domingo, 28 de septiembre de 2014

Sobre mandatos y (des)obediencias

Mt 21,28-32

La parábola de hoy nos habla por contraste. Un padre tenía dos hijos… A Jesús le gusta presentar el Reino de Dios en clave de familia. Es un marco que no hay que perder de vista: somos todos hijos y hermanos de un mismo Padre.


El contraste nos resulta conocido: algunos cambian para bien y otros cambian para mal. La vida es dinámica y la naturaleza humana es inestable. Sin embargo, hay una pregunta sencilla que disipa toda ambigüedad. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del Padre? Esta es la pregunta a la que hay que volver una y otra vez. En medio de la confusión y más allá de las palabras, ¿quién hace carne el deseo de Dios?

La libertad nos abre muchas oportunidades pero también tiene sus riesgos. Lo que uno será mañana ni uno mismo lo sabe. San Agustín dice: “Aquel de quien desesperábamos, en el momento menos pensado, súbitamente se convierte y llega a ser el mejor de todos. Aquel, en cambio, en quien tanto habíamos confiado, en el momento menos pensado, cae súbitamente y se convierte en el peor de todos” (Serm. 46,25).

En la vida del espíritu no existe el punto muerto, siempre estamos avanzando o retrocediendo. Hasta último momento se nos presenta la alternativa: conversión o perversión. Por eso san Pablo llama a la humildad: “El cree estar de pie, cuídese de no caer” (1 Co 10,12).

La parábola nos ayuda a ser conscientes de nuestra fragilidad. En este contexto cobra relieve la figura de Jesús. Se trata de un nuevo contraste superador. Él es el Hijo verdaderamente fiel que realiza, plenamente, sin fisuras, la voluntad del Padre. Su corazón no vacila nunca sino que está firme en el Señor. Acepta el mandato paterno sin regatear y desciende a la viña para entregarse por entero a la obra de la salvación. “Mi alimento es la hacer la voluntad del Padre” (Jn 4,34). Jesús no sólo es el de Dios a los hombres sino que también es el de los hombres a Dios.


            Hacia el final los sumos sacerdotes y escribas reciben una dura lección. Publicanos y prostitutas los precederán en el Reino de Dios. Jesús no hace sino revelar un hecho repetido. Los grandes pecadores suelen ser más sensibles al llamado a la conversión porque saben bien de sus miserias. Recuerdo un hombre que había sido un gran pecador y lo asumía sin rodeos. Hasta que un día cambió. “Mi padre era burrero y me enseñó que la carrera se gana en los últimos 100 metros. Ahí es cuando hay que largar el caballo”. Sabiendo que le quedaba menos tiempo había decidido ordenar su vida. ¿Acaso Dios es injusto? ¿O será que no comulgo con su misericordia? Profesar la fe es una gloria pero también un compromiso serio. Pidamos la gracia de la coherencia a la luz de los sentimientos de Cristo Jesús (Flp 2,5).


A fin de cuentas, todos somos mendigos. En relación al pasado: “Señor no recuerdes nuestros pecados y nuestras rebeldías de juventud” (cf. Sal 25). En relación al futuro: “No nos dejes caer en la tentación”.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Calvary (2014)

Qué reconfortante saber que la fe cristiana sigue inspirando belleza. Anoche tuve oportunidad de ver una película del todo singular. El cine es arte y el arte expresa nuestra condición espiritual.

Calvary es una producción irlandesa de notable fotografía y sólidas actuaciones que sigue el hilo de un relato intenso. El guionista y director John Michael Mc Donagh logra adentrarnos en la piel de un sacerdote que avanza en medio del trigo y la cizaña de su feligresía y de su propio corazón. La vida emerge compleja como es, fascinante y densa, sin necesidad de aditivos que distraigan. 

Las grandes preguntas surgen por sí mismas, no de manera forzada sino por las circunstancias de los diversos protagonistas. La existencia humana es cosa seria. Me refiero a la seriedad de la ternura y la integridad, de la virilidad y la abnegación, pero también de la tentación y la frivolidad, de la ruindad y la muerte.


Calvary ofrece la oportunidad de (re)pensar la vida y la fe desde una mirada profunda, nada superficial. Me detengo en particular en la vocación sacerdotal, tan bien retratada: cotidiana, trabada, por momentos incomprendida y solitaria, dialogando con lo más excelso y lo más miserable.

La trama es espesa pero dinámica a la vez. Tiene mucho de suspenso humano pero en el fondo es un itinerario místico. Dios quiera que muchos puedan saltar a este segundo nivel, porque vale la pena. De todas maneras, la película hiere en el mejor de los sentidos. Nos lleva a la entraña, suscita sentimientos de empatía, sosiega y perturba. La belleza conmueve y nos despierta invitándonos a una mayor lucidez. Qué sublime es la vocación humana.