miércoles, 25 de diciembre de 2024

Navidad 2025

Celebrar la Navidad es celebrar el cumpleaños de Jesús. Y cuando uno celebra un cumpleaños, no celebra solamente el nacimiento, sino la persona toda. El misterio de Jesús es lo que nos convoca: su infancia, su adolescencia, su madurez, esa capacidad para narrar parábolas, para enseñar con dichos breves y punzantes, esa compasión ante el dolor, la sanación de los enfermos, la humildad en la pasión y el triunfo de la vida en la resurrección. Todo eso es Jesús. Y todo eso es lo que celebramos con inmensa alegría.

Pero como decimos que celebramos toda la vida de Jesús, nos hacemos cargo de que no siempre le damos cabida en nuestro hogar. Como dice admirablemente el Prólogo de San Juan: "vino a los suyos y los suyos no la recibieron". ¿Cómo puede ser que nosotros rechacemos semejante don? Es que recibir un regalo es todo un compromiso: implica estar a la altura. Por eso también ocurre que en nuestra cultura ha bajado drásticamente la natalidad. Tenemos que pensarlo: ¿acaso no tiene nada que ver que la fe baje con que baje la natalidad? Los nacimientos son algo que viene a desinstalarnos. Nos dan mucho más de lo que reclaman, pero en el fondo hay que hacer una apuesta. Y lo que pasa culturalmente, nos pasa a cada uno de nosotros personalmente con el misterio de Jesús.

Muchas veces no queremos que vengan a importunarnos y no nos damos cuenta de que esa es la mayor gracia: sacarnos de nuestros esquemas, descentrarnos, poder poner la mirada no tanto en nosotros, sino en Él, que necesita de nuestra atención y que se nos muestra indefenso. Un recién nacido: Cristo en el pesebre es pura indefensión. Si no lo protegemos, no puede crecer. Y esta indefensión marca tanto el misterio de Jesús que se va a manifestar -potentemente- en la pasión y en la cruz. Ante la humillación, Jesús no elige devolver mal por mal, sino que persiste tercamente en esta actitud de indefensión, de vulnerabilidad porque Él viene a regalarnos la ternura. Dios es ternura. Y no hay manera mejor de mostrar la ternura que en un recién nacido. Y por eso repito: durante toda su vida Jesús va a ser fiel a esta ternura. Lo que vemos en el pesebre no es algo que está destinado a pasar, sino que precisamente es como el ADN de Dios, manifestado en código humano. Esto es lo que significa "la Palabra se hizo carne". El misterio de Dios se hizo hombre para que todos pudiéramos comprender, para que ninguno de nosotros pueda decir "no sé cómo es Dios", en razón de su trascendencia. Porque el Trascendente se hizo cercano, muy cercano. Y tan cercano, tan ordinario, tan cotidiano, que muchas veces lo despreciamos, porque no terminamos de renunciar a la idea que Dios es distante. 

190 ideas de Pastro en 2024 | arte sacro, arte biblico, arte ...

Quisiera cerrara con algo muy sencillo, pero a lo cual es bueno volver. Me refiero al nombre: Jesús. Jesús significa Dios salva. Cuando el ángel impone este nombre, aclara: "porque Él salvará al pueblo de todos sus pecados". Todos tenemos necesidad de que Jesús nos salve, nos rescate. Una manera muy torpe de rechazar a Jesús es decir: yo no tengo pecado. No por nada cuando Jesús regala el perdón a la mujer sorprendida en flagrante adulterio -y dice esa frase famosa: "el que esté libre de pecado que tire la primera piedra"-, los que comienzan a retirarse son los más ancianos, los que han vivido más y son más conscientes de sus pecados, de sus límites, de su insatisfacción. Porque cuanto más uno vive, más se conoce, no solamente en sus facetas oscuras sino también en sus aspiraciones más luminosas Y sabe que todo eso no lo puede realizar por sí mismo. ¿Qué significa que Jesús te salve? Que puede hacer por vos algo que te supera. Puede hacer por vos algo vos no podés hacer. Y cuántas veces nos encontramos como perdidos. De hecho, Adán es el hombre extraviado, incapaz de volver a casa por sí mismo. Adán, que somos todos nosotros, es la oveja que anda errante, que se lastima, que está sin rebaño y sin pastor. Y esta Palabra que se ha hecho carne es la orientación, pero no una orientación intelectual. En cierto sentido sería más fácil pero a la vez más pobre. Dios ha querido rescatarnos, orientarnos en un mano a mano, en un cara cara, en un vínculo personal que ciertamente requiere más, pero a la vez es más digno del ser humano. Pidamos la gracia de bajar la guardia, al menos de deseo, en esta Navidad. Acoger a este Niño, que no tiene nada de amenazante, sino que simplemente nos invita a entrar en su lógica de misericordia.  

