viernes, 20 de febrero de 2009

Babel

Pocas palabras son hoy tan gráficas para describir el mundo como "Babel". Vivimos una confusión, un embrollo (bbl, en hebreo) muy grande. La escena nos la trae el Génesis, y es de lo más escueta. Nos remonta a un período inmemorial en el que "todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras". Hermosa realidad; los hombres hermanados por la palabra, que es la imagen, la impronta misma de Dios (Jn 1,1-14; Col 1,15).

Pero la proyección comunitaria sucumbió a un deseo faraónico: la fama del propio endiosamiento. La intención de construir "una torre con la cúspide en el cielo" habla por sí sola. Una nueva versión del arrebato paradisíaco y del robo prometéico. El esfuerzo humano por suprimir la última, y la más fundamental, de las diferencias: la alteridad creador-creatura. El ascenso a la esfera divina en una suerte de "asalto humano al cielo" (Alonso Schökel).

Entonces Dios se anticipa y toma cartas en el asunto. Una primera lectura deja la sensación de un Dios inseguro, que teme la competencia. Y acá está el fondo de la cuestión. Ahora se ve con más claridad: el hombre ha desafiado a Dios, se le ha querido medir de igual a igual. Dios no actúa como rival sino como Padre. "Confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan entre sí". Aplica un castigo que apunta a la raíz. Prefiere un pueblo, una familia, menos pujante pero más humilde. Humildad no es sumisión, sino verdad, realismo. Ya lo decía santa Teresa: "la humildad es andar en caminos de verdad". Y Dios le muestra al hombre su condición: lo que en verdad es. La incomprensión que se desató junto al árbol y la serpiente, había ido en crecida de la mano de Caín, y de tantos otros. "Despierta, tú que duermes. Ahora sabrás cómo es el corazón humano". Con su medida, Dios no hace sino aterrizar al hombre de su sueño inconsistente, para que vea, por medio de signos exteriores el estado de su mundo interior.

Pero Dios es tan grande que saca bien del mal. Lo que parecía un retroceso abre las puertas a un inmenso desafío de luz. La multiplicidad de lenguas, es decir, de culturas y formas de pensar y entender la vida puede ser fuente de conflictos. Pero no necesariamente. También puede ser una bendición. La multiplicidad de lenguas -¿acaso no existen tantos idiomas como seres humanos?- reflejan la inconmensurable perfección de Dios. Al ritmo monocorde, al proyecto hegemónico, al pensamiento único propuesto por el hombre (y los intentos siguen repitiéndose), le sigue la contrapropuesta de lo alto. ¡Hagamos una versión sinfónica! Que los contrastes no sean enemistad sino simples juegos de colores. No suprimamos las lenguas, sino que cada uno hable la suya propia. Y que cada cual aprenda la del hermano.

Evidentemente, el sólo escuchar esto desconcertó al hombre. ¿Cómo sería esto posible? "Todo es posible para el que cree". Y llegó el día, la mañana, en que como un rapto profético y germinal sucedió. Fue una pizca de esperanza con gusto a eternidad. Doce varones dieron el testimonio abrasados por el fuego de Dios (Hch 2). Y a nosotros nos queda la tarea pendiente.