sábado, 3 de abril de 2010

Jueves santo 2010

La memoria hace a la identidad. El que no sabe de dónde viene en el fondo no sabe quién es.


Hay una memoria que lastima y destruye, como la del rencor y la venganza. O como la de la vanidad y el narcisismo. Pero hay otra memoria que suma y edifica; la de la gratitud, el perdón y la fiesta.


Toda la vida de la Iglesia, y muy especialmente el triduo pascual, es una gran memoria del Señor. Memoria de lo que Él ha hecho (y hace) "por nosotros". Cuando los judíos celebran la pascua, el niño de la casa pregunta al padre de familia: "¿Qué estamos celebrando?". Entonces el padre aprovecha la ocasión para recordar a todos las gracias recibidas por Dios.


El jueves santo es un día particularmente fuerte en este sentido. Los sacerdotes nos congregamos por la mañana en la catedral junto al obispo para renovar nuestras promesas sacerdotales. Allí, todos juntos, imbuidos en la conciencia de formar parte de un "cuerpo presbiteral" hacemos memoria de quiénes somos, del inmenso don recibido en la ordenación, y de la misión que eso supone.


Por la tarde fijamos nuestra mirada en la última cena. A la primera memoria del sacerdocio, sumamos la de la eucaristía y la del mandamiento del amor.


Jesús se reúne con los suyos a celebrar la pascua. Se inscribe en la tradición de su pueblo: llega como peregrino a la ciudad santa, dispone los preparativos necesarios, se sienta a la mesa al caer el sol... Pero esta pascua marca un punto de inflexión. Ya no será el animal sin defecto el que se inmole para ofrecer una sangre liberadora. Ahora Cristo es el cordero de Dios: la perfección del cuerpo es suplantada por la inocencia del alma, la liberación del yugo político cede lugar a la santidad interior de la gracia. Él es "el que quita el pecado del mundo". Todo el misterio del rescate del hombre condensado, apretado, en una cena ritual: cuerpo entregado y sangre derramada. Vida que se exponde y no se reserva. "Hagan esto en MEMORIA mía". Jesús manda que "hagamos esto". Que lo sigamos, que lo perpetuemos, que lo presentemos... pero "en memoria mía". Bíblica y técnicamente: memorial (zikkaron). Mucho más que un recuerdo subjetivo y sujeto a las deformaciones del individuo. Se trata de una memoria viva y real, memoria eficaz que actualiza el misterio en toda su fuerza haciéndolo presente sin más, es decir, en un sentido literal. Cada eucaristía nos sitúa en el misterio de la pascua, nos incrusta -por decirlo un poco fuerte- en el corazón del traspasado, en el drama del combate ineludible, en el amor que sangró no sin angustia.

Concluyamos esta primera parte. "En memoria MÍA" significa que Jesús se asume Cordero inmolado y Dios liberador. Tradicionalmente el sacrificio de pascua era memoria de YHWH, ahora pues, será memoria de Jesús. Se trata de una polarización de la fe israelita. Jesús reivindica para sí (aunque en contexto trinitario) la gracia de salvación. Y en esto ha ido más bajo y más alto que ningún hombre.

La memoria de la cena incluye el gesto del lavado de pies. Es una parábola en acción. El amor como clave de lectura. Este año quisiera apenas subrayar un incidente que parece marginal: la reacción de Pedro. El pescador protesta, impetuoso como siempre. Y esto le vale una corrección. "Si no te lavo no tienes parte conmigo". No se puede compartir la suerte de Jesús sin esta suerte de humillación. Humillación del discípulo que tiene que aceptar la humillación de Jesús. Podemos imaginar a Pedro ruborizado, teniendo que soportar este momento en que su Maestro se agacha y se dobla para cumplir con él -un simple pe(s)cador- el servicio de los esclavos. En el fondo, la crisis de Pedro es una buena señal. Es el despertar de una conciencia adormecida y acostumbrada que no discierne el misterio escandaloso de Dios. ¿Acaso los otros once entendían algo? Cuántas veces hablamos y nos bañamos en el amor de Dios con ligereza. Cuántas veces el silencio y la obediencia reverente proceden menos de un amor consumado que de una superficialidad (o un temor) incapaz de misterio.

Primer mandato de la cena: "Hagan esto en memoria mía". Segundo mandato: "Hagan lo mismo que yo hice con ustedes" (Jn 13,15) . Culto y vida, eucaristía y amor, adoración a Dios y servicio concreto a los hermanos. Ésta es la memoria del Señor. "Que el hombre no separe lo que Dios ha unido" (Mt 19,6).