El domingo de Ramos es una obertura que
ofrece en un solo movimiento todos los motivos que hacen a la Pascua. Es un
avance que compendia lo central de nuestra fe. Por eso la liturgia de este día
resulta tan intensa, incluso desde lo emocional: pasamos del canto exultante
con las palmas al silencio fúnebre de la cruz, en la certeza de que Dios Padre
exaltó a Jesús, dándole un nombre que está sobre todo nombre. En esta
transición reside el camino cristiano.
El Evangelio proclamado a las puertas
del templo nos dice que los discípulos “no comprendieron” las implicancias de
Jesús entrando en Jerusalén montado sobre un asno. Recién con la muerte y la
resurrección pudieron captar la hondura de los acontecimientos. También
nosotros tenemos necesidad de atravesar la semana santa para entender un poco
más quién es Jesús, o quizás mejor, de qué modo él “es Señor”.
En estos días la Iglesia nos invita a
seguir a Jesús, fundamentalmente en su actitud de escucha. Se trata de
“despertar el oído”, como reflejo del corazón y de la inteligencia. Queremos
aprender un modo nuevo de amar, un modo nuevo de servir. Sabemos que no es un
modo fácil y reconocemos que la cruz nos espanta. Pero también sabemos, en la
fe, que “no seremos defraudados”.
Hoy aclamamos a Jesús con ramos.
“Bendito el que viene en nombre del Señor”. ¿Pero quién es ese bendito? “Les
aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron
conmigo”. Recibimos toda vida como don de Dios, como una bendición nunca del
todo “comprendida”, una bendición que tal vez rompe nuestros esquemas, pero
que, en última instancia, no es mera biología sino que “viene en nombre del
Señor”. Somos creaturas. Somos regalo inmerecido para los demás y para nosotros
mismos. Nadie eligió nacer. Todos hemos sido invitados. Por eso en esta semana
en que celebramos el amor desmesurado de Dios, hagamos el propósito de no
cerrar puertas sino de abrirlas de par en par, para que muchos otros gusten lo
que nosotros gustamos: el amor que es más fuerte que cualquier mal, el amor que
vence todo pecado, el amor que se ofrece sin especular, el amor que ocupa
nuestro lugar en la cruz, el amor que rescata, el amor que resurge del sepulcro
dilatando nuestra esperanza con una alegría que no tiene fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario