Is 43,16-21; Sal 125,1-6; Flp 3,8-14; Jn 8,1-11
En la Palabra de hoy Dios habla con una autoridad que es consuelo. “Así
habla el Señor:
el que abrió un camino a través del mar…” (Is 43,16). Lo que se nos impone
como límite infranqueable ya no es el Mar Rojo, sino el mar de nuestras culpas
que nos abruman. No nos persiguen los egipcios sino un ejército de
remordimientos que luchan por ahogarnos en la vergüenza. Pero Dios abre un
camino y ése camino es Jesús: “Yo soy el camino” (Jn 14,6).
“Yo estoy por hacer algo nuevo” (Is 43,19). Luego del drama del pecado Dios propone y
hace posible un cambio radical, una nueva creación. El perdón de Jesús es mucho
más que cancelar una deuda, es un renacimiento. "Tu hermano estaba muerto y ha
vuelto a la vida” (Lc 15,32).
El Evangelio nos dice que unos escribas y fariseos presentan a Jesús una
adúltera. Quieren ponerlo a prueba. Creen honrar a Dios pero lo han olvidado.
No les interesa la santidad de la Ley, ni la suerte de esa mujer. Ellos buscan
un motivo para atrapar a Jesús. El caso es difícil. La mujer no tiene excusas
pues ha sido sorprendida en “flagrante adulterio”. ¿Qué dirá Jesús? ¿Por quién tomará partido? ¿Por la Ley o por la mujer? La misericordia rinde examen. El artilugio ha logrado
sentar al Juez en el banquillo.
Jesús calla. Calla como luego hará con Pilato (Jn 19,9). El silencio es una
invitación a la sensatez. Y una muestra de señorío. Su vida ya está entregada
al Padre y a su hora. Es manso y humilde de corazón pero sabe hacer frente a
la embestida. Se inclina para escribir sobre la tierra con el dedo. En cierto
sentido se evade. Gana tiempo, no para sí sino para el resto. Pero el silencio
despierta la ansiedad de los hipócritas. Ellos insisten forzando una respuesta.
“El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra” (Jn 8,7). Las palabras
atraviesan los siglos con la frescura intacta. Somos todos pecadores. Sólo Dios
es Juez. Habrá diferencia de grado pero esencialmente estamos envueltos en el mismo
barro. En su audacia característica Pablo dirá: “Dios encerró a todos los
hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia” (Rm 11,32).
Jesús vuelve a inclinarse. Se hace pequeño. Es un niño: no le gustan esos
juegos de grandes. Lentamente, todos se retiran, uno tras otros, comenzando por
los más ancianos. Los años enseñan cuán débil es la carne y qué misteriosas son
nuestras vidas.
Una vez que todos se han ido se reincorpora. Y absuelve: “Yo tampoco te
condeno. Vete y no peques más” (Jn 8,11). Misericordia no es ambigüedad. Jesús llama a
las cosas por su nombre y exige conversión. Alguno podría preguntar: ¿tan
fácil? ¿no hay penitencia? La mujer ya tuvo su penitencia. No fue tanto la
humillación pública sino el silencio y la mirada limpia de Jesús. La bondad
suprema desnuda nuestros pecados haciéndonos doler el alma.
Resta una aclaración. El perdón sepulta el pecado. Hay que saber dar vuelta la página. "No se acuerden de las cosas pasadas" (Is 43,18). Lo mismo dice Pablo: "olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante" (Flp 3,13). Jesús vino a liberarnos del tiempo perdido. No quedemos atrapados en lamentos inútiles -como la mujer de Lot (Gn 19,17.26). "Quien pone la mano en el arado y mira para atrás no sirve para el reino de Dios" (Lc 9,62). La humildad está en sacudirse el lastre para correr mejor. En cambio, el que no puede desprenderse de su pecado delata una soberbia larvada. Como si su falta fuera más importante que el amor de Dios. Como si no pudiera perdonarse lo que Dios ya perdonó.
Y el barro de los caminos no
debe manchar las baldosas de la iglesia.
Pero una vez hecho eso, una
vez que se ha limpiado los pies antes de entrar,
Una vez que ha entrado, ya no
piensa a cada instante en sus pies,
Ya no mira en todo momento si
tiene los pies bien limpios.
Ya no tiene corazón, ya no
tiene mirada, ya no tiene voz
Más que para ese altar en el
que el cuerpo de Jesús
Y el recuerdo y la espera del
cuerpo de Jesús
Brilla eternamente.
Basta con que el barro de los
caminos no haya cruzado el umbral del templo.
Con mucho cuidado, muy bien
limpiados, y no hablemos más de ello.
No se está siempre hablando
del barro. No es limpio.
Transportar dentro del templo
la memoria incluso y la inquietud por el barro
Y la preocupación y la
idea del barro
Es una forma de transportar barro dentro del templo
Ch. Péguy, El misterio de los santos inocentes
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