viernes, 25 de diciembre de 2015

Variaciones navideñas

En todo nacimiento se esconde una sorpresa. La criatura llega como don imposible de adivinar.  ¿Cuál será su rostro? Recién con el parto comienza la aventura del conocimiento y la aceptación. Entonces la madre abraza y contempla, amorosa, sin condiciones. 

Lo mismo ocurre con Jesús, cuya venida supone un desafío. Qué importante es mantener la expectativa frente al primogénito (Lc 2,7). Él es el primero no sólo para María y José, sino para la humanidad entera. Porque en Jesús, por primera vez, los hombres somos hijos de Dios en sentido propio. 

La Navidad llega como el fresco nocturno, para renovarnos en el misterio. "Yo hago nuevas todas las cosas" (Ap 21,5). Es hora de recobrar el placer sencillo del gran asombro. Resistamos la tentación de pensar que ya lo hemos visto todo y démosle una oportunidad al niño Dios. Que al menos esta noche haya para ellos lugar en nuestro albergue. Y tiempo también.


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En los días previos a la Navidad estuvimos en la calle con una imagen de Jesús. A quienes pasaban se