domingo, 25 de enero de 2015

Y un día la Palabra habló

Mc 1,14-20 - Domingo III B

En ciertas ocasiones, perderse el principio es perderlo casi todo. ¿Cómo no prestar atención a las palabras con las que Jesús empieza su ministerio público? En ellas queda cifrada toda su misión. Recordemos que es la Palabra de Dios la que empieza a develarse. Una Palabra que, humanamente, ha ido madurando su entrada en escena. Treinta años de silencio no se rompen al azar. Jesús sabe muy bien lo que quiere decir.

El anuncio gira en torno a una Buena Noticia. El Evangelio es sinónimo de alegría; aunque no siempre lo vivamos así. “El tiempo se ha cumplido; el Reino de Dios está cerca”. ¿Qué está diciendo Jesús? La salvación es aquí y ahora: tiempo y espacio no son un problema sino una respuesta. Dios está presente, se deja ver, oír y tocar. Él es Emmanuel, Dios con nosotros. No sólo para sus contemporáneos en Tierra Santa sino para todos. Especialmente para el bautizado: Jesús vive en mí y yo vivo en Jesús. ¿Acaso podría pensarse una cercanía mayor? Como dijo Agustín: “Tú eras más íntimo que mi propia intimidad” (Conf. III,6,11).


“Conviértanse y crean en la Buena Noticia”. No solemos asociar la conversión a una buena noticia. Y sin embargo, ahí está todo el secreto. Se trata de cambiar para ser cada vez más uno mismo. Cambiar para estar a la altura de las circunstancias. Jesús nos dice que estamos para más. Quien no se convierte se estanca y queda fuera de juego. Va envejeciendo espiritualmente y deja de dar frutos. Entonces reina la insatisfacción de haber pactado con la mediocridad. La conversión es permanente porque el Evangelio siempre nos queda grande. Pero es preferible morir en camino a la santidad antes que simular haber llegado a destino.

La conversión está en creer, en abrirse al poder de Dios. ¿O no es el bautismo una regeneración? Sabemos que la gracia de Dios nos hace nuevas criaturas. Dejar entrar al Espíritu dilata la mirada y el corazón. La obra no la hace uno sino que la hace Dios. Tal vez resistimos la conversión porque son pocas las veces que nos tiramos a la pileta. Si lo intentáramos más seguido nos daríamos cuenta del bien que nos hace. Quien ha recibido la absolución sabe de qué se trata. Desear la conversión es situarse en el terreno de la verdad que libera: esto no me convence y no quiero resignarme. Convertirse es creer en la misericordia de Dios y encontrar la paz de luchar sin tregua por la propia identidad. ¿Será verdad que Él me ama tanto? ¿Tanto valgo a sus ojos?


Jesús pasa y llama en lo cotidiano. Los apóstoles no estaban en el templo sino en medio del trabajo. Ahí los encuentra y los llama. Ellos dejan las redes y lo siguen. Pedro, Andrés, Santiago y Juan, como tantos otros, son un ejemplo de libertad interior. Saben discernir prioridades y no se equivocan en lo único que de verdad cuenta. Reconocen los encantos de este mundo pero no se aferran a ellos. Al contrario, sin dramas, dejan a un lado lo que impide ir tras las huellas de Jesús. No se dejan envolver en las redes de lo inmediato sino que guardan fresco el olfato de la eternidad.

Lo que quiero decir, hermanos, es esto: queda poco tiempo. Mientras tanto, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran nada; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo es pasajera (1 Co 7,29-31).


viernes, 16 de enero de 2015

Nota marginal a Hb 3,7

Escritura, ¿qué dices de ti misma? No pocos estudiosos de la Biblia parecen pasar por alto algunas claves fundamentales que la misma Biblia ofrece para su interpretación. 

Veamos un ejemplo. Puesto a citar el Salmo 95, el autor de la Carta a los hebreos lo introduce del siguiente modo: "Como dice el Espíritu Santo..." (Hb 3,7). ¿Acaso ignoraba que el salmo había sido redactado por manos humanas? En absoluto, sólo que le resulta evidente que, detrás de la colaboración humana, es el mismo Dios el que habla. No confunde ni separa; integra distinguiendo jerarquías. Porque toma en serio lo que lee: la "voz del Señor" es el mismo Espíritu y no una prescindible ficción literaria. 

