domingo, 14 de junio de 2020

Corpus Christi 2020

En este Corpus Christi tan particular propongo tres puertas al misterio: el hambre de Dios, el asombro eucarístico y el testimonio eucarístico.

El hambre y la sed son realidades humanas. Lo malo no es tener hambre sino carecer de alimento. Sentir hambre, en el fondo, es algo bueno. Porque me avisa que necesito comer. El hambre es una referencia de vida, una señal luminosa que evita el colapso. Entonces lo verdaderamente grave es no sentir hambre ni sed, porque en ese caso me dejo estar mientras las energías se consumen silenciosamente y la muerte avanza, imperceptible. ¿Tengo hambre? ¿De qué? Esas son las preguntas de este domingo. El libro del Deuteronomio nos recuerda una verdad elemental: "no sólo de pan vive el hombre". Somos algo más que materia. La biología es fundamental pero no alcanza. Todos buscamos el amor y la verdad, una vida que no sea simplemente subsistir al modo de bestias refinadas. Estamos hechos para Dios. Quizá lo reconozcamos de buen grado pero eso no significa que nuestras acciones lo confirmen. ¿Cuál es mi horizonte? ¿Cuáles son mis deseos? Un mundo chato es un mundo adormecido que se desliza hacia la mediocridad, hacia la frialdad, hacia la pobreza espiritual. 

Este domingo encendamos nuevamente el ardor de la dignidad humana, el deseo de una comunión intensa, pura, eterna. La Buena Noticia es que el hambre de Dios tiene su respuesta y se llama Jesús. "Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá eternamente... Mi carne es la verdadera comida y mi sangre la verdadera bebida. El que come de este pan permanece en mí, y yo en él". 

Llegamos así a la segunda puerta: el asombro eucarístico. Queremos tomar conciencia de lo que significa el regalo de la Misa. En cada altar se nos ofrece la entrega de Jesús, su servicio de amor. Él se hace presente en la sencillez del pan y el vino consagrados. Dejándose partir, Él realiza la comunión. La esperanza del mundo no es la técnica, ni el cálculo económico, ni la astucia política ni la fuerza militar. La esperanza es Cristo que vive en medio nuestro. Cristo reina oculto en el pan y el vino. Un cristiano descansa en eso. Por eso, aun cuando no pueda comulgar sacramentalmente, siempre le queda la paz de saber que Él está sobre el altar (o reservado en el sagrario). Cristo es el protagonista. Él es nuestro capitán. Si Él está presente, nada puede estar mal. 

Pero ¿qué significa celebrar Corpus Christi en este tiempo de abstinencia? Cada uno deberá escuchar lo que Dios quiera decirle. Entre tanto se impone aquello que dijo Jesús: "adorar en Espíritu y en Verdad". Por de pronto, creer. Sí, creer en este misterio de amor, atreverse a creer sin sombra de duda algo que nos desconcierta, no porque resulte absurdo sino precisamente porque responde demasiado perfectamente a los más profundos anhelos del corazón humano. Dios no está lejos sino cerca. Dios no es complicado sino simple. Tan simple como una comida que se ofrece sin reparos. Un pan que nutre el alma, un vino que nos hace hermanos, más aún, hijos del Padre. ¿Quién no quisiera creer que es posible comer y beber a Dios? Hoy toca adorar a la distancia, que de ninguna manera es ausencia. Hoy toca comulgar en el amor que "todo lo puede, todo lo espera, todo lo soporta".

La tercera puerta es el testimonio eucarístico. La fiesta de Corpus es la celebración de la presencia verdadera, real y sustancial de Jesús eucaristía. Y la Iglesia quiere dar a conocer ese don, sin vergüenza ni arrogancia, con la sencillez y la responsabilidad de quien ha recibido una gracia inmensa. Por eso la Misa concluye normalmente con una procesión en la que el Santísimo sale del templo. El gesto extraordinario quiere ser un signo de una misión permanente: dejar que Jesús gane la calle, el barrio, la ciudad. La eucaristía no debe ser el privilegio de unos pocos sino la alegría de toda la nación. La eucaristía no debe ser un rito al margen de la vida sino culto que marque un estilo social. 

Hoy Cristo eucaristía no puede salir a la calle. Entonces resulta más evidente que nunca el compromiso que nos corresponde: ser nosotros mismos cuerpo de Cristo para los demás, o sea, hacer carne la disponibilidad del Hijo. Haremos la procesión por Él y con Él, a fin de que muchos vean -aunque más no sea en la discreción de un gesto o una palabra- la cercanía del amor de Dios.

Tres puertas para un mismo misterio. El misterio del pan de cada día que el propio Jesús nos enseñó a pedir.