Será esta noche. O quizás mañana temprano. Me pondré delante del
pesebre para adorar a Jesús. Al principio, sin palabras, sin cantos, sin
pensamientos. Sólo mi presencia y un silencio reverente. Luego le diré que lo
quiero y que lo necesito. Y le daré gracias por haber venido de tan lejos, por
haberse molestado (esta vez sí que hacía falta).
Pediré a María y a José que me
enseñen a cuidarlo; a defenderlo, sobre todo, de mis propias salvajadas. Tomaré
conciencia del regalo de la fe y alabaré a Dios por el don del bautismo, de la
eucaristía y de la confirmación. Y por todo lo demás. ¿Qué tengo que no me
haya sido dado en Cristo? (1 Co 3,21-23). Finalmente, me arrodillaré. Me haré
chiquito y pobre como un bambino. Dejaré a un lado toda mi soberbia y mi
prepotencia mundana. Por un instante estaré indefenso y desearé ser humilde
como un lactante. Entonces, le daré un beso tierno. Y en ese beso cabrán todos:
la Trinidad y los santos, familiares y amigos, vivos y difuntos, la gente que
defraudé y la gente que me hirió. No habrá cuentas pendientes sino comunión profunda y reconciliación. Será un ósculo de paz sincera y fuerte: una
nueva creación. Ya lo dijo Pablo: "él es nuestra paz "(Ef 2,14).
Ahora te invito a que te sumes a esta gimnasia navideña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario