lunes, 20 de agosto de 2007

Cómo ser mujer hoy*


¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho,
sin compadecerse del hijo de sus entrañas?
Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido (Is 49,15)


Ante todo quiero decir que celebro el hecho que unas jóvenes se planteen el cómo ser mujer hoy. En el fondo se trata de una cuestión de identidad que, como todas, no es fácil de abordar; requiere valentía y una dosis de madurez para encarar un proyecto (en vez de dejarse llevar por la marea de la inercia colectiva).

Hoy experimentamos una cierta cultura unisex. Se vive mucha ambigüedad tanto en las vestimentas como en los comportamientos. Y esto ha dejado de ser un fenómeno reservado a algunas pocas propagandas transgresoras, para ser un hecho de la calle. ¡Qué triste no saber quién tengo delante! Miramos con detención y no logramos distinguir si es varón o mujer. ¡Cuánto más triste para la propia persona que no logra expresar su sexualidad! La psicología sabe, pero basta con la mirada atenta, que la ambigüedad genera angustia. Y en un tema tan decisivo como la identidad sexual, esto no puede sino acarrear notorias consecuencias.

* * *

A veces los pasos más básicos son los que más tardamos en dar. Si queremos saber quiénes somos correspondería preguntarlo a nuestro Hacedor. Es en estos temas donde vuelve con vigor la actualidad e importancia de la fe en el Dios creador. Leemos en Gn 1, 26-27: “Y dijo Dios: ‘Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra... Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó”.

La cuestión sería entonces descubrir cómo cada mujer hace presente hoy esa imagen de Dios que es. Porque Dios se quiere valer de cada uno de nosotros para revelar algo de su hermoso misterio. ¿Qué y cómo refleja el ser mujer el ser de Dios? Estamos ante la conciencia de un don que se vuelve compromiso.

Ahora bien, si se me pide unas palabras sobre el tema es porque ya no resulta tan evidente qué es lo característico de la mujer. Su rol – como el de tantas otras realidades- está virando vertiginosamente y, aunque todavía no sabemos dónde habrá de terminar, necesitamos hacer pie. ¿Podemos descubrir lo inmutable del ser mujer?

En esto nos favorece enormemente nuestra antropología bíblica, es decir profundamente unitaria. En efecto, mirando el cuerpo tocamos el núcleo íntimo de la persona, y podemos así obtener una primera (y fundamental) pista. Toda mujer tiene un recordatorio mensual de su llamado a la maternidad. Esta obviedad ha sido eclipsada de tal modo que nos es necesario re-cordarla (= volver a pasar por el corazón).

Podemos preguntarnos: ¿Cómo es que la esterilidad, que desde siempre fue un drama (e incluso una maldición), es hoy algo buscado? Entre las múltiples respuestas que caben a este verdadero enigma, y que no pretendemos responder se encuentran la pretendida “realización” profesional y anhelos de cómodas “libertades”. En un mundo donde todo se pretende controlado, donde ya no vivimos el milagro de la vida como don, es difícil escuchar la confesión de la madre de los siete hermanos: “Yo no sé cómo aparecieron en mis entrañas, ni fui yo quien les regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno” (2 Mac 7,22).
Con todo, creo que no podemos eludir el siguiente interrogante: ¿Tienen las mujeres de hoy miedo a la maternidad? ¿Dónde quedaron esos juegos infantiles, esos sueños de juventud?

Ciertamente la maternidad no es empresa fácil. Quizá sea mucho más sencillo liderar una multinacional. Porque no se trata de números, ni de un trabajo a reglamento. La maternidad no conoce horarios. Involucra afectos, es decir, pide la totalidad de la mujer. Es más entregado, es más sacrificado, pero es más lindo y nadie podrá quitarle a una madre la alegría de haber engendrado vida. La madre ya no vive para sí, sino que se sabe ligada (por un cordón mucho más fuerte que el umbilical) al hijo que ha dado a luz. Está expuesta. En cierto sentido está indefensa porque es totalmente vulnerable a lo que de ese crío suyo venga. Y a veces los hijos hacemos sufrir a nuestras madres. Por eso, y por la conciencia de un rol que siempre queda grande puede haber miedos. Hace falta entonces magnanimidad -alma grande-, y en clave creyente, confianza en el Señor; pero quien apuesta por ello nunca se arrepentirá.

