domingo, 30 de septiembre de 2007

Fugaz contacto con la reina


Es conocida la orden que el Señor dirige a Moisés frente a la zarza ardiente: “Descálzate, porque estás pisando terreno sagrado” (Ex 3). Sin embargo, nuestra torpeza hace necesario que la recordemos una y otra vez. ¡Tanto es el descuido! ¡Tanta la costumbre y pérdida de asombro! Nuestras miradas se han hecho calculadoras y frías (y no olvidemos que la felicidad es una cuestión de mirada).

Pero suele ocurrir –no muy frecuentemente- que nos ganen de mano. Es entonces cuando la realidad nos invade a ritmo arrollador y, venciendo toda resistencia, toma la fortaleza del corazón. Sí; tocamos el misterio e intuimos la delicadeza del terreno. Ya no hacen falta indicaciones: el instinto nos guía en lo inefable.

No hay duda; la experiencia llega como gracia (gratis). Quizá dolorosa, y siempre desbordante, nos regala el don largamente esperado. ¿Cómo nombrarlo? ¿Cómo identificar el eco mismo del abismo? Silencio. Cual piadoso manto nos aleja del ruido y cubre lo superfluo, para –extraña paradoja- sumergirnos y de-velarnos la desnuda realidad.

Entonces, descolocados, volvemos a tratar con aquel olvidado sentimiento: el pudor. Es que la realidad desnuda como tal no es novedad: reality shows, talk shows, emergencias médicas en pantalla y ¡hasta operaciones de travestis! Sí; pero ahí vemos piel…se nos presenta una realidad pornográfica. Pero cuando la realidad se muestra mujer, cuando la desnudez es intimidad, alegre o amarga pero expresiva intimidad ¿podemos sostener la mirada? Silencio.

Se trata de una invitación para caballeros; requiere respeto y valentía. Nos invade la ubicación… nuestra pequeñez nos obliga a doblar la rodilla y en seguida llega la reverencia. Abrumados y procurando no desentonar susurramos: ¡Salud, soberana Majestad! ¡Viva la Señora Realidad! Silencio. Seguimos expectantes, oyentes de esa palabra (la realidad en efecto, es Palabra), mientras deseamos que ese instante sublime no muera. Su realeza gobierna y nuestro tributo es el silencio.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Cuestión de lenguaje

Escribo las siguientes líneas no tanto como un manifiesto apologético sino como una herramienta, un intento de respuesta para todos aquellos a quienes tanto quiero y me/se preguntan por la postura católica ante las relaciones (genitales) prematrimoniales.



No tengo cuerpo. Soy cuerpo. Lejos de ser un sofisma, se esconde aquí una de las claves de comprensión para la propuesta bíblica. En efecto, la visión del hombre que emana de la Biblia es la de una unidad radical: unidad corpóreo-espiritual. Esta antiquísima verdad heredada del pueblo hebreo se ve hoy corroborada –cuánta agua bajo el puente- por la ciencia. Habrán escuchado hablar de “somatización”. Es un neologismo, una palabra nueva que proviene del griego y quiere decir algo muy viejo. Soma (swma) significa cuerpo, y por tanto sería algo así como “corporización”; el diccionario lo explica como un “transformar problemas psíquicos en síntomas orgánicos de manera involuntaria” (RAE). Lo que queda implícito es que hay una conexión entre cuerpo y espíritu, no son dos magnitudes independientes; y prueba de esto son tantas malas contestaciones asociadas a dolores de cabeza, u otras tantas úlceras fruto de conflictos emocionales alejados de gérmenes y bacterias. Del mismo modo sabemos que el buen o mal ánimo es decisivo en cuanto a las defensas y convalecencias.

Por todo lo dicho: no tengo cuerpo, soy cuerpo. Es hora de abandonar los usos y comportamientos dualistas, que nos desgarran y nos engañan creando una suerte de esquizofrenia interior. El cuerpo no es algo extrínseco, algo ajeno de lo cual dispongo asépticamente sino que me afecta íntimamente. Nuestra manera de expresarnos es corporal: desde las palabras hasta las caricias, todas nuestras manifestaciones se valen del cuerpo. Y al decir esto damos gracias a Dios y nos gozamos. Aquí no cabe la vergüenza ni el desprecio a la materia. ¡Cuánta riqueza de otros nos llega de este modo (y no hay otro)! Mucho ayudaría, pienso, tomar más conciencia y reflexionar sobre el lenguaje corporal.

