martes, 29 de septiembre de 2020

El caso Amey Coney Barrett

 ¿Por qué ocuparnos de la nominación de una jueza en Estados Unidos? Porque es un caso testigo de cómo dialogan (o no) la fe y la razón.

Primero los hechos. El pasado sábado 26 de septiembre de 2020 Amey Coney Barrett fue presentada por el Presidente Trump como candidata a ocupar el cargo vacante en la Corte Suprema. El legajo de Barrett es impecable en el plano académico, profesional y personal. No se trata de Donald Trump sino de una nominación hecha en el marco de la ley. Pero resulta que se elevan fuertes críticas por su condición religiosa. De hecho, ya en 2017 la Senadora Feinstein le espetó lo siguiente: The dogma lives loudly within you. And that's a concern, algo así como "el dogma vive abiertamente, desembozadamente, en ti. Y eso es una preocupación".

En la mentalidad de Feinstein, que es la de muchos que ya han empezado a descalificar a Barrett de manera vergonzosamente desvergonzada, la fe católica es un lastre, un sesgo. Y aquí reside el malentendido. Mi punto no es discutir la candidatura de Barrett en concreto sino el razonamiento que subyace. La fe cristiana, ¿suma o resta racionalidad?

El cristianismo dirá con toda convicción que su adhesión a Dios, al dogma, no menoscaba la razón sino que la potencia. Independientemente de lo que sus críticos puedan pensar eso ya es algo importante, pues no todas las religiones se insertan de una manera tan firme en el horizonte de la razón. De hecho, Cristo es la Razón hecha carne. Logos sarx egéneto. O sea, al menos en la teoría el cristianismo se comprende a sí mismo como una religión de la razón, no irracional sino supra-racional. ¿Y qué significa eso? Que la razón es invitada a una lógica superior, más sensata, pero a la cual se accede mediante un acto de confianza, que no es otra cosa que un acto de amor. En el fondo no es tan difícil ni extravagante: el amor tiene su lógica, su racionalidad, que resulta una locura para los que están fuera porque están mirando desde otra perspectiva.

Pasemos ahora a Barrett. ¿Es ella una persona irracional? Como alumna fue la primera de su clase. En su carrera docente fue distinguida tres veces como profesora del año. En el plano laboral es reconocida por todo el espectro ideológico como una mente jurídica brillante con sobrada experiencia para el cargo. Se la conoce como una persona dedicada y respetuosa. Pero falta un ámbito más, el menos considerado hoy pero de suma importancia: la familia. Es llamativo cómo nuestro tiempo confía a menudo la "cosa pública" a gente incapaz de gestionar su "cosa privada". Un maestro dijo alguna vez: el que es infiel (adikós!) en lo poco también es infiel en lo mucho (Lc 16,10). Barrett está felizmente casada y es madre de siete hijos, dos de los cuales son adoptados de entre las naciones más pobres de la tierra. Y se ve que su casa está en orden, que es una mujer equilibrada, una madre querida por sus hijos. 

Entonces cabe la pregunta: el temor de los detractores, ¿es real o infundado? Dicho de un modo más incisivo: ¿es racional o irracional? ¿Ha mostrado Barrett pensar o fallar "contra derecho"? Es curioso que los ataques no se dirijan a su competencia, a su probidad o a su sentido de la ley. Sería triste comprobar, y todo lleva a esa conclusión, que lo que en verdad molesta en este caso es la religión. O el hecho de que una persona religiosa demuestre de manera cabal su racionalidad y su felicidad.

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La fe y la razón son como las dos alas con las que el espíritu humano se remonta a la contemplación de la verdad. Esta imagen de Juan Pablo II muestra que la fe y la razón están llamadas a complementarse. Y a corregirse mutuamente, como bien dijo en su momento Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. Porque las patologías no sólo se dan en el ámbito de la religión sino también en el de la razón. Que cada uno revise si está pensando y obrando conforme a una razón digna del hombre, es decir, una razón atenta, honesta, juiciosa, serena, humilde, amorosa y siempre dispuesta a ensanchar su horizonte en la búsqueda de la verdad.