domingo, 19 de julio de 2015

¿Espejando al Pastor ?

En el Antiguo Testamento Dios es conocido como el Pastor de Israel. Es un título amable y fuerte a la vez, que además conlleva una pizca de polémica: Israel es de Dios y de nadie más. Ningún gobernante puede arrogarse ser amo y señor del destino de la nación.

El salmo 23(22) constituye una de las expresiones más notables de esta convicción de Israel. Cualquier ocasión es favorable para volcarse a esta poesía sagrada, tan apta para consolar en medio de la noche como para celebrar a plena luz. Sin embargo, el profeta Jeremías hace saber que este título está manchado por aquellos a quienes se les ha confiado la misión de pastorear en nombre del Gran Pastor. "¡Ay de los pastores que pierden y dispersan el rebaño de mi pastizal!, oráculo del Señor" (Jr 23,1). La distorsión es un drama: el Nombre tan puro de Pastor resuena ahora envuelto en una triste ambigüedad. Corruptio optimi pessima, decían los latinos. Lo peor es la corrupción de lo mejor.

Vale la pena hacer un alto. ¿No se replica esto infinidad de veces? Hoy lo decimos del pastor, pero también vale del padre, de la madre, del hermano... del hombre en cuanto tal. Cuánto mal hace la distancia entre lo que las palabras significan y lo que la realidad ofrece. Desvirtuar es desfigurar: alterar el diseño, romper la realidad. Si lo pensamos bien, hay algo diabólico detrás de eso (dia-bolos). La confusión no es de Dios sino del maligno. Por eso Cristo. Él es la Figura bendita del Padre, la Imagen fiel de Dios. Él viene a reparar las brechas y a restaurar las imágenes dañadas.


El Evangelio no hace una desarrollo teórico de lo que un pastor debería ser, sino que presenta un retrato vivo. Jesús es pastor, el Buen Pastor en acción. En el pasaje de hoy distinguimos al menos tres rasgos: atracción, recepción y decisión.

Los discípulos vuelven de la misión y se acercan a Jesús. Lo buscan, tienen necesidad y deseo profundo de encontrarse con Él. No es mera logística. En el "contar" lo acontecido se juegan muchas cosas: abrir el corazón, compartir experiencias, hacer preguntas, esperar respuestas. El pastor es por definición una referencia segura, confiable. Jesús los recibe, les da cabida, los deja explayarse. En una palabra: escucha. Y escuchando interpreta. Discierne. Él ve más allá de sus propios discípulos. Percibe los gritos mudos del alma. Y entonces pasa a la acción. No como un genio altivo sino como uno que ha sabido asumir, en sí mismo, el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los suyos. "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco". Imposible no percibir el dulce eco de los versos hebreos: "Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas".


Pero, he aquí que, "al verlos partir, muchos los reconocieron y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos". Nuevamente la atracción. El verdadero líder, el pastor genuino no fuerza su capitanía. Ella se impone por sí misma, como la verdad, que "no se impone sino por la fuerza misma de la verdad, penetrando suave y fuertemente en las almas" (Dignitatis humanae 1). Jesús los ve. Elige verlos; no los ignora. Se hace cuenco para recibirlos. Como vienen, aunque sean una multitud. Él también está cansado pero no cede a la tentación de la mirada superficial, estadística. Se anima a contemplarlos con las entrañas y por eso se conmueve. "Como ovejas sin pastor". La compasión en un pastor no es mera vibración sino eficacia. Jesús siente el llamado no sólo externo sino interno. "Para esto he nacido, para esto he venido al mundo" (Jn 18,37). "Y estuvo enseñándoles largo rato". El alimento de la Palabra, la saludable doctrina del amor sin tregua que salva. 

No hay pastor sin ovejas. Él se debe a su rebaño y su felicidad está en el servicio. El pastor vive para los suyos y su misión es que tengan vida en abundancia (cf. Jn 10,10). Por ello es capaz de renuncia y de sacrificio. El Buen Pastor da la vida por sus ovejas (cf. Jn 10,11). Terminemos con una simple pregunta: ¿En qué medida o qué tan bien habla nuestra vida cristiana de Cristo Buen Pastor?