jueves, 28 de diciembre de 2023

Santos inocentes (28.XII.2023)

 La fiesta de hoy es un escándalo. Pero un escándalo de luz, un escándalo cristológico que pide un salto de nivel, un salto de fe. Porque "la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres". "Feliz aquél para quien yo no sea motivo de tropiezo", dice Jesús.

Es preciso reconocer la audacia de la Iglesia que celebra a los Santos mártires inocentes; y encima en la octava de Navidad. Es la audacia de la Esperanza, que corre de la mano de la Fe y de la Caridad.

En la primera lectura escuchamos que "Dios es luz". Ante Jesús nadie queda indiferente. Él es "causa de caída y de elevación". Él pone "de manifiesto los pensamientos más íntimos". Y así fue, lamentablemente, con Herodes. Cuánta fragilidad esconde la prepotencia de los poderosos del mundo. Basta escuchar la noticia del nacimiento para que se cumplan las palabras del libro de la Sabiduría: "se llama a sí mismo Hijo de Dios... su sola presencia nos resulta insoportable". 

Nos espanta la matanza indiscriminada, la injusticia absurda, la crueldad inexplicable que parece no tener fin. Pero no la señalamos con aire de superioridad, sino confesando nuestra complicidad con el misterio de iniquidad. También aquí corresponde escuchar al Maestro: "el que esté libre de pecado que tire la primera piedra". Y el apóstol agrega: "Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso, y su palabra no está en nosotros". Presentamos ante el altar de Dios nuestras propias violencias y todos los verdugos de la historia, para que este sacrificio de reconciliación contribuya a que los corazones endurecidos se vuelvan permeables a la misericordia.

Nos conmueve el llanto de tantas madres, familiares y amigos, que viven y reviven el drama del sufrimiento inocente. Hubieran querido cambiar su lugar con el de las víctimas, pero se les pide estar junto a la Cruz, como María. Muchos de ellos "no quieren ser consolados": están como atrapados en su dolor, en su angustia, o, quizás peor, en su resentimiento. También para ellos tiene Jesús una palabra de resurrección: "No temas, basta que creas". "Yo hago nuevas todas las cosas".

Contemplamos ahora a esos niños masacrados sin piedad. Ocurrió entonces, como ocurre todavía hoy. Muertes anónimas que se asumen fríamente como variables de una ecuación. Muertes que se justifican en pos de un bien supuestamente mayor. Mueren sin saber que mueren. Y la liturgia dice que, aún así, mueren por Cristo. Esa bendita preposición: por Cristo. Ocupan su lugar, para que Él pueda salvarse. Qué admirable intercambio, que es como un fruto anticipado de otro intercambio más admirable aún.

La pasión forzada de los inocentes es asumida y coronada por la pasión voluntariamente aceptada de Cristo. Cristo vino para todos y muere por todos: por los verdugos y por las víctimas. Los Santos inocentes dan testimonio, con su sangre pura, de otra sangre aún más pura: la que habla más elocuentemente que la de Abel, la del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, la que nos abre las puertas de la Casa del Padre, donde "no habrá más muerte, ni pena, ni queja ni dolor". 

martes, 6 de junio de 2023

Implicancias de la misión

El siguiente pensamiento de Hans Urs von Balthasar surge con motivo de Teresa de Lisieux, pero vale para toda vocación humana. 

"Nada hay más delicado, nada más frágil que una misión. Se la daña insensible, pero también sensiblemente, y hasta puede quebrársela total e irreparablemente. Manos groseras, que andan a tientas, aun con buena voluntad, pueden echar muchas cosas a perder. Dios no mete a sus santos bajo la campana neumática, sino que los echa en medio del áspero ambiente del mundo pecador, de la pecadora cristiandad" (H.U.v. B., Teresa de Lisieux. Historia de una misión, Herder, 91).

