courtine). No hay ninguna reivindicación de
«laicidad» por parte del poder temporal. Todo lo contrario; esa reivindicación
le es sugerida por la Iglesia como algo que recae sobre el ámbito del propio
estado, aquel en el que puede cumplirse su tarea de mantener la «paz»” (Brague,
La ley de Dios, 2011, 189).
No hay comentarios:
Publicar un comentario