Y aunque este tema podría seguir siendo desarrollado con eventuales comentarios para las relaciones humanas y la pedagogía, nos preguntamos ¿qué nos dice esto a la hora de pensar las relaciones prematrimoniales?

Supongamos primero que alguien quiere honestamente buscar la verdad, descubrir un orden, una ética que guíe su conducta. Porque muchos hay que todo esto les tiene sin cuidado, y entonces el diálogo carece de sentido. Supongamos también que el cuestionamiento es sincero y se enmarca en una relación que quiere ser seria: “¿Por qué no podemos tener relaciones prematrimoniales sin nos queremos?” ¿Estás dispuesto a pensar mi visión?

Fenomenología del acto conyugal
Creo que una aproximación interesante sería pensar la coherencia. Así como se puede mentir con las palabras, también se puede hacerlo con el cuerpo. De hecho, la mentira más triste de toda la Historia fue muda: “¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!” (Lc 22,48). Lo que entra en juego es la distancia que se abre entre lo que se expresa corporalmente y lo que se vive.
De los posibles accesos al acto conyugal –ciertamente limitados por la no-experiencia- hay uno que sin ser el principal me parece el más fuerte y expresivo a nivel simbólico: la desnudez. Se trata de un despojo, de una revelación, de una epifanía. Es una mostración que debiera estar corroborada por la desnudez espiritual; transparencia que suele ser ardua. El lenguaje corporal de la desnudez -todo yo ante todo vos- implica (por supuesto no ipso facto) la abolición de los secretos y las máscaras. Ya no hay reservas. Ahora bien, mientras no haya matrimonio habrá más o menos reservas, pero reservas al fin.

Otro acceso, quizás el principal, es el carácter definitivo. Hay en la vida hechos que dejan huella indeleble. Aunque queramos minimizarlos están allí con toda su fuerza, y siguen vigentes en nuestro historial. La primera relación conyugal es uno de esos casos, y por ende supone un tesoro a custodiar. Una experiencia única que no estoy dispuesto a regalar, que no quiero que sufra la frustrante inconstancia del picaflor. Y no sólo por mí. Deseo decirle a mi cónyuge que lo estuve esperando y me he reservado. Sólo para él. La fenomenología del acto conyugal nos dice que es una relación de exclusividad. No hay lugar para terceros. Pero mientras no haya matrimonio, habrá reservas al respecto.

El tercer aspecto es el de la unión fruto de la mutua entrega; “se hacen una sola carne” (Gn 2,24). Para la mentalidad bíblico-hebrea (que es la cristiana) “carne” es la persona toda, y no sólo su cuerpo. Dado lo evidente de la cuestión seremos breves. ¿Se corresponde esta unión íntima y puntual con lo que la pareja vive cotidianamente? ¿Están sus proyectos así de indisolublemente unidos? Mientas no haya matrimonio, está claro que quedan cosas por entregar.

En el caso de quienes no conviven el doble mensaje es notorio: ni siquiera comparten el techo y pretenden compartir el misterio mismo de sus personas. Pero también para quienes conviven hay una invitación a la reflexión. Si se objetara que tales reservas no existen, yo me permito preguntar porqué entonces no se da el paso final. Si para tantos enamorados el matrimonio es motivo y fuente de alegría, porqué este enamorado en particular no acierta a manifestar su amor irrevocable. ¿Asomará quizá algún temor? Si se trata sólo de papeles, ¿por qué tanta historia en firmarlos? Es curioso que no se ratifique de puño y letra lo que se pretende expresar corporalmente. Pareciera más bien que lo que no se quiere entregar es la palabra, el compromiso, el futuro, la vida… reservas.

