miércoles, 23 de septiembre de 2015

Delicadeza perruna

Caminando ayer por el centro porteño, sin buscarlo, llegaron a mis oídos unas pocas palabras que ahora vuelco para la reflexión. Una mujer de mediana edad hablaba por teléfono con otra. La conversación tocaba su fin y nuestra protagonista eligió para ello una seguidilla de breves preguntas: Vos, ¿bien? Tu perro, ¿bien? Tu familia, ¿bien? En matemática se dice que "el orden de los factores no altera el producto". Pero en cuestiones de humanidad, que yo sepa, la cosa no es tan así.


domingo, 20 de septiembre de 2015

Grande es el que sirve


Jesús atravesaba la Galilea y no quería que nadie lo supiera. ¿Qué significa esta voluntad de no darse a conocer? No creo que sea tan fácil desentrañar el sentido último de lo que se suele llamar el "secreto mesiánico". Como sea, Jesús elige bajar el perfil. Dios sabe moverse con discreción y hay momentos en los que directamente se oculta de nuestra vista.

El ocultamiento se relaciona de alguna manera con la enseñanza sobre su desenlace. Jesús es maestro y como tal insiste en aquello que considera vital que sea recordado. Por eso la recurrencia sobre su final: entrega, muerte y resurrección. "El que tenga oídos para oír, que oiga" (Mc 4,9). 

Los discípulos no entendían y temían hacerle preguntas. Curiosa actitud pero bien comprensible para el que conoce los meandros del corazón humano. Jesús no es un maestro inestable, caprichoso e iracundo. ¿Por qué habría de molestarse ante las preguntas de sus amigos sobre un misterio tan grande como su pascua? ¿Acaso por lo ocurrido con Pedro? Apártate de mi vista, Satanás. Esa vez, jugando al maestro, es decir, invirtiendo roles, Pedro había cruzado la raya. No. Aquí hay en danza otra cosa. Los discípulos temen preguntar porque no quieren afrontar el misterio. El temor no está tanto en la pregunta sino en la posible respuesta. Cuántas veces evadimos la verdad, para ahorrarnos el trabajo de asumirla. Mejor no hablar de, no pensar en... como si el solo silencio bastara para anular la realidad. En esto la máxima de Ortega y Gasset es insuperable: "Toda realidad ignorada prepara su venganza".


Preguntemos ahora lo que los Doce no pudieron preguntar: ¿por qué la muerte? ¿por qué alguien querría acabar con el Santo de Dios, que no hace mal a nadie? La respuesta la encontramos en la primera lectura. El libro de la Sabiduría narra el misterio del rechazo del justo. Los impíos se cierran al justo porque su sola presencia es un vivo reproche a su manera de actuar (Sb 2,12ss). Sin necesidad de palabras la inocencia les recrimina: es posible vivir de otra manera, tú podrías ser otro. Misterio de iniquidad, lo llamó Pablo (2 Tes 2,7).

Llegados a casa, en la intimidad del hogar, Jesús lanza una pregunta: ¿De qué hablaban por el camino? Ellos callan por vergüenza. Sienten la culpa de haber estado discutiendo quién era el más grande. Jesús lo sabe y es por eso que ha preguntado. No para humillar sino para ubicar. La pregunta hiere para dejar para el descubierto la infección. Qué importante es dialogar y dejar que en la conversación se abran nuestros horizontes. Una pregunta hecha en tiempo y modo oportuno puede valer más que mil sermones. 

Con su pregunta sencilla y directa Jesús desenmascara la vulgaridad de los discípulos. Vulgaridad de ánimos que cedieron a una competencia absurda. Vulgaridad propia de una fanfarronería, a menudo sutil, que está en las antípodas de lo que el maestro predica. ¡Cómo tira la vanagloria! Jesús toma un niño en brazos y dice: el quiere ser el primero debe hacerse el último de todos y el servidor de todos. Lo importante no es el reconocimiento exterior sino la grandeza interior. Y esa grandeza pasa por el cuidado de los pequeños, de los que no cuentan, de los que jamás podrán recompensarte. 


En este momento volvemos al perfil bajo de Jesús y entendemos mejor. Él no tiene necesidad de la admiración de los demás. No lo busca aunque ciertamente ocurre. En Jesús no hay un ápice de veleidad, sino pura obediencia al Padre. También su pascua recibe nueva luz: servicio de amor a los pequeños. Yo soy ese niño a quien Jesús pone en el centro de su mirada y de su corazón. Me abraza con ternura y me dedica toda su predilección. Por nosotros, por mí, Él, siendo grande, se hizo pequeño. Dios Padre nos conceda imitarlo en la grandeza verdadera que es humildad verdadera y servicio verdadero. Como decía el P. Huvelin: "Jesús ocupó de tal manera el último lugar que ya nadie se lo podrá quitar".

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domingo XXV: ciclo B