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Las estructuras estatales según el Nuevo Testamento

Entre las grandes pasiones del hombre encontramos la religión y la política. Basta saber algo de Historia para comprender que la relación entre ambas no es nada fácil. Y esto vale también para muchos cristianos que, a lo largo de los siglos, no han sabido asumir la novedad de Cristo en esta cuestión. En efecto, los hechos muestran la recurrente confusión de planos. 

Con ánimo de aporta algo de luz, se transcriben a continuación un par de párrafos de Hans Urs von Balthasar.

    Pero, en el Nuevo Testamento, es esencial el hecho de que sobre las estructuras estatales no cae ni un solo rayo de aquella gloria divina que rozaba la teocracia veterotestamentaria y que parecía inseparable de las estructuras de la antigua polis. No existe ni las más mínima sugerencia en el sentido de que el estado pueda configurarse como una especie de reflejo terrestre, de reverbero, de representación de la Jerusalén celeste y de su gloria escatológica. Las estructuras del ordenamiento de la civitas terrestre (como la llamará Agustín) no son nunca «transfiguradas»; por muy fuerte que en la historia de la Iglesia se haga sentir el deseo de una copia terrena del cielo -desde la primitiva teología política que desembocará en Constantino, a las concepciones orientales y occidentales de la Edad Media, y a los intentos recientes de una teología política-, este deseo está desacreditado en el Nuevo Testamento: «La ruptura con cualquier "teología política" que abuse del mensaje cristiano para justificar una situación política, (es) radicalmente un hecho consumado. Sólo en el campo del judaísmo y del paganismo puede darse algo parecido a una "teología política"» [E. Peterson].

Balthasar, Gloria 7, Madrid, Encuentro 1998, 404.


En sí mismo el estado es neutral, pero debe impregnarse de espíritu cristiano. Sus estructuras pueden ser honradas, pero no amadas. No obstante, debe tenerse presente que esa neutralidad puede degenerar en algo monstruoso, o más bien diabólico.

Ahora bien, es muy posible que esta autoridad [estatal] lleguen a ejercerla impíos como lo muestra la situación del Apocalipsis: los reyes de la tierra fornican con la «gran Babilonia, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra», «y los mercaderes de la tierra se han enriquecido con su lujo desenfrenado» (Ap 17,5; 18,3). En las estructuras de la política y de la economía se instala el anti-dios y la anti-gloria: «cuyo dios es el vientre y cuya gloria es la vergüenza» (Flp 3,19). Lo que en la neutralidad podía aun reconocerse como autoridad de Dios se ha vuelto irreconocible por los sentimientos totalmente antidivinos de los poderosos. Es la hora del martirio de los cristianos; con su sangre dan testimonio de su libertad intangible. En el Apocalipsis se describen «las últimas posibilidades del mundo, la profundidad de las cosas que comienza a desvelarse con Cristo»; aquí «el estado, que aparece como bestia, ocupa el último lugar. Se le pone al desnudo como posibilidad del mundo que se autoglorifica» [Schlier]. Es la personificación en esa bestia del colectivo inhumano y la perversión sin más de la Iglesia celeste humano-divina, cuya «cabeza» personal configura como persona a todo el cuerpo.

Balthasar, Gloria 7, Madrid, Encuentro, 405.


martes, 1 de octubre de 2024

Teresita: la rosa entre espinas

Homilía desgrabada. De ahí el estilo coloquial. 