* * *

Hablemos ahora en positivo (aunque sean dos líneas). ¿Qué es el matrimonio? Es atarse libremente a alguien, es afirmar tan rotundamente el mutuo amor al punto de desafiar al futuro. Es no reservarse ninguna carta, y eso es ciertamente una aventura; yo diría que es una jugada mucho más osada que cualquier flirteo ocasional. También es soñar y pensar a largo plazo dejando que otros –los hijos- se aprovechen de ese amor. “Eso también pueden los no casados”. Sí, pero no pueden darles a los hijos la seguridad, la certeza de que se han jurado, en matrimonio, amor hasta la muerte.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Jesús de Nazaret: Ratzinger-Benedicto XVI

[Jesus von Nazareth, Herder, Freiburg-Basel-Wien 2007; 448 págs.]

A pocos meses de su presentación, Jesús de Nazaret es ya todo un suceso editorial. A la hora de comentarlo brevemente, no deja de ser relevante que este libro sea la primera parte de una obra más extensa. De hecho, sólo la segunda mitad -que aún no conocemos- permitirá un juicio más acabado. Conscientes del carácter fragmentario, creemos sin embargo que las cuatrocientas páginas publicadas permiten (y esperan) una reflexión.

¿Quién es el autor? “Ciertamente, no necesito decir expresamente que, este libro de ninguna manera es un acto magisterial, sino expresión tan sólo de mi búsqueda personal ‘del rostro del Señor’ (cfr. Sal 27,8). Por eso cualquiera es libre para contradecirme”[1]. La firma que sigue da que pensar: Joseph Ratzinger – Benedikt XVI. Creemos que esta suerte de “doble autoría” es iluminadora en más de un aspecto:
1. Se subraya la continuidad de esa búsqueda de Dios más allá de la misión encomendada: el Papa también tiene sed de Dios (cfr. Sal 63,2).
2. Refleja además el proceso redaccional de un esfuerzo que comenzó a mediados de 2003 y siguió luego del llamado a la sede de Roma.
3. Explica en gran medida la repercusión mediática. Sin duda la magnitud de la respuesta al libro obedece a la investidura del autor (B.XVI), pero ¿quién podría negar que esto se ve potenciado por su reconocida trayectoria teológica (Ratzinger)?
4. Se trata de un libro de divulgación que sin pretender entrar en la disputa teológica –así se aclara repetidamente-, brinda abundante material para la discusión de los especialistas.

El libro puede dividirse en prólogo y desarrollo. El primero es fundante, denso, científico. El segundo es pastoral, ameno, muy enriquecedor.

Prólogo. Constituye la puerta de entrada al libro, y sirve al autor para proponer sus objetivos fundamentales. El lector no familiarizado con algunos conceptos teológicos puede sentirse perdido, al punto de asustarse ante cierta densidad teológica. Es que se trata de un ‘prólogo metodológico’, en el cual se explica el modo de trabajo y el porqué de esa opción. Es aquí dónde seguramente se centrará la discusión teológica, por más que recurra a otros pasajes para ampliar el debate. En estas páginas el autor retoma una temática que lo ha acompañado por décadas: la lectura e interpretación bíblica[2]. Resumamos brevemente la propuesta.
Es ya patrimonio adquirido de la Teología católica (y de la exégesis bíblica en particular) el llamado “método histórico crítico”. Para abrirse camino tuvo que afrontar resistencias, temores reactivos a ciertos excesos que separaban al ‘Jesús histórico’ del ‘Cristo de la fe’. En efecto, estas tendencias generaron una nociva desconfianza en la imagen que los evangelios nos brindan de Jesús; y ella no se ha disipado del todo. “Una situación tal es dramática para la fe, ya que su mismo punto de referencia queda inseguro: la amistad interior con Jesús, de la que todo depende, está amenazada de caer en el vacío”[3]. Aquí –como al pasar- se vislumbra la motivación de fondo del libro, y se pone en contexto la importancia de las precisiones que vendrán.

