viernes, 12 de octubre de 2007

Hacia Luján

Peregrinar es caminar por devoción hacia un santuario; es decir, lo que hoy hacemos todos nosotros: caminamos hacia la casa de la virgen. Pero también peregrinamos a lo largo de nuestras vidas: es un caminar hacia la Patria Celestial. Entonces la experiencia que hoy tengamos puede ayudar mucho a vivir con sentido profundamente cristiano nuestras vidas. El peregrino está de paso, de camino, su horizonte no es caminar sino llegar. El peregrino tiene altibajos en lo físico y en lo anímico: hay momentos de vitalidad y otros de cansancio, hay euforia pero también hay bajón. El peregrino deja comodidades, y no duda en soportar las pruebas del camino porque sabe que es la Virgen quien lo convoca y comprende la importancia de la visita. De la misma manera el cristiano elige muchas veces el camino arduo, “la puerta estrecha del evangelio”, por seguir a Cristo; y no mide sacrificios porque entiende bien que es Dios quien lo espera al final.

Ahora bien, miremos un poco a los costados. No estamos solos: hay gente por delante y por detrás. Varones y mujeres, jóvenes y adultos, algunos parecidos entre sí y otros muy distintos. Caminamos todos juntos como Iglesia. Y en la inmensa variedad podemos reconocernos igualmente convocados por Jesús y María: Somos la familia de Jesús (el Santo Pueblo fiel de Dios). Lo mismo pasa en nuestras vidas: los cristianos vamos como Iglesia al encuentro del Señor. Porque quiso Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo (CEC 781). Que esta experiencia nos sirva para vivir sin individualismos, unidos y sin desalentarnos porque siempre habrá algún cristiano que me ayude y otro a quien pueda ayudar.

Finalmente queridos peregrinos, miremos a “María Peregrina”. Ella no sólo nos espera al final del camino, sino que como atenta madre que es viene ya a acompañarnos en nuestra marcha. María la llena de gracia, la virgen sin mancha es modelo de la Iglesia en su camino de fe, y también en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo (CEC 972). Sí, entonces al término de nuestras vidas ella nos tomará de la mano para entrar al Cielo y escuchar del ángel las palabras: “Bien hecho siervo bueno y fiel entra a gozar del descanso de tu Señor”.

Año 2000