La mujer entra al vagón del subte despreocupada, ligeramente
alegre. Lleva una rosa en su mano y no piensa sino en aquellos alumnos con los
que ha compartido el año que ahora termina. De la nada, un hombre le dirige la
palabra. –¿Esa rosa es para María?–. La
mujer duda. En el fondo siente que bebe su propia medicina. Todavía sin hacer
pie responde un poco descolocada: –No… pero podría ser–.
El hombre no sabe que esa mujer es catequista y menos sabrá lo que
su insólita pregunta ha desencadenado.
El Señor viene ahora a nuestro encuentro
en cada hombre y en cada acontecimiento
Prefacio de Adviento II
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