La misión que cada uno recibe, o mejor, que cada uno es, no es un mandato a-temporal sino un llamado histórico. Cada uno forma parte de una trama más amplia, de manera que la propia misión condiciona y es condicionada siempre, para bien o para mal, por otras misiones. Nacer no implica ser arrojados, como diría el existencialismo nihilista, sino ser enviados en el Hijo. Es la lógica de la Encarnación, que asume el mundo como es, adentrándose en él precisamente para imprimirle una gracia nueva. Pero semejante honestidad hace que el encuentro resulte dramático, es decir, pascual. La idea de una campana espiritual no es cristiana sino gnóstica. Porque el Espíritu de Dios no es sinónimo de evasión sino de compromiso. "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo al mundo" (Jn 3,16).


jueves, 11 de mayo de 2023

Coincidencia

Desde entonces, se fue formando y afirmando cada vez más la convicción de que había que reformar el sistema mismo, por encima de los abusos particulares; que si la cabeza se negaba a ello el cuerpo debería realizar esta reforma sin ella, y si fuere necesario, contra ella. (1)

¿Qué momento de la Iglesia retratan estas líneas? Yves Congar refiere así los antecedentes inmediatos de la reforma protestante, hacia fines del siglo XV. Lo curioso es que su descripción aplica perfectamente al discurso de quienes impulsan el Camino Sinodal en Alemania (2019-2023). La coincidencia da para pensar. Y rezar también. 


 (1) Yves Congar, Verdadera y falsa reforma en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 2014, 313 [2° ed., 1968].

sábado, 15 de abril de 2023

No nos dejes caer en la tentación

En 1992 el conocido exégeta Ignace de la Potterie escribió: "La orientación política del mesianismo es una tentación diabólica, tanto para Jesús como para los discípulos" (La oración de Jesús, PPC, 71). Basta cambiar una palabra para obtener lo siguiente: "La orientación política del ministerio es una tentación diabólica". Nunca está de más recordarlo. 



sábado, 8 de abril de 2023

Vigilia pascual 2023

La Resurrección de Jesús es alegría

La primera palabra de Jesús Resucitado es “Alégrense” (Mt 28,9). Esta noche la Iglesia estalla de alegría por Jesús Resucitado. No es para menos. La muerte ha sido vencida; y con ella, todas nuestras pesadillas. No es una alegría fácil, de cotillón, sino una alegría que asume la condición dramática del hombre. Una alegría capaz de beber el cáliz hasta el final. Una alegría tan fuerte que no sabe de olvido, sino de perdón. “Esta es la noche en la que Cristo rompió las ataduras de la muerte y surgió victorioso de los abismos” (Pregón pascual). Y nosotros re-surgimos con Él. No es una metáfora sino una realidad profunda, grabada en nuestra carne desde el día de nuestro bautismo. Llevamos impresa la marca de la cruz, que es ante todo una auto-entrega de amor. Entrega a los hombres, que no supimos (o no quisimos) comulgar con la inocencia del nuevo Adán; pero a la vez entrega confiada al Padre, en cuyas manos el Hijo decidió dormirse, en la certeza de que habría de despertar a la eternidad. Esta es la Buena Noticia: Jesús está vivo y la muerte no tiene la última palabra. 

Señor, te pedimos que nos confirmes en la Esperanza.


La Resurrección de Jesús es luz

La oscuridad al comienzo de la celebración nos permitió conectar con las sensaciones de un mundo sin Dios. Es terrible comprobar la falta de luz en nuestro tiempo. Si prestamos atención a las series, la música, las noticias, el humor, los dibujos infantiles, los boliches… ¡cuánta oscuridad! Y nos vamos acostumbrando a ese tono falto de color, falto de vida; tono gris, triste y por momentos ácido. Hoy encendemos el cirio pascual como un signo de Jesús Resucitado, que es la luz del mundo, y que espera de nosotros lo mismo. Ser luz en mi familia, en mi trabajo, con mis amigos… Donde quiera que vaya, ser testigo de la Resurrección, ensanchar el horizonte hacia Dios; que para Él estamos hechos, y sólo en Él descansa nuestro corazón. En un mundo fragmentado que se conforma con relatos parciales, con historias mínimas, con imágenes sueltas, nosotros gozamos con Jesús: principio, centro y fin de todo lo creado. Él es la pieza que da sentido al mosaico de la historia, la llave que abre los enigmas que nos angustian. Ya está: el Cordero ha vencido, el Buen Pastor ha regresado. No hay nada que temer. 