¿Quieren comprobar que ésta es su misión, su modo de ser mujer? Es sencillo. En los últimos 50 años no ha habido otra mujer con un carisma, con un liderazgo natural, con una admiración universal como Teresa de Calcuta. Y la llamaban “Madre Teresa”, y en India “Madre” a secas. El mundo necesita madres, ése es el rostro femenino del misterio de Dios. No es una conclusión de laboratorio, es la realidad que nos grita su sed de ternura. Cada madre es ternura, delicadeza, amor fiel que permanece[1], que prefiere el gesto a la palabra (Mc 14,3ss), y el estar más que el hacer (cfr. Jn 19,25). La mujer es sinónimo de delicadeza, del detalle que conmueve y de la empatía que se deja conmover. En un mundo tan frío, tan áspero e indiferente como el nuestro, cuánta falta nos hace la conmoción del que vibra con el otro (sea en la alegría, sea en el dolor). Y ésta es una actitud muy de Dios (Mc 6,34; Lc 10,33 etc.).

Los hebreos lo vieron claro. En su lengua eminentemente concreta describieron la misericordia de Dios, su ternura con una palabra muy particular. Rahamim significa literalmente “entrañas maternas”, derivado del singular “útero”. Y de hecho es así como el mismo Dios se presenta a sí mismo (Ex 34,6). Por otra parte una doctora de la Iglesia como santa Teresita dice: “La obra maestra más hermosa del corazón de Dios es el corazón de una madre”[2].

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El varón se hace bien varón frente a una mujer bien mujer. Y viceversa, la mujer se hace bien mujer frente a un varón bien varón. Volvemos a la cuestión introductoria de la identidad y la definición. Pero agregamos el matiz de la complementariedad que podemos rastrear en la Escritura: “Dijo luego el Señor Dios: ‘No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada’” (Gn 2,18); y entonces la respuesta del varón: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (2,23).

Todo lo que decimos no pretende etiquetarnos, y mucho menos eximirnos de determinadas cualidades según el género. La idea es más bien descubrir en qué cosas ha de llevar la delantera la mujer, para que los varones podamos aprender entusiasmándonos con el ejemplo femenino. Varones y mujeres nos necesitamos mutuamente para ubicarnos, para crecer en nuestras diferencias que lejos de lastimar nos potencian sacando lo mejor de cada uno. A la mujer le cabe la siguiente pregunta: ¿te encontraste con ‘el’ varón: Jesús? Sin encuentro con Él algo habrá de faltarte. Buscalo, dejate seducir (Jer 20,7) por el que te busca con la más pura de las intenciones. Dejate encontrar y animate a gustar de la Palabra del que te hará más mujer que ningún otro. Leé el Evangelio... mirá y hacé la experiencia de otras discípulas suyas: María Magdalena (Jn 20), la samaritana (Jn 4), la pecadora perdonada (Jn 8), las seguidoras ricas (Lc 8), las dos hermanas – Marta y María- (Lc 10), por poner sólo unos ejemplos.

De María no hemos dicho nada, sino sólo aludido a ella por una cita. Es que su maternidad, que es modelo constante, merecería todo un capítulo entero. Por eso, la invocamos al cierre de esta breve reflexión. Pedimos tu intercesión Madre para que muchas mujeres se animen, y con ganas, a imitarte en la vocación por la cual te “llamarán feliz todas las generaciones” (Lc 1,48).

A. F. D. C.
Septiembre de 2006

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A modo de apéndice transcribimos un párrafo del poeta Rilke que en unas pocas líneas abre más de una perspectiva para seguir pensando (¿y discutir?) el tema ya presentado. “Tal vez exista por encima de todo una vasta maternidad como anhelo común. La hermosura de una virgen, de un ser que (como usted tan bellamente dice) ‘no ha rendido nada todavía’, es maternidad que presiente y se prepara, teme y ansía. Y la belleza de la madre es maternidad servidora, y en la anciana hay un gran recuerdo. Y también en el hombre hay maternidad –me parece- espiritual y física; su engendrar es asimismo, una manera de dar a luz; y hay alumbramiento cuando crea de su íntima plenitud. Tal vez los sexos sean más afines de lo que se piensa, y la gran renovación del mundo consistirá, quizá, en que hombre y doncella, liberados de todos los sentimientos y desplaceres se busquen no como contrarios sino como hermanos y prójimos, y se asocien como humanos para sobrellevar sencilla, grave y pacientemente el arduo sexo que les ha sido impuesto”; Cartas a un joven poeta: IV [Bremen, 16 de julio de 1903], Bs. As., 1953, págs. 31-32.

* A pedido de unas amigas para uno de sus encuentros de “círculo” semanal.
[1] “Permanecer”es uno de los verbos preferidos por san Juan para expresar la actitud del discípulo, y simultáneamente recuerda el ‘amor fiel’ que es muy propio del Dios que nos revela la Palabra de Dios (Ex 34,6) .
[2] Carta 138. La frase no es suya, es una cita pero ella la suscribe plenamente.