El misterio del Evangelio de Dios en nuestro corazón, y en el mundo entero, consiste en hacerse como niños. Hacerse. Jesús dice: “si ustedes no cambian”, dando a entender que la infancia evangélica es un proceso: consciente, largo, arduo. Nadie llega a la infancia evangélica a los tumbos, sino que es una elección, es un seguimiento, un discipulado. Y Santa Teresita hizo este camino, esta conversión, por más que tuviera algunos rasgos infantiles en su temperamento, ciertamente; porque la infancia evangélica no es simplemente un temperamento aniñado. Es mucho más que eso. 

¿Cómo podríamos sintetizar la gracia de la infancia evangélica que sin duda encarnó Teresita? Inocencia, confianza, ternura.

La inocencia de no pensar mal, de tener un corazón puro, de no ser retorcida. El pecado es una mancha. La inocencia es la blancura. Teresita vivía en esa sencillez, en esa pureza, en pensar bien del otro, aunque era muy aguda -porque los santos siempre son agudos, son perspicaces, no son ingenuos, conocen la maldad, pero de alguna manera es como que ella no los roza.

La inocencia de Teresita se transforma en confianza, en abandono, en entender que no tiene ella que ser grande, sino que el grande es Dios, que quiere hacer cosas grandes en ella también.

Y es lógico que cuando uno vive en la inocencia y en la confianza, sea muy libre para expresar la ternura. Cuando uno va creciendo, se va manchando, se va complicando, se va enroscando. Nos vamos volviendo más escépticos: distantes, calculamos, ultra-verificamos . Y en esa movida también cae nuestra parquedad que, de vuelta, no tiene que ver con una sobriedad temperamental, sino con una incapacidad para mostrar el corazón, que todos lo tenemos amante. Si la definición de ser humano es el corazón, todos, por definición, tenemos amor, no solo para recibir, sino también para dar.

Basta estar con los chiquitos. Qué bueno es eso para el Evangelio. Y es una gracia que Dios le hace a las familias, a las mamás, a los papás, a las abuelas, a las tías. Porque uno, viendo a los niños concretos entiende de verdad el Evangelio. Por ahí uno ve a una mamá y el chico que corretea, y de la nada el chico viene y le da un beso y se va. Uno dice: ¿qué? ¿le quería pedir algo? No: le “pintó” darle un beso a la mamá, le “pintó” ser tierno con ella. Y ese es el camino del Evangelio. Si nosotros pudiéramos ser tiernos con Dios y con el prójimo sin motivo; si pudiéramos tomar en serio la palabra de Dios, abandonándonos, nuestra vida sería ciertamente más feliz. Y eso es lo que nos muestra Teresita. Como todo santo, es una existencia feliz, una existencia plena. Pero eso no significa una existencia al margen del sufrimiento. 

Esta casulla, que después van a ver ustedes que es muy hermosa, tiene la rosa -tan característica de Teresita- y además, muy acertadamente, como una corona de espinas, que es lo propio de las rosas. Como si la planta, podría pensarse, protegiera la flor con las espinas. Es una manera de pensar. La otra manera es que la planta florece atravesando las espinas. Y todos nosotros, como Teresita, estamos llamados a configurarnos con Cristo niño; porque el más niño de todos es Jesús. Pero esa configuración es un camino crucificado. Y Teresita, que alguno podrá pensar que la tuvo muy fácil… no, no la tuvo muy fácil. Perdió a la madre muy joven, y ella estaba tan apegada a su mamá. Y "perdió", entre comillas, a sus hermanas que iban entrando al convento. Y ella las quería tanto que cada uno de esos ingresos era un desgarrón. Y cayó muy jovencita en una depresión. La depresión es dura siempre, pero en una nena es más dura todavía. Y ella tiene esa gracia: que la Virgen le sonríe y a partir de entonces recupera la alegría. Pero toda su vida fue ofreciéndose, entregándose, y por momentos ese amor tan tierno del Señor Jesús se eclipsa, desaparece. 