Cuando en el Evangelio leemos que Jesús dice algo, haríamos mal, como a veces ocurre, en atribuir esas palabras al evangelista, como si fueran mera autoría humana y, por tanto, menos vinculantes. La mediación apostólica está, pero no representa ni la primera ni la última palabra. Para el cristiano debe quedar claro que es siempre Jesús el que habla.

domingo, 11 de enero de 2015

En aguas profundas

Gocémonos, Amado,
y vamos a ver en tu hermosura
al monte y al collado,
do mana el agua pura;
entremos más dentro en la espesura.
S. Juan de la cruz


En su bautismo, Jesús ingresa en el Jordán y se deja cubrir por las aguas. Es importante prestar atención al lenguaje corporal. El episodio nos habla de un descenso con todo lo que eso significa: abajamiento, renuncia y debilitamiento. Libremente, Jesús ingresa en el mundo, en la trama de la historia y en el misterio del tiempo. El tiempo que se escurre haciéndonos sentir lo efímero de nuestra condición. Jesús se sumerge en nuestras cosas, se deja cubrir por nuestras alegrías pero también por nuestras tristezas, cansancios y miserias.


En el descenso del bautismo Jesús cifra toda su misión: la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. La visita de Dios no es un roce sino un adentramiento. La navidad es cosa seria, es decir, un compromiso irreversible con nuestra carne. Jesús asume nuestra humanidad con todas sus implicancias. Desciende con nosotros y por nosotros. Toca fondo abrazando nuestra naturaleza herida sin asustarse. A menudo experimentamos la tentación de salirnos del camino, de evadirnos de nuestra realidad. Jesús nos enseña que el amor es permanencia. Su bautismo es un llamado a hacerse cargo de los aspectos menos lindos de la vida: personal, familiar, nacional, eclesial...

Jesús desciende para revelarnos el misterio de Dios que es amor. Él nos abre a la intimidad de la Trinidad, donde todo es entendimiento y comunión. En el Espíritu Santo, el Padre da testimonio del Hijo y el Hijo da testimonio del Padre. Al inicio por el agua del bautismo; al final por la sangre de la eucaristía. El río Jordán y el monte Calvario son dos expresiones de un mismo misterio. "Jesucristo vino por el agua y por la sangre; no solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre" (1 Jn 5,6).


El bautismo de Jesús no defrauda. Entusiasma y luego cumple lo que promete. Ya lo había dicho Isaías: así como la lluvia no cae en vano, sino que fecunda la tierra y la hace germinar; lo mismo ocurre -¡cuánto más!- con la Palabra de Dios (cf. Is 55,11). Jesús viene a transformar nuestras vidas: su descenso significa nuestra elevación. ¿Estaremos dispuestos a entrar en ese remolino de gracia?

El bautismo es la Buena Noticia de saberme amado en Jesús. A cada instante de nuestras vidas escuchamos al Padre pronunciar esas palabras sencillas y contundentes, ligeras e insondables: "Tú eres mi hijo amado, en ti tengo puesta toda mi predilección" (Mc 1,11). Es por eso que Isaías grita a los cuatro vientos: vengan, vengan a tomar agua todos los sedientos, el que no tenga dinero venga también (cf. Is 55,1).  ¿Cuánta gente mendiga cariño inútilmente mientras Jesús lo regala sin medida? El cristiano verdadero es el que nunca se aleja de la fuente bautismal, sino que día y noche saca de ella, con alegría, el agua de la gracia y del perdón (cf. Is 12,3).


Toda nuestra vida es una lucha por llegar a ser verdaderamente hijos. Y nuestras torpes oraciones no son más que un intento de balbucear la palabra "Padre". Pero, ¿cuán permeables somos? ¿En qué medida nos dejamos impregnar de Dios? Como dice una canción: "era una piedra en el agua seca por dentro". El bautismo implica dejarse afectar por Jesús: dejarse atravesar por su amor y transitar la pascua con Él. En el fondo, "la gracia del bautismo y la gracia de la unción de los enfermos son muy semejantes" (A. von Speyr). El bautismo es un alumbramiento, pero está claro que el trabajo de parto sólo termina cuando dejamos este mundo y llegamos a luz que no tiene fin.

jueves, 1 de enero de 2015

Santa María Madre de Dios

... yo soy la siempre Virgen María, 
Madre del verdadero Dios por quien se vive


En Guadalupe María se revela como la Madre 
de Dios. 

Pero lo hace mediante un giro que se acerca notablemente a la 
oración colecta
de la Misa. 

Aquí la confesamos como Madre del autor de la vida
La liturgia romana y la piedad indígena coinciden católicamente.

¿Vivo? ¿Por quién? 
¿Para quién?