Señor, te pedimos que nos confirmes en la Fe.


La Resurrección de Jesús es libertad

El sepulcro de Jesús estaba asegurado por una piedra grande. Como si la muerte no fuera suficiente, la piedra viene a reforzar la idea de que se trata de algo irreversible. Sin embargo, las mujeres ven cómo la piedra es corrida. Para Dios nada es imposible. En esa piedra están todos nuestros pecados, todos los actos que nos alejan de Dios: incredulidad y cinismo, soberbia y egoísmo, mentiras y excesos, hipocresía y rencor, ira y vanidad… en una palabra: autosuficiencia. Pero la resurrección no es sólo un hecho físico, sino espiritual. Es más, Jesús vence a la muerte porque antes vence al pecado. Y en Él somos libres, libres para amar como Él nos amó. La resurrección es poder frente al mal, y libertad para el bien. En esta noche renovamos la gracia del bautismo, gracia de hijos en el Hijo. Es así: “la santidad de esta noche aleja toda maldad, lava las culpas, devuelve la inocencia a los pecadores y la alegría a los afligidos” (Pregón pascual). La gloria es darse sin reserva, servir con alegría y perdonar de corazón. Como Jesús. 

Señor, te pedimos que nos confirmes en el Amor.





jueves, 6 de abril de 2023

Misa de la Cena del Señor 2023


Celebrar la Pascua es contemplar lo más hondo del misterio de Jesús. Iremos entrando de a poco, paso a paso, de la mano de la Iglesia, que conoce como nadie los tesoros de la fe cristiana. En este primer momento ella nos invita a sentarnos a la mesa de la última cena. La sala es grande y está arreglada con almohadones. Los discípulos saben que las autoridades quieren matar a Jesús. Él mismo había dicho, en más de una oportunidad, que debía morir y resucitar. Pero ninguno termina de entender qué significa eso. 

 

“Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo la conservará para la vida eterna” (Jn 12,24-25).

 

Ha llegado la hora de pasar de este mundo al Padre. Esa hora coincide con la pascua judía, que celebra el fin de la esclavitud. Pero una cosa es la libertad política y otra cosa es la libertad espiritual. ¿Quién puede negarlo? ¿Quién no sufre la contradicción en su propia alma? Como dice san Pablo: “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rm 7,19). Jesús nos libera de la peor esclavitud, que es el pecado, o sea la incapacidad de amar bien. Pasar al Padre es volver a casa, donde siempre nos reciben con los brazos abiertos; es reencontrarnos con nuestra identidad más profunda: la de hijos de Dios. 

 

En la última cena Jesús ofrece la clave de lectura de su pascua. La muerte no es algo que se le impone desde fuera, sino algo que él asume desde dentro, con plena conciencia. Es un paso dado en libertad, un servicio que nace del amor. Entonces, para enseñarnos eso, realiza un gesto fuerte que invita a repensar el sentido de la autoridad. Jesús, que es Maestro y Señor, se abaja al punto de asumir la tarea de un esclavo. Enorme paradoja: el hombre libre se vuelve esclavo para que los esclavos lleguemos a ser libres. “Amor saca amor”, dice santa Teresa de Jesús. La escena cuesta un poco: por un lado, nos conmueve su ternura, su humildad, su magnanimidad; por otro lado, nos duele verlo encorvado, lidiando con nuestros olores y nuestros callos, limpiándonos el barro de las calles inmundas que transitamos en las noches de tormenta. Él no dice nada. No le hace falta. Primero lava nuestros pies llagados, después los seca y finalmente los besa. Es entonces cuando un santo temor nos atraviesa. Pedro no se contiene. Le parece demasiado y protesta. Pero Jesús lo ubica en un instante: “Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte” (Jn 13,8.) 