Uno podría pensar: ¿no es acaso al revés? ¿No es acaso que cuanto más amigo de Dios sos, más brilla el sol? Sí, el sol brilla pero llega un momento donde brilla tanto que te ciega. Y llega un momento en que la confianza es tan grande, que necesita acreditarse despojada de consuelos sensibles. Y así fue el fin de Teresita, como el de tantos otros santos. Con una cierta oscuridad. Una oscuridad que ella asumió por solidaridad con los pecadores. Cuando alguien quiere mucho, quiere estar junto a esas personas Y Teresita experimentó la solidaridad no sólo con los "buenos", sino también con los "malos". Como Cristo, que no vino a buscar a los sanos, sino a los enfermos. Pero eso de “hacerse todo a todos”, como diría san Pablo, eso de ser solidario, de entrar en comunión sin distinción, tiene un precio. ¿Vos querés sentir con los malos? Vas a sentir en serio con los malos. Vas a sentir el frío de la lejanía de Dios. Y todo eso ella lo atravesó en la fe, en la caridad y en la esperanza. Por eso la rosa, que ella misma es, es una rosa que está entrelazada con espinas: dolorosas, pero que culminan en el gozo de la contemplación de un rojo intenso, de un rojo caridad que es la Trinidad misma.

jueves, 26 de septiembre de 2024

Semillas de la Palabra

Con motivo de su nueva película, el director Luis Ortega esboza un breve manifiesto del arte como expresión de trascendencia. Y así ofrece un bello testimonio de la profundidad del alma humana, que busca eternidad más allá del bienestar económico. Por eso está dispuesta a sacrificar seguridades , como el crédito social, con tal de acercarse a la salvación -aunque no esté claro lo que eso signifique. Tanteos de este tipo nos muestran que la Palabra sigue resonando, en germen, a la espera del florecimiento pleno que sólo el encuentro con Cristo puede regalar.

"... pero sí creo que en que nosotros, como personas, tenemos el derecho de dar un paso al costado y decir que no vamos a formar parte de un mundo que no ofrece ningún contenido espiritual que pueda ayudar a salvarnos. Todo esto tiene un costo económico y social, pero también un beneficio profundo, que es hacer contacto con lo que uno es en realidad. Si hay algo que propone la película es entrar en contacto con lo desconocido, con el infinito. El viaje no se termina cuando te morís ni empieza cuando nacés".

Luis Ortega, Diario La Nación, 26 de septiembre de 2024. 

martes, 24 de septiembre de 2024

Cuando la católica parece provinciana

En su versión más pura, el teólogo cumple una misión profética -con todo lo que eso implica. Comunicar la Palabra de Dios no siempre es una tarea gratificante, sino que a menudo conlleva el descrédito propio de un desubicado, cuando no de un retrógrado. Pero en realidad es lo contrario: el profeta vive en el eterno presente de Dios, y la incomprensión no se debe a que él esté retrasado sino más bien adelantado a su tiempo. O quizás mejor: no está retrasado ni adelantado, sino perfectamente inserto en su hora, que es la hora del Padre, ésa que sus contemporáneos no terminan de comprender. 

Todo esto vino a mi mente al leer las líneas que ahora transcribo. Pertenecen a Hans Urs von Balthasar. Tengamos en cuenta que el texto fue publicado en 1956. 