La discusión sobre los métodos de interpretación, lejos de estancarse ha evolucionado de manera viva quedando reflejada en diversos documentos[4]. Ratzinger-Benedicto XVI dice haberse guiado por esas grandes orientaciones, lo cual no implica renunciar al método histórico. “El método histórico –precisamente desde la íntima esencia de la teología y de la fe- es y permanece como una dimensión imprescindible de la tarea exegética. Pues es esencial a la fe bíblica que se relacione con hechos históricos reales”[5]. Pero este método particular no agota la labor de quien reconoce en los escritos bíblicos la Sagrada Escritura. Por otra parte, afirma el autor, se han hecho visibles algunos límites de este método. Ratzinger-Benedicto XVI enumera los siguientes: 1-Nos sitúa en el pasado, en lo que el autor bíblico quiso y pudo decir en el contexto de su tiempo. Pero, ¿qué nos dice del presente? ¿qué actualidad nos descubre de la ‘Palabra viva’ (Hb 4,12)? “Precisamente la exactitud en la interpretación de lo pasado (Gewesenen) es su fortaleza y su límite”[6]. 2-Por ser ‘histórico’ supone la igualdad de los acontecimientos históricos y, aunque sea capaz de intuir una dimensión superior, su objeto propio es la palabra humana en cuanto humana. 3-Finalmente, aunque ve los distintos libros en su singularidad histórica, la unidad de todos ellos como ‘Biblia’ no le viene como dato histórico inmediato.
Así vistas las cosas, el irrenunciable método histórico –con sus más y sus menos-está intrínsecamente abierto a la complementación de otros métodos. Desde hace unos 30 años se ha venido desarrollando en Estados Unidos un proyecto de “exégesis canónica”. Éste -en sintonía con un principio fundamental enunciado por el Vaticano II (Dei Verbum)- mira el texto en el conjunto de la revelación. El Antiguo y el Nuevo Testamento se implican mutuamente desde una hermenéutica cristológica. Ésta presupone una opción creyente que no viene de un método histórico puro, pero que “lleva en sí razón –razón histórica”. Los mismos textos –en cuanto Palabra inspirada- están abiertos a sucesivas relecturas desde la actualidad de Dios. El Antiguo Testamento evidencia en sí mismo este proceso, así como el Nuevo respecto del Antiguo. Se trata de una dinámica propia de la Sagrada Escritura que, leída en el Espíritu, también nosotros podemos aplicar. Es Palabra del pueblo de Dios para ser leída en el pueblo de Dios.

Desarrollo. Se bebe como agua. Es ágil y claro. En diez capítulos el autor aplica años de estudio y oración. El resultado es una presentación de Jesús desde la fe católica con un hondo anclaje bíblico[7]. Las abundantes citas (transcripciones, no meras referencias) parecen responder a una doble necesidad: ad intra, la Escritura debe ser el alma de la Teología[8]; ad extra, en un mundo cada vez más secularizado no ha de suponerse la base catequística de antaño. Si “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” (S. Jerónimo), este libro contribuye a colmar un vacío en torno a la Palabra de Dios.

El mensaje está sólidamente fundado y pedagógicamente expuesto. Tal como se había anticipado en el prólogo, la interpretación bíblica es eclesial: se nutre tanto del método histórico como del canónico, y se enriquece desde la liturgia y los santos Padres. Se podría calificar al libro como una muy seria –mas no exhaustiva- Cristología bíblica.

Se evitan constantemente las disputas sin que ello impida mencionar tensiones y nudos. Prima el anuncio. Todo está al servicio de la fe en Jesús “visto en su comunión con el Padre, verdadero centro de su personalidad”[9]. Para ello los textos bíblicos se iluminan mutuamente y conducen paulatinamente a todo el universo cristiano: mística, liturgia, moral, Iglesia. El autor ha sabido conjugar admirablemente las investigaciones del último siglo, con la mentalidad más abierta de los primeros cristianos (simbólica y tipológica).
Mención especial merece el diálogo con la fe judía, por la constante referencia al Antiguo Testamento, del cual se transparenta un profundo conocimiento. De hecho, la referencia inicial para entender a Jesús está en el Pentateuco. “El punto central, del cual hemos partido en este libro y al cual siempre volvemos, es que Moisés hablaba cara a cara con Dios ‘como habla un hombre con su amigo’ (Ex 33,11)”[10]. Además, se sirve -entre otra bibliografía actualizada- del provechoso estudio del judío Neusner: Un Rabbi habla con Jesús. El resultado es una visión integral de la Biblia. Los textos del Nuevo Testamento crecen en significado, y la novedad de Jesús se hace más patente en continuidad con la fe hebrea.
El libro carece de notas a pie de página, y ofrece como apéndice un elenco bibliográfico general y otro según los capítulos, de manera de poder profundizar los temas. La editorial, por su parte, ha procurado un práctico glosario que puede ser de gran utilidad para aquellos que tropiecen con alguna que otra palabra extraña.


