La
cuaresma es un tiempo para volver a Dios. Es importante recordar que hay dos
maneras de estar alejados. Una es la del hijo menor de la parábola (cf. Lc
15,11-32), que se fue de su casa con gran escándalo. Otra es la del hijo mayor,
que permaneciendo físicamente junto al Padre obraba y sentía como un empleado.
En su historia Israel experimentó ambas modalidades de distancia. Por eso en la
cuaresma no pocas veces se nos invita a revisar nuestro vínculo con el Señor
más allá de las apariencias.
Este
año la cuaresma está marcada por la cuarentena. La imposibilidad de participar
de la misa es en sí misma una pérdida, pero puede ser una ganancia si nos
dejamos conducir por el Espíritu. Precisamente en eso consiste la pascua, en
que la vida surge de las entrañas de la muerte.
Hubo
un tiempo, durante el exilio en Babilonia, en que Israel le rezaba a Dios
lamentándose: “en este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes, ni
holocausto, ni sacrificio, ni ofrenda, ni incienso, ni un lugar donde ofrecer
las primicias, y así alcanzar misericordia” (Dn 3,38). Hoy nosotros
experimentamos lo mismo: no podemos dar culto a Dios como quisiéramos. Y sin
embargo, en medio de este límite se nos abre una inmensa oportunidad, la de
ejercitar el culto que más importa, el culto interior, que no es sinónimo de solipsismo
sino de autenticidad.
¿Cuál
es el culto que agrada hoy a Dios, aquí, en Buenos Aires, en nuestro barrio?
Por de pronto ofrecer nuestras manos vacías, como hacía santa Teresita; nuestra
imposibilidad de celebrar la Misa, de encontrarnos para rezar el rosario o el
via crucis. El domingo pasado Jesús nos decía que los verdaderos adoradores son
los que adoran a Dios “en Espíritu y en Verdad” (Jn 4,23). El culto verdadero
es hacer la voluntad del Padre, no pelearse con la realidad sino aceptar con
sencillez, como los niños, lo que toca vivir. Y estar atentos al otro, al que
más le cuesta esta cuarentena por la razón que fuere. Pidamos al Espíritu Santo
ser creativos para detectar y remediar las necesidades de los ancianos, los
enfermos, los pobres, los que por cualquier motivo necesitan una mano. Y
recordemos que la parroquia no es el templo sino la comunidad viva que allí se
congrega. La Iglesia somos nosotros. Si el templo llegara a cerrar, siempre
deberán permanecer abiertas las puertas de la comunidad.
Estas
semanas serán una ocasión privilegiada para renovarnos en la gracia del
bautismo. Estamos unidos en Jesús, nos veamos o no. Tenemos la gracia de
encontrarnos en Él por el misterio de la comunión de los santos. Que nuestra
Madre, María de las Mercedes, nos enseñe a perseverar en la oración y la
caridad con espíritu de familia, llevándonos el corazón los unos a los otros. Y
no olvidemos que Jesús es el Señor, “Él es nuestra paz” (Ef 2,14).
1 comentario:
Jesús, en vos confíamos.
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