Partiendo de este fenómeno fronterizo entre Iglesia y mundo, en que se une el contenido cristiano relativamente más fuerte que entra en el mundo, con la protesta más enérgica contra la que se ha abandonado, se advierte con la mayor claridad la relación de ambas unidades. Pues son dos, efectivamente, y en esto radica hoy más que nunca el escándalo de la Iglesia católica. Ella no se deja subsumir, como en definitiva cualquier otro fenómeno religioso, bajo la unidad del problema de la Humanidad; no se deja relativizar. En medio del tiempo y la historia, presenta una exigencia de absoluto. Los bienintencionados con ella, al mismo tiempo que la alientan benévolamente, le arrebatan todos sus bienes y tesoros que pretenden poder usar: los tesoros de la interioridad y la mística (Otto, Nigg), los tesoros de las formas exteriores y el poder civilizador (Mauras, Schweitzer); todo se lo quitan, menos esa insoportable pretensión de absoluto. Ella está cada vez más aislada con su pretensión, y pronto lo estará del todo, quedándose solitaria. Incluso Rusia y América forman sólo unas contraposiciones relativas, que, si se modifican las constelaciones del poder, pueden reconciliarse de la noche a la mañana. El Extremo Oriente no opone al diálogo de las grandes potencias ninguna exigencia absoluta, sino solamente la de una mayor profundidad para responder a la pregunta: «¿Qué es el hombre?». Sólo la unidad católica no se ensambla básicamente en una unidad de la Humanidad. La que todavía aparecía hace poco como el principio de la unidad del mundo, parece rápidamente, en breves siglos, haberse convertido en su antípoda, en la perturbadora de la paz y la aguafiestas de esa unidad. Las grandes conferencias unitarias protestantes, que cada vez superan mayores tensiones y digieren mayores diferencias, metiendo en un mismo saco todos los matices, desde el cristianismo más liberal al más ortodoxo, ponen de relieve como nunca el «espléndido aislamiento» de la Iglesia católica, tanto respecto a todas estas cristiandades cuanto también respecto al conjunto de la Humanidad (con el cual aquéllas se saben en íntimo contacto). También entre el protestantismo y la ortodoxia rusa ha sido siempre posible un entendimiento, y ya está en marcha de muchas maneras. Así, a última hora, será la cristiandad protestante la que recibirá al gloria de haber contribuido decisivamente a la unidad del mundo civilizado, mediante su amplitud liberal y su capacidad de acomodo; más aún, la gloria de haberla formado. Ella llegará a ser la religión cosmopolita, frente a la cual la Iglesia católica da la sensación de hacerse provinciana.

H.U. von Balthasar, El problema de Dios en el hombre actualMadrid, Guadarrama, 1966, 179-180.

El escándalo de una Iglesia relegada al margen por su "intransigencia" en orientar(se) a Dios es la consecuencia de su configuración cristiana. Corresponde, en efecto, que la Esposa comparta la suerte del Esposo. Por eso la Católica, la universal que ve más allá de todos los registros mundanos, acaba arrinconada como si fuera una comunidad estrecha de miras, encerrada en criterios perimidos. Pero es al revés. Es exactamente al revés. También Cristo padeció el rechazo y la burla. También Él, siendo Mesías, fue tratado como un impostor. Un don nadie. El que congregaba multitudes fue quedando solo. Su lenguaje resultaba duro, imposible de dirigir. Y así murió: como un paria. Sin embargo acabó triunfando. El descartado devino finalmente fundamento y raíz de toda comunión. Pero no lo hizo cediendo al coro de los que le pedían ser más sensato, o sea más mundano, sino por su fidelidad incondicional al Padre, por su amor hasta el extremo, por su capacidad de ofrecerse por aquellos mismos que lo entregaban. Ave crux, spes unica. Salve cruz, única esperanza. 

domingo, 31 de marzo de 2024

Vigilia Pascual 2024

 La tercera es la vencida, dice el refrán. Y aquí estamos reunidos, congregados por tercera vez, respondiendo al llamado de nuestra Madre, la Iglesia. Primero fue la intimidad de la cena, con el don de la Eucaristía y el lavado de los pies. Luego vino la crueldad de la pasión y la muerte en Cruz. Pero hoy celebramos la victoria más grande que se pueda imaginar. Celebramos la Resurrección de Jesús. Digámoslo una vez más: hacemos memoria viva de estos acontecimientos. La liturgia católica no consiste en ritos vacíos. Lo nuestro no es una función trasnochada, simpática pero en el fondo patética. En cada celebración se actualiza el Misterio, se lo re-presenta en sentido literal. Sí: la salvación se hace presente aquí y ahora. En la liturgia, por la fe, somos contemporáneos a todos los hombres. Como canta el pregón pascual: “Esta es la noche en que sacaste de Egipto a nuestros padres… Esta es la noche en que Cristo rompió las ataduras de la muerte”. Efectivamente, esta noche resume el pasado y anticipa el futuro. Esta noche es el punto de convergencia de toda la historia, porque esta es la noche de Cristo, en quien, por quien y para quien todo existe. Él es alfa y omega, principio y fin, a él pertenecen el tiempo y la eternidad.

 

Esta vigilia es un desborde por donde se la mire. ¡Habría tanto para comentar! Y sin embargo está bueno experimentar que no nos alcanza el tiempo, porque Dios siempre es más grande. 

