martes, 25 de diciembre de 2018

La Palabra se ha vuelto vagido



Este año quisiera rescatar el hecho de que, pese a todo, Jesús nace. Como uno que está de paso, fuera de su aldea; como un rechazado, a quien no se le abre la puerta; como un insignificante, a quien no se le presta atención; como un perseguido, a quien se lo busca para darle muerte; Jesús nace igual. Ocurrió así en Belén y así ocurre también hoy. ¿Y nosotros? ¿Dónde estamos? ¿Qué registramos? Tal vez nos hemos dejado ganar por otros asuntos. Pero Jesús nace igual. Esa es la Buena Noticia. Él viene a pesar de nuestra torpeza; o tal vez mejor, debido a nuestra torpeza. Él viene no para ser servido sino para servir. Pero qué triste si no logramos encontrarlo. ¿Dónde es que ha nacido? Imposible decirlo desde fuera, porque cada corazón es Belén. Cada uno deberá descubrir la gruta oculta en su interior, ese rincón insospechado, ese recodo perdido donde nos espera la mayor de las alegrías. Para saber dónde estaba Jesús los pastores debieron antes escuchar a Dios que les habló por medio del ángel (Lc 2,10-12). No se trata de correr en vano sino de dejarse instruir. Jesús puede nacer donde uno menos lo imagina. Entonces: silencio. Es preciso callar. Es preciso escuchar. La Palabra se ha vuelto vagido. Pero en ese llanto entrecortado sigue cantando el amor que mueve el sol y las estrellas.


La Navidad es un misterio de identificación. La Palabra se hizo carne. Dios se hace hombre en Jesús. Como dice un antiguo himno latino: no despreciaste el útero de la virgen. El que nace eternamente del seno del Padre divino ha nacido hoy temporalmente del seno de una madre humana. Y no se escandaliza por ello. No se avergüenza. Por eso el amor de Dios enciende en nosotros una alegría honda, como si nos libráramos de una opresión en el alma. No somos malditos. No somos intocables. No somos la lacra del mundo. Somos la niña de sus ojos. Somos la razón última del universo. Somos la aventura loca de Dios. Por ti, lo hice por ti.


Jesús es la alianza en persona, la unión irrevocable entre Dios y los hombres. Por Él y en Él se da el admirable intercambio de nuestra salvación: el Hijo de Dios se hizo hombre para que los hombres llegásemos a ser hijos de Dios. Jesús es el “rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre” (J. Pablo II). Estábamos perdidos como ovejas sin pastor. Ignorantes de nosotros mismos. Irreconocibles de tanto lastimarnos con falsas promesas. Y entonces llega Él, como cualquier niño: desnudo, frágil, indefenso, ignorante de nuestras maldades, incapaz de articular palabra. Lo único que hace es nacer. De momento le basta con hacerse presente en medio de la noche. Y ya. Eso es todo. Pero ese niño que es Dios sabe bien lo que ha hecho. Él sabe bien lo que puede un pequeño mofletudo. La ternura de su carne y de su alma pueden hacer llorar a las piedras. El niño en el pesebre podría despertar en nosotros el amor dormido. Podría. Tremendo misterio de libertad. Podemos ser más humanos, tan humanos como hijos de Dios. ¿Querremos?

Navidad es Novedad. Navidad es Jesús.

sábado, 17 de noviembre de 2018

El fin está cerca, a la puerta... sobre el altar


Domingo XXXIII - Ciclo B
Dn 12,1-3; Sal 15,5.8-1; Hb 10,11-14.18; Mc 13,24-32

Este domingo Jesús nos habla del fin de la historia, cuando él vuelva “lleno de poder y de gloria”. Los cristianos miramos ese fin con esperanza, con alegría, conscientes de que no se trata tanto de algo que se acaba sino de algo que llega a plenitud. Qué consolador pensar que Jesús vendrá a buscarnos, que nos alzará en sus brazos como el pastor carga sobre sí a su oveja cansada. Y así podremos atravesar el oscuro valle de la muerte para, ¡al fin!, descansar en las eternas praderas.

Pero no llegaremos a la casa del Padre en soledad sino como rebaño, como familia, como pueblo santo de Dios. Jesús nos dice que el día señalado consistirá en una gran reunión. Los ángeles congregarán a los elegidos desde los cuatro puntos cardinales: entonces será una fiesta como nunca antes se vio.

De todos modos, si queremos ser honestos, tenemos que preguntarnos qué significan esas señales en el cielo de las que habla Jesús: el sol se oscurecerá, la luna se apagará, los astros se conmoverán... Por un lado se nos avisa que el final tendrá un alcance cósmico pero dramático, es decir, será como el parto de una nueva creación. Por otro lado, podemos pensar que el mundo sufre ya en este tiempo, a causa del pecado original, una cierta disfuncionalidad. La naturaleza suele mostrarnos aquí y allá ciertos exabruptos. ¿Será que el fin ya está en marcha? Ciertamente. Por eso Jesús nos llama a estar atentos, interpretando los acontecimientos, no sea que el fin esté cerca, “a la puerta”, y no nos demos cuenta. Insistamos: lo que está a la puerta no es terrorífico, sino alguien extraordinariamente bello. Ya no es el pecado que acechó a Caín (cf. Gn 4,7), para su caída, sino el Dios-Hermano que nos ofrece el rescate, para nuestra elevación. Pero tampoco debemos confiarnos de más (cf. Dn 12,2): nadie puede presumir de su salvación sino que todos debemos esperar en Dios, confiando en su infinita misericordia mientras procuramos con todas nuestras fuerzas hacer el bien.


