miércoles, 1 de enero de 2020

1º de enero de 2020



En la Iglesia el día de Navidad dura ocho días. El “siete más uno” nos dice que en Jesús el tiempo se abre a nueva dimensión. Primero por la encarnación, luego por la resurrección. Él hace nuevas todas las cosas. Y así como en Jesús comienza una nueva historia, en Él también comienza un nuevo año. Por eso hoy queremos dejar a los pies del pesebre el año 2019 que se va y el año 2020 que llega. ¿Qué será del 2020? La respuesta no depende tanto de la futurología sino de esta otra pregunta: ¿Qué lugar le daré a Jesús en los próximos doce meses? La clave del año que empieza no está fuera sino dentro, en nuestro corazón, en nuestro deseo de caminar en alianza con el Niño de Belén.

La bendición está servida. Sólo resta inclinar la cabeza y dejarse bañar por la gracia. Porque en el fondo, ¿qué es la maldición sino la propia incapacidad de abrirse a Dios? Todo es gracia, dice santa Teresita. Sí, todo es gracia aunque sea una cruz. O mejor dicho: toda gracia nace de la cruz de Cristo y tarde o temprano nos une a ella.

Si la octava de Navidad culmina en la contemplación de María es porque nadie como la Madre de Dios para adentrarnos en el misterio de la Palabra hecha carne. Te pedimos, María, que nos enseñes a sostener en brazos a tu Hijo, al Pequeño, y que no nos asustemos ante tanto don, ante su delicada respiración. Que tampoco nos asustemos de nuestro pasado, de la torpeza que hiere nuestra memoria diciéndonos que una vez más lo estropearemos todo. Madre necesitamos paz. Paz para el mundo pero antes paz en el propio corazón. Una cosa no viene sin la otra. Danos el gustar de tu presencia, que siempre nos remite a Jesús. Porque, como escribe Pablo, Él es nuestra Paz.


El Evangelio según san Lucas cuenta que al nacer Jesús unos pastores de la región recibieron la visita de un ejército de ángeles. Qué curioso: ¡un ejército de paz! ¿Y qué cantaban? Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres amados por Él (Lc 2,14). La paz no es principalmente una conquista sino un don. La paz surge cuando nos dejamos querer por Dios. Dicho de otro modo: la paz humana pende de la gloria divina. En Jesús la gloria de Dios tiene rostro humano. Por eso la antigua bendición de Israel nos resulta ahora más cercana: Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz (Nm 6,26).

En este comienzo de año pedimos la gracia de hablar con Jesús cara a cara, como hacen los amigos. Y de contemplar en silencio su misterio, que nos confirma en el amor de los hijos de Dios. En definitiva, si la Iglesia celebra hoy a María es para seguirla en su actitud de discípula, por la que conservaba y meditaba estas cosas en su corazón (Lc 2,19). Ella nos muestra así el camino a Jesús. Pues, como enseña san Ignacio, “no el mucho saber harta y satisface el ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente” (EE 2).