 

La oscuridad del comienzo nos hizo vivir, al menos por unos minutos, el drama de nuestro pecado. La noche dejó de ser una referencia cronológica para convertirse en una imagen espiritual. Ya no había rostros familiares, sino una masa anónima, despersonalizada. Cuántas veces hemos caído en la tiniebla por alejarnos de Dios, de sus consejos sabios y de su mirada amorosa. Sin él todo resulta confuso, caótico, como si la creación retrocediera involucionando hacia la nada misma. 

 

Todos nosotros hemos hecho (y hacemos) mal uso de nuestra libertad; y entendemos lo que eso conlleva: culpa, vergüenza, temor y tristeza. Pero Jesús nunca pecó. Él nunca desobedeció al Padre ni fue mezquino con el hermano. Y sin embargo cargó con nuestro pecado, voluntariamente, por amor. Un amor que supera nuestra comprensión. Ese amor lo llevó a sumergirse en los abismos más espantosos del corazón humano. Es importante entender desde ahí, desde esa podredumbre que infestaba su conciencia inmaculada, la angustia que sintió en la pasión. Su “tristeza de muerte” era la tristeza propia del pecado, de nuestro pecado, que él asumió como propia, a fin de devolvernos la alegría verdadera. Hizo la experiencia –absolutamente contradictoria para él– de la excomunión. Ese fue el mayor sufrimiento. Un sufrimiento más agudo que cualquier dolor físico. Pero bebió el cáliz hasta el final. Y porque la cosa iba en serio, murió realmente y descendió a los infiernos. Tocó fondo. Se dejó devorar por la noche. Entonces lo dimos por perdido. No había nada que agregar: el cadáver era prueba suficiente de su derrota. 

 


Sin embargo, aquí está de vuelta entre nosotros. La piedra está corrida y el sepulcro está vacío. No sabemos ni necesitamos saber cómo ocurrió. Sólo sabemos que el amor del Padre lo rescató. Jesús esperó contra toda esperanza y no fue defraudado. Él es la luz que vence la tiniebla, la luz que inunda nuestra Iglesia. Esta es una noche de alegría porque en él, todos hemos resucitado. En un mundo amargado, tenemos la mejor noticia. Cristo nos devuelve la paz porque ha blanqueado nuestras almas con su sangre. La alegría verdadera es la inocencia del Cordero. Y nosotros comulgamos con él. Por eso celebramos en cualquier circunstancia. Porque con Jesús pasamos del pecado a la gracia, esto es, del egoísmo a la entrega, de la soledad a la comunión, de la violencia a la mansedumbre, de la mentira a la verdad, de la queja a la gratitud. Cada una de estas pascuas es un canto a la vida. En cada una de estas transiciones está el secreto de la alegría de Jesús. 

 

Pero la pascua no es sólo un acontecimiento, sino también un estilo, una dinámica permanente. Un gran teólogo contemporáneo pone en labios de Jesús estas palabras: “¿Vas a gozar de tu libertad, mientras muchos de tus hermanos se marchitan en su propia cárcel? ¿O vas a ayudarme a liberarlos de sus ataduras? ¿Vas a ayudarme a compartir con ellos su prisión?” (Balthasar). Quien de verdad resucitó con Cristo no le tiene miedo a la muerte, a ningún tipo de muerte. ¿Estamos dispuestos a dar la vida por los demás? ¿Estamos dispuestos a lavar los pies de todos, aunque algunos no valoren el gesto, sino que se burlen y nos maltraten al vernos postrados a sus pies? “Jesús se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”, dice san Pablo. Somos cristianos si con Cristo asumimos el riesgo de adentrarnos en la noche de este mundo para llevar la luz de Dios. Somos cristianos si nos jugamos por los otros, especialmente por los que menos amor inspiran. Esto fue lo que nos enseñó Jesús en la última cena, a modo de testamento espiritual, ratificándolo luego con su cuerpo y su sangre en la Cruz: “Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes (…) Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican” (Jn 13,15.17).

viernes, 29 de marzo de 2024

Jueves santo 2024

Gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo por el don de la vida, por el don de la fe y por regalarnos una vez más la posibilidad de celebrar la Pascua de Jesús. Y de poder hacerlo litúrgicamente, con la Eucaristía. Por eso, también es justo y necesario que demos gracias a Dios por el sacerdocio en la Iglesia. Ya esta mañana los sacerdotes nos reunimos junto al arzobispo, para renovar nuestras promesas y volver a experimentar el llamado y la unción que nos consagró para siempre, como ministros del altar y de la misericordia, a imagen de Cristo Buen Pastor. Pensemos, entonces, en tantos hermanos cristianos que no tiene la gracia de la Misa o de la confesión, ni siquiera en estos días santos. Y recemos por las vocaciones sacerdotales: las que se están formando y las que todavía no despertaron.