El autor –con sus ochenta años a cuestas- sigue a fiel al estilo que ha lo ha caracterizado en otros escritos: lenguaje claro, exposición ordenada, rigor académico y sapiencial unción. En ningún momento el lector siente que pierde el tiempo; las cosas dichas valen la pena y no hay párrafos de más. Por el contrario, asistimos a la ratificación de algo ya sabido: el autor es un teólogo brillante y se luce aún más en su madurez. Todo auténtico teólogo desemboca en Jesús de Nazaret, aunque integrando la variedad de enfoques. Este libro tiene algo que decir a todos: al dogmático y al biblista, al moralista y al espiritual, al que le preocupa la hermenéutica y al catequista. Pero sobre todo, tiene mucho que decir a los que queremos “ver” más de cerca a Jesús. Ahora bien, ¿qué puede aportarle a la vasta gama de escépticos? Que Jesús es figura que sigue cautivando, que la Biblia merece una aproximación respetuosa, y que también la fe robusta admite ‘logos’ –razón de la esperanza (1 Pe 3,15).

Se ha aclarado expresamente que este libro no es un acto magisterial, pese a lo cual sigue siendo un acto de Pedro. Y a Pedro le corresponde “confirmar a sus hermanos” en la fe (cfr. Lc 22,32); y “la fe viene de la predicación” (Rm 10,17). Resulta entonces que el autor nos comparte su búsqueda, afianzando así nuestra fe. Valiéndose de su carisma, realiza una prédica masiva para que re-descubramos el atractivo de Jesús, la belleza del testimonio bíblico. Al respecto, es interesante lo que opina un teólogo tan serio como Thomas Söding[11]. Para él “habrá y debe haber discusión”, pero además “se deja ver todo un nuevo estilo de papado: el vicario de Cristo en la Tierra no formula dogma alguno, sino que dice: ‘ésta es mi mirada como teólogo: lean críticamente y discútanla’. Esto es para mí revolucionario”[12].

Sirva como fin de estas líneas y comienzo de la lectura de Jesús de Nazaret, la simple invitación de su autor: “Sólo pido a los lectores ese adelanto de simpatía sin el cual no hay entendimiento”[13].

[1] Jesús de Nazaret; pág.22 (Prólogo). Mientras no se indique lo contrario las citas corresponden al libro en cuestión (JdN)
[2]Baste mencionar los artículos publicados en Questiones Disputatae. Ein Versuch zur Frage des Traditionsbegriff; QD 25 s. 25-69; y Schriftauslegung in Widerstreit. Zur Frage nach Grundlagen und Weg der Exegese heute. QD 117, s. 15-44.
[3] JdN pág. 11 (Prólogo).
[4] Desde la Divino Afflante Spiritu (1943), pasando por la Dei Verbum (Vat II, 1965), hasta La interpretación de la Biblia en la Iglesia (1993), y El pueblo judío y su Sagrada Escritura en la Biblia cristiana (2001).
[5] JdN; pág. 14 (Prólogo).
[6] JdN; pág. 15 (Prólogo).
[7] La Pontificia Comisión Bíblica –presidida entonces por el card. Ratzinger- en el documento Biblia y Cristología (1984) calificó a la Escritura de “lenguaje referencial”. En el libro que nos ocupa las citas bíblicas se estiman en 800.
[8] Dei Verbum 24.
[9] JdN; pág. 12 (Prólogo).
[10]JdN; pág. 309.
[11] Thomas Söding es un teólogo laico, especialista en Biblia y con estudios de Germanística. Es miembro de la ‘Comisión Teológica Internacional’ y co-editor con P. Hünermann de la célebre colección Questiones Disputatae. Enseña en Wuppertal y vive en Münster.
[12]Interview der Katholischen Nachrichten-Agentur (KNA) 12-04-2007 in Bonn, según http://www.domradio.com
[13] JdN; pág. 22 (Prólogo).