Entre tanto claroscuro Jesús nos deja un criterio sagrado: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Hay un solo fundamento, uno solo que es digno de fe. El mundo y sus modas pasan, pero sólo Jesús permanece. “Quien cree en Él no quedará defraudado”, dice san Pablo (Rm 10,11). Pidamos hoy la gracia de no escuchar otra voz que no sea la de Jesús, de no confiar en nadie más que en Él, aun cuando eso signifique esperar “contra toda esperanza” (Rm 4,18). 

En este día en que celebro mi ordenación sacerdotal me parece oportuno recordar que el fin de la historia se anticipa de manera especial en la eucaristía. En cada misa el sacerdote prepara la mesa congregando así a los bautizados, los elegidos de Dios, que llegan desde los cuatro rincones de la ciudad al encuentro del Señor Jesús que se acerca hasta nosotros en la discreción de los signos sacramentales. En cada misa el sacerdote pronuncia las palabras que no pasarán jamás, las que dan sentido al universo entero, las mismas palabras que encendieron la historia y que mañana habrán de juzgarla. Qué gracia la nuestra, de participar en este banquete, el sacrificio que borra nuestros pecados, lavando nuestras vestiduras para las bodas del Cordero (cf. Hb 10,14.18).

“Por eso mi corazón se alegra,
se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro:
porque no me entregarás a la muerte
ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.

Me harás conocer
el camino de la vida,
saciándome de gozo en tu presencia,
de felicidad eterna a tu derecha” (Sal 16 [15], 9-11). 


17 - XI - 2018
En mi 11º aniversario sacerdotal

lunes, 22 de octubre de 2018

Reaviva la gracia de Dios (2 Tim 1,6)




Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús les dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber
 el cáliz que Yo beberé y recibir el bautismo que Yo recibiré?»
Mc 10,37-38 (Domingo 21.X.2018)


Me veo impelido a quebrar mi letargo bloguero. Pues no pocos argentinos, católicos o no, se preguntan azorados por qué la Iglesia está asumiendo tanto protagonismo en la vida política del país. Intentaré ser breve.

Evitaré adrede usar nombres propios. Y adelanto que tampoco yo entiendo del todo lo que pasa.

Empezaría por recordar la enseñanza de Jesús: “Den al César lo que es del César; y a Dios lo que es de Dios” (Lc 20,25). El ámbito religioso debe respetar el espacio político en la misma medida en que desea que a él se lo respete. Una tentación constante es la de valerse de la lógica del mundo, que se mueve en términos de poder. Y ya se sabe que el poder no es sólo fuerza física, aunque también. Jesús, en cambio, tiene el estilo del cordero, que se ofrece sin exigir nada en cambio, sin segundas intenciones.

La Iglesia –quizás mejor, algunos obispos, que por definición la representan– no puede ignorar que con sus acciones da un mensaje. ¿Qué mensaje da cuando recibe de manera oficial, emitiendo incluso un comunicado, a un ciudadano no sólo acorralado por la justicia sino que se expresa abiertamente con modos patoteriles, cuando no mafiosos? Todos sabemos que Jesús comía con pecadores públicos, lo cual le valió mucha incomprensión. Pero, ¿es éste el caso? ¿Están los prelados involucrados buscando la conversión de estos cristianos? ¿Los reciben para anunciarles el Evangelio? ¿O para fortalecer su reclamo político-social-sindical? En el mejor de los casos, con suma indulgencia, podríamos hablar de una gran ingenuidad. La Iglesia o ha cedido o se ha dejado usar. Y en el medio la Misa y el Santuario Nacional de Luján. ¿Fueron a rezar o a hacer una demostración de fuerza?

El concilio Vaticano II enseñó muy claramente sobre la legítima autonomía de las realidades temporales (GS 36). Las instituciones tienen sus reglas, sus dinámicas, y es preciso no avasallarlas. Qué pena que los acontecimientos de la semana pasada, sumados a otros en los últimos tiempos, refuercen el paradigma de una Iglesia que se entiende a sí misma sentada a la mesa de las decisiones temporales. La Iglesia existe para el anuncio y el servicio. Su modo de influir es mediante la transformación de los corazones y las mentes. Por supuesto que el Evangelio debe traducirse en obras, en diálogos, en políticas… pero no le corresponde a la Iglesia influir indebidamente identificándose de una manera tan burda con un sector particular. Del mismo modo que la Iglesia no se identifica con ninguna filosofía en particular, tampoco se identifica con ninguna política, economía, partido o sindicato.

Por supuesto que habrá quienes busquen una justificación en el mandato evangélico de recibir a todos con misericordia. Estamos todos de acuerdo. Pero cuando el hecho se enrostra deja de ser un asunto religioso para ser un asunto de política crasa. Las alusiones al Papa Francisco no dan lugar a dudas sobre las intenciones de los protagonistas. Tuve ayer la oportunidad de escuchar por la radio a uno de los pocos sacerdotes que concelebró sobre el altar y su posicionamiento era netamente político, apenas barnizado por alguna idea evangélica. Pero resulta que a los pastores no les corresponde, amén de no estar preparados, opinar sobre temas tan complejos y discutibles sobre tal o cuál hoja de ruta económica. Sencillamente no les compete y además, repito, en la mayoría de los casos no cuentan con la pericia requerida para sentarse a hablar en serio. Y si se insiste en que no hubo intención de dar un respaldo sectorial, lo creo y lo acepto. Pero cuando la sociedad y muchos de los fieles entienden eso, habría que preguntarse con humildad si no hubo un error de cálculo.

Jesús vino para todos. La Iglesia sirve a todos. Por eso es bueno que extreme la prudencia para que todos se sientan incluidos en sus oraciones y en su solicitud pastoral.