 

En este jueves santo las lecturas insisten en la necesidad de hacer memoria. Evidentemente, Dios sabe lo que hace. Porque la memoria habla de raíces que configuran la identidad. Sin memoria perdemos referencia y nos desdibujamos. Pero no se trata de una memoria rancia, ni privada, ni meramente mental, sino de una memoria viva, una memoria ritual que vibra al calor de la comunidad, y que está hecha de palabras y silencios, oraciones y cantos, gestos y posturas, luces y flores, colores y perfumes. Celebrar la fe es importante, es muy importante. Nuestra cultura, y también nuestra Iglesia, tienen por delante el desafío de redescubrir la fuerza de la liturgia, que no por ser simbólica es menos real. En la liturgia pasan cosas, más aún, pasa Dios. Y cuando Él pasa, todo se transforma. Queridos hermanos: empecemos el Triduo santo con alegría, entendiendo que la memoria litúrgica no es una evocación vaga sino un verdadero encuentro. Que podamos celebrar de corazón, sin prisa, para la gloria de Dios. Dejemos el narcisismo. Corrámonos del centro. Cortemos con la lógica de la utilidad que nos vuelve mezquinos. Santifiquemos las fiestas y ellas nos santificarán a nosotros.

 

La memoria de hoy tiene dos polos que se retroalimentan: la institución de la Eucaristía y el mandamiento del Amor. 

 

Jesús preside la última cena con sus discípulos en el marco de la pascua hebrea. También Él, como hijo de su pueblo, hace memoria solemne y agradecida de la mano de Dios, que misericordiosamente liberó a Israel de la esclavitud de los egipcios, y del golpe exterminador que se cobró la vida de los primogénitos. En esa ocasión, el signo de la gracia había sido la sangre del cordero. Esa era “la pascua del Señor”. Pero ahora Jesús instituye Su pascua. No lo hace de espaldas a la historia, sino de cara a ella. No reniega de la alianza con Moisés, sino que la honra radicalizándola, es decir, amando hasta el fin, hasta el extremo. La salvación ya no consiste en un cambio de orden político, jurídico o sociológico, sino en una liberación mucho más honda, más decisiva. En Cristo Dios nos salva del pecado, y así también de lo que la Escritura llama “muerte segunda”, que es una muerte mucho más triste que la muerte biológica, porque es la muerte definitiva, la muerte al Soplo del Espíritu. ¿Y cómo se da ese milagro? Dios pasa por alto nuestros pecados, los perdona, gracias a la nueva señal, que es la sangre del nuevo Cordero, el Cordero inocente, que no es un animal, sino un hombre, más aún, un hombre-Dios. Sí, Dios se hizo hombre para asumir nuestro pecado, para ocupar nuestro lugar, para sanar nuestra violencia con su mansedumbre. Para eso se encarnó el Hijo y para eso murió. Y todo este gran Misterio, no sólo lo anticipó en la cena, sino que también lo dejó a disposición nuestra en el sacramento del pan y el vino. Hoy celebramos la institución de la Eucaristía, que es el don del Cuerpo y la Sangre de Jesús, partido y derramado por nosotros, por el perdón de nuestros pecados, para que podamos comulgar con Él, y en Él, con el Padre y el Espíritu, y con todos los hombres, y con toda la creación. ¡Bendito seas Señor!

