Jesús entra en Jerusalén, y nosotros entramos con Él. Pero esta vez la tierra santa no es un lugar, sino un tiempo. Nos disponemos a vivir la semana mayor de la fe cristiana, y le pedimos al Padre que nos regale los sentimientos de su Hijo. Porque reconocemos que en muchos sentidos somos como la multitud del Evangelio, que festeja a Jesús con un entusiasmo sincero, pero bastante inmaduro. Hoy cantamos de corazón “hosanna al Hijo de David”, pero es probable que en pocos días (u horas) nos vean gritando “crucifíquenlo”.
Jesús elige un asno que nadie había montado previamente. ¿Por qué? Porque de ahora en adelante todo es nuevo, inaudito. Y así queremos transitar la pascua: con el asombro de la primera vez, tan propio de los niños. No queremos presumir de sabios, de experimentados, sino que nos entregamos a Dios para que Él nos muestre el camino. Jesús es el Camino, y nadie va al Padre sino por Él. Es un camino noble, exigente, por momentos oscuro, pero que conduce a la paz que supera todo lo que podemos pensar.
Gracias Señor por esta nueva pascua. Gracias por la fe. Gracias por la Iglesia que nos introduce en el misterio de tu amor.
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