Is 55,10-11; Sal 33,4-7.16-19; Mt 6,7-15
Todavía en los comienzos de nuestro camino cuaresmal, la liturgia nos regala un oráculo consolador. La Palabra de Dios no es estéril, no desciende en vano sino que cumple su cometido. Jesús tiene una misión y la realiza, aunque eso signifique desprecio, traición y muerte. Y así como la lluvia no vuelve al cielo sin haber fecundado la tierra, sin haberla empapado, agraciado y transformado; del mismo modo, Jesús no vuelve al Padre sin haber reunido antes al rebaño disperso, sin haber sanado a los enfermos y perdonado a los pecadores.
Pero ya no es agua sino sangre la que cae sobre la tierra, y ya no son espigas las que surgen sino hijos de Dios.
Necesitamos escuchar esta Buena Noticia de Isaías porque a menudo nos cansamos y hasta nos aburrimos de nuestras torpezas recurrentes, de nuestras miserias insulsas. Jesús puede más que nuestro pecado. Nada es más grande que su misericordia. Él puede y quiere hacer de nuestros corazones de piedra, corazones de carne, sagrarios nuevos circuncidados por el Espíritu.
En resumen: se trata de confiar en Dios, no en nuestras capacidades (por muy valiosas que sean). Y eso vale también para la oración. No sabemos pedir lo que conviene. O lo pedimos mal. Estar lejos de casa, perdidos en la noche, desnuda nuestra inseguridad, nuestra ansiedad. Y entonces puede parecernos que hablar más es comunicarse mejor. Pero a menudo es lo contrario.
Rezar no es hablar mucho ni pensar mucho sino entrar en la oración de Jesús. Y permanecer allí. Dejarse rezar, ésa es la tarea, la ascesis fundamental. "Padre... Padre nuestro". Cuanto más complicado se vuelve el mundo, tanto más hay que volver a la sencillez del Evangelio, que es la sencillez del Padrenuestro. Hijos y hermanos en Cristo: ésa es la identidad última, la meta de nuestro peregrinar, el misterio de la fe.
Abadía de S.E.
3 comentarios:
"Dejarse rezar" genial
Volver a la sencillez del Evangelio.
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