sábado, 15 de abril de 2023

No nos dejes caer en la tentación

En 1992 el conocido exégeta Ignace de la Potterie escribió: "La orientación política del mesianismo es una tentación diabólica, tanto para Jesús como para los discípulos" (La oración de Jesús, PPC, 71). Basta cambiar una palabra para obtener lo siguiente: "La orientación política del ministerio es una tentación diabólica". Nunca está de más recordarlo. 



sábado, 8 de abril de 2023

Vigilia pascual 2023

La Resurrección de Jesús es alegría

La primera palabra de Jesús Resucitado es “Alégrense” (Mt 28,9). Esta noche la Iglesia estalla de alegría por Jesús Resucitado. No es para menos. La muerte ha sido vencida; y con ella, todas nuestras pesadillas. No es una alegría fácil, de cotillón, sino una alegría que asume la condición dramática del hombre. Una alegría capaz de beber el cáliz hasta el final. Una alegría tan fuerte que no sabe de olvido, sino de perdón. “Esta es la noche en la que Cristo rompió las ataduras de la muerte y surgió victorioso de los abismos” (Pregón pascual). Y nosotros re-surgimos con Él. No es una metáfora sino una realidad profunda, grabada en nuestra carne desde el día de nuestro bautismo. Llevamos impresa la marca de la cruz, que es ante todo una auto-entrega de amor. Entrega a los hombres, que no supimos (o no quisimos) comulgar con la inocencia del nuevo Adán; pero a la vez entrega confiada al Padre, en cuyas manos el Hijo decidió dormirse, en la certeza de que habría de despertar a la eternidad. Esta es la Buena Noticia: Jesús está vivo y la muerte no tiene la última palabra. 

Señor, te pedimos que nos confirmes en la Esperanza.


La Resurrección de Jesús es luz

La oscuridad al comienzo de la celebración nos permitió conectar con las sensaciones de un mundo sin Dios. Es terrible comprobar la falta de luz en nuestro tiempo. Si prestamos atención a las series, la música, las noticias, el humor, los dibujos infantiles, los boliches… ¡cuánta oscuridad! Y nos vamos acostumbrando a ese tono falto de color, falto de vida; tono gris, triste y por momentos ácido. Hoy encendemos el cirio pascual como un signo de Jesús Resucitado, que es la luz del mundo, y que espera de nosotros lo mismo. Ser luz en mi familia, en mi trabajo, con mis amigos… Donde quiera que vaya, ser testigo de la Resurrección, ensanchar el horizonte hacia Dios; que para Él estamos hechos, y sólo en Él descansa nuestro corazón. En un mundo fragmentado que se conforma con relatos parciales, con historias mínimas, con imágenes sueltas, nosotros gozamos con Jesús: principio, centro y fin de todo lo creado. Él es la pieza que da sentido al mosaico de la historia, la llave que abre los enigmas que nos angustian. Ya está: el Cordero ha vencido, el Buen Pastor ha regresado. No hay nada que temer. 

Señor, te pedimos que nos confirmes en la Fe.


La Resurrección de Jesús es libertad

El sepulcro de Jesús estaba asegurado por una piedra grande. Como si la muerte no fuera suficiente, la piedra viene a reforzar la idea de que se trata de algo irreversible. Sin embargo, las mujeres ven cómo la piedra es corrida. Para Dios nada es imposible. En esa piedra están todos nuestros pecados, todos los actos que nos alejan de Dios: incredulidad y cinismo, soberbia y egoísmo, mentiras y excesos, hipocresía y rencor, ira y vanidad… en una palabra: autosuficiencia. Pero la resurrección no es sólo un hecho físico, sino espiritual. Es más, Jesús vence a la muerte porque antes vence al pecado. Y en Él somos libres, libres para amar como Él nos amó. La resurrección es poder frente al mal, y libertad para el bien. En esta noche renovamos la gracia del bautismo, gracia de hijos en el Hijo. Es así: “la santidad de esta noche aleja toda maldad, lava las culpas, devuelve la inocencia a los pecadores y la alegría a los afligidos” (Pregón pascual). La gloria es darse sin reserva, servir con alegría y perdonar de corazón. Como Jesús. 

Señor, te pedimos que nos confirmes en el Amor.





jueves, 6 de abril de 2023

Misa de la Cena del Señor 2023


Celebrar la Pascua es contemplar lo más hondo del misterio de Jesús. Iremos entrando de a poco, paso a paso, de la mano de la Iglesia, que conoce como nadie los tesoros de la fe cristiana. En este primer momento ella nos invita a sentarnos a la mesa de la última cena. La sala es grande y está arreglada con almohadones. Los discípulos saben que las autoridades quieren matar a Jesús. Él mismo había dicho, en más de una oportunidad, que debía morir y resucitar. Pero ninguno termina de entender qué significa eso. 

 

“Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo la conservará para la vida eterna” (Jn 12,24-25).

 

Ha llegado la hora de pasar de este mundo al Padre. Esa hora coincide con la pascua judía, que celebra el fin de la esclavitud. Pero una cosa es la libertad política y otra cosa es la libertad espiritual. ¿Quién puede negarlo? ¿Quién no sufre la contradicción en su propia alma? Como dice san Pablo: “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rm 7,19). Jesús nos libera de la peor esclavitud, que es el pecado, o sea la incapacidad de amar bien. Pasar al Padre es volver a casa, donde siempre nos reciben con los brazos abiertos; es reencontrarnos con nuestra identidad más profunda: la de hijos de Dios. 