 

 

Junto con la Eucaristía Jesús instituyó, como su reverso, el mandamiento del Amor. En la misma cena el Maestro realizó un gesto escandaloso, un gesto de abajamiento insólito: se quitó el manto, se agachó y empezó a lavar los pies de sus discípulos. El despojo de su vestidura es una imagen elocuente de un despojo de otro tipo: Jesús renuncia a sus privilegios para cumplir la tarea propia de un esclavo. No sólo siendo Dios se hace hombre, sino que siendo Santo “se hace pecado”, como dice san Pablo en una expresión tremendamente audaz (cf. 2 Co 5,21). Y todo eso, no lo hace con desgano, sino con cariño. No lo hace a regañadientes, con esas quejas tan nuestras, toda vez que nos sorprende alguna injusticia o un mínimo contratiempo. Jesús está convencido de dar la vida por nosotros, que lo traicionamos y lo negamos. Jesús está de acuerdo con la voluntad del Padre y el Espíritu, porque el corazón de la Trinidad es amor, y el amor es donación. La vida crece con la entrega; no la entrega forzada de los asalariados, sino la entrega libre de los hijos. 

 


Lo mismo que Pedro, muchas veces nos resistimos a tanto amor. Nos cuesta ver a Dios lidiando con nuestra mugre. Quisiéramos ahorrarle ese disgusto. Pero para Él, para el Buen Pastor, no hay alegría más grande que rescatar a su oveja perdida y curarle las heridas. Semejante misericordia, semejante amor, exige un salto de fe. Cuánta verdad en las palabras de Jesús a Pedro: “No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás”. Sí, Pedro lo comprenderá en Pentecostés, mediante la efusión del Espíritu y la humilde aceptación de su pobreza. Pidamos entrar más y más en el amor de Cristo. Pidamos comprender este misterio, no tanto con la cabeza, sino más bien con el corazón. Y la prueba de eso, el termómetro de eso, será la caridad concreta con los demás: “Les he dado el ejemplo para que hagan lo mismo que Yo hice con ustedes”.

 

Terminemos como empezamos: dando gracias por tanta luz y digamos con el salmista: “¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo? Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor”. Jesús entre nosotros: éste es el Misterio de la Fe, éste es el Misterio del Amor. 

 

domingo, 24 de marzo de 2024

Ramos 2024

Las lecturas del Domingo de Ramos nos ofrecen cuatro puertas de entrada a la Pascua del Señor Jesús, a saber: una imagen, una lógica, una actitud y un estilo. Habrá otras, sin duda, pero hoy nos dedicamos a éstas. 

Una imagen. El Domingo de Ramos puede compararse a los trailers del cine, esos avances de las películas que nos muestran anticipadamente algunas escenas representativas. Allí no está todo dicho, pero queda claro el tono del film. Lo mismo pasa hoy. Con las distintas lecturas, la Iglesia empieza a disponer nuestros corazones para el gran Misterio.

Una lógica. En Betania una mujer se acerca a Jesús y derrama sobre su cabeza un perfume costosísimo. Entonces los presentes se indignan. Lo ven como un derroche. Pero Jesús la defiende. Porque ella no sólo ha realizado un gesto profético - el de la unción fúnebre -, sino que ha puesto de manifiesto la lógica misma del amor divino, una lógica de la sobreabundancia, de una santa desmesura, de la cual Cristo es el ejemplo más cabal.

Una actitud. El profeta Isaías nos regala la confesión de un enigmático Servidor de Dios, que es débil y fuerte a la vez. La declaración es breve pero sustanciosa. Rescatemos hoy estas pocas palabras: "no me resistí ni me volví atrás". Que sea éste nuestro modo de vivir la Semana Santa: asumiendo el Misterio en su integridad, sin recortes ni atajos ni regateos. Que podamos transitar con Jesús, en la verdad, todas las estaciones de su camino de amor, tanto las más oscuras como las más luminosas.  

Un estilo. Jesús pide a dos de sus discípulos que le busquen el asno con el que habría de entrar en Jerusalén. Podría haberlo hecho él mismo, pero quiso asociar a los suyos en el cumplimiento de la profecía de Zacarías. La salvación es obra de Dios, pero eso no quita que el tenga pensado para cada uno de nosotros una misión. El cristianismo busca la integración como reflejo de la reconciliación humana y la comunión divina. Pidamos la gracia de ocupar el lugar que nos asignó el Padre en su Providencia, de representar el papel que nos toca, no sólo en esta Semana Santa sino en la trama más amplia de la historia.