 

El lavado es un signo de la gracia, un signo del Espíritu Santo que restablece la comunión perdida; ante todo en el Bautismo, pero también en cada perdón. Dejemos de lado nuestro orgullo y reconozcamos todos que necesitamos de Jesús. Y si Él se abajó, también nosotros tenemos que hacer lo mismo. Cuánta gente necesita ser mirada más allá de lo que hace o tiene. Cuánta gente necesita un oído atento, una palabra sincera, una mano amiga. Cuánta gente necesita tiempo de calidad en un mundo que corre sin saber para qué. Y todo eso sin exigir nada a cambio, sino porque sí, porque Dios nos amó primero. La gloria es amar hasta el fin, hasta el extremo. “El que pierda su vida por mí la encontrará” (Mt 16,25).

 

El lavado de los pies no podía quedar reservado al círculo de los primeros discípulos. Ni tampoco el misterio de la muerte y resurrección cifrado en ese lavado. Por eso Jesús instituye la eucaristía, para que todos podamos hacer experiencia del amor que sana. En el sacramento del pan y el vino queda perpetuada la entrega única y definitiva que redime la historia universal. En cada Misa Jesús lava mis pies y mis manos, mi boca, mis ojos, mis oídos… Me lava entero con su sangre de cordero inmaculado. Y así cambia el rojo de mi vergüenza por el blanco de la inocencia. Cada vez que comemos el cuerpo de Cristo proclamamos la muerte de Jesús, que no es el triste final de un individuo sino el origen luminoso de la nueva familia humana. Cada vez que comemos el cuerpo de Cristo, comulgamos con su Amén al Padre, ese Hágase incondicional que vence el egoísmo y el miedo con la confianza del Niño más niño de todos.

 

Demos gracias al Padre, que por el Espíritu hace presente sobre el altar a Jesús, el Hijo amado, el Sacerdote que se ofrece por nosotros y con nosotros. Demos gracias porque en Él hemos conocido el amor. No el amor mezquino que sólo busca el propio interés, sino el amor generoso que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. Cuando comemos Su carne, inmolada por nosotros, somos fortalecidos; cuando bebemos Su sangre, derramada por nosotros, somos purificados. Celebrar la Misa es honrar la entrega de Jesús; y comprometernos a seguir sus pasos. Con esta alegría hacemos nuestras las palabras del salmista: “¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo? Alzaré la copa de la salvación en invocaré el Nombre del Señor” (Sal 116, 12).

domingo, 2 de abril de 2023

Ramos 2023

Jesús entra en Jerusalén, y nosotros entramos con Él. Pero esta vez la tierra santa no es un lugar, sino un tiempo. Nos disponemos a vivir la semana mayor de la fe cristiana, y le pedimos al Padre que nos regale los sentimientos de su Hijo. Porque reconocemos que en muchos sentidos somos como la multitud del Evangelio, que festeja a Jesús con un entusiasmo sincero, pero bastante inmaduro. Hoy cantamos de corazón “hosanna al Hijo de David”, pero es probable que en pocos días (u horas) nos vean gritando “crucifíquenlo”. 

Jesús elige un asno que nadie había montado previamente. ¿Por qué? Porque de ahora en adelante todo es nuevo, inaudito. Y así queremos transitar la pascua: con el asombro de la primera vez, tan propio de los niños. No queremos presumir de sabios, de experimentados, sino que nos entregamos a Dios para que Él nos muestre el camino. Jesús es el Camino, y nadie va al Padre sino por Él. Es un camino noble, exigente, por momentos oscuro, pero que conduce a la paz que supera todo lo que podemos pensar. 


El profeta Isaías nos habla de un misterioso hombre que sufre en representación de los demás. Y ese servidor dice lo siguiente: “El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me eché atrás”. Es ante todo un retrato de Jesús, siempre atento a la voluntad del Padre, firme en su misión de amar sin mezquindad. Pero también es un llamado a cada uno de nosotros, especialmente en esta semana. Muchas veces hacemos oídos sordos a la llamada de Dios, y no quisiéramos dejar pasar esta nueva oportunidad. Tampoco quisiéramos escuchar evadiéndonos. Pero somos débiles, y lo sabemos. Por eso pedimos la gracia de ser fieles en la adversidad, cuando lo más fácil sea decir que no lo conocemos.

Gracias Señor por esta nueva pascua. Gracias por la fe. Gracias por la Iglesia que nos introduce en el misterio de tu amor.