 

En la última cena Jesús ofrece la clave de lectura de su pascua. La muerte no es algo que se le impone desde fuera, sino algo que él asume desde dentro, con plena conciencia. Es un paso dado en libertad, un servicio que nace del amor. Entonces, para enseñarnos eso, realiza un gesto fuerte que invita a repensar el sentido de la autoridad. Jesús, que es Maestro y Señor, se abaja al punto de asumir la tarea de un esclavo. Enorme paradoja: el hombre libre se vuelve esclavo para que los esclavos lleguemos a ser libres. “Amor saca amor”, dice santa Teresa de Jesús. La escena cuesta un poco: por un lado, nos conmueve su ternura, su humildad, su magnanimidad; por otro lado, nos duele verlo encorvado, lidiando con nuestros olores y nuestros callos, limpiándonos el barro de las calles inmundas que transitamos en las noches de tormenta. Él no dice nada. No le hace falta. Primero lava nuestros pies llagados, después los seca y finalmente los besa. Es entonces cuando un santo temor nos atraviesa. Pedro no se contiene. Le parece demasiado y protesta. Pero Jesús lo ubica en un instante: “Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte” (Jn 13,8.) 

 

El lavado es un signo de la gracia, un signo del Espíritu Santo que restablece la comunión perdida; ante todo en el Bautismo, pero también en cada perdón. Dejemos de lado nuestro orgullo y reconozcamos todos que necesitamos de Jesús. Y si Él se abajó, también nosotros tenemos que hacer lo mismo. Cuánta gente necesita ser mirada más allá de lo que hace o tiene. Cuánta gente necesita un oído atento, una palabra sincera, una mano amiga. Cuánta gente necesita tiempo de calidad en un mundo que corre sin saber para qué. Y todo eso sin exigir nada a cambio, sino porque sí, porque Dios nos amó primero. La gloria es amar hasta el fin, hasta el extremo. “El que pierda su vida por mí la encontrará” (Mt 16,25).

 

El lavado de los pies no podía quedar reservado al círculo de los primeros discípulos. Ni tampoco el misterio de la muerte y resurrección cifrado en ese lavado. Por eso Jesús instituye la eucaristía, para que todos podamos hacer experiencia del amor que sana. En el sacramento del pan y el vino queda perpetuada la entrega única y definitiva que redime la historia universal. En cada Misa Jesús lava mis pies y mis manos, mi boca, mis ojos, mis oídos… Me lava entero con su sangre de cordero inmaculado. Y así cambia el rojo de mi vergüenza por el blanco de la inocencia. Cada vez que comemos el cuerpo de Cristo proclamamos la muerte de Jesús, que no es el triste final de un individuo sino el origen luminoso de la nueva familia humana. Cada vez que comemos el cuerpo de Cristo, comulgamos con su Amén al Padre, ese Hágase incondicional que vence el egoísmo y el miedo con la confianza del Niño más niño de todos.

 

Demos gracias al Padre, que por el Espíritu hace presente sobre el altar a Jesús, el Hijo amado, el Sacerdote que se ofrece por nosotros y con nosotros. Demos gracias porque en Él hemos conocido el amor. No el amor mezquino que sólo busca el propio interés, sino el amor generoso que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. Cuando comemos Su carne, inmolada por nosotros, somos fortalecidos; cuando bebemos Su sangre, derramada por nosotros, somos purificados. Celebrar la Misa es honrar la entrega de Jesús; y comprometernos a seguir sus pasos. Con esta alegría hacemos nuestras las palabras del salmista: “¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo? Alzaré la copa de la salvación en invocaré el Nombre del Señor” (Sal 116, 12).

domingo, 2 de abril de 2023

Ramos 2023

Jesús entra en Jerusalén, y nosotros entramos con Él. Pero esta vez la tierra santa no es un lugar, sino un tiempo. Nos disponemos a vivir la semana mayor de la fe cristiana, y le pedimos al Padre que nos regale los sentimientos de su Hijo. Porque reconocemos que en muchos sentidos somos como la multitud del Evangelio, que festeja a Jesús con un entusiasmo sincero, pero bastante inmaduro. Hoy cantamos de corazón “hosanna al Hijo de David”, pero es probable que en pocos días (u horas) nos vean gritando “crucifíquenlo”. 

Jesús elige un asno que nadie había montado previamente. ¿Por qué? Porque de ahora en adelante todo es nuevo, inaudito. Y así queremos transitar la pascua: con el asombro de la primera vez, tan propio de los niños. No queremos presumir de sabios, de experimentados, sino que nos entregamos a Dios para que Él nos muestre el camino. Jesús es el Camino, y nadie va al Padre sino por Él. Es un camino noble, exigente, por momentos oscuro, pero que conduce a la paz que supera todo lo que podemos pensar. 


El profeta Isaías nos habla de un misterioso hombre que sufre en representación de los demás. Y ese servidor dice lo siguiente: “El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me eché atrás”. Es ante todo un retrato de Jesús, siempre atento a la voluntad del Padre, firme en su misión de amar sin mezquindad. Pero también es un llamado a cada uno de nosotros, especialmente en esta semana. Muchas veces hacemos oídos sordos a la llamada de Dios, y no quisiéramos dejar pasar esta nueva oportunidad. Tampoco quisiéramos escuchar evadiéndonos. Pero somos débiles, y lo sabemos. Por eso pedimos la gracia de ser fieles en la adversidad, cuando lo más fácil sea decir que no lo conocemos.

Gracias Señor por esta nueva pascua. Gracias por la fe. Gracias por la Iglesia que nos introduce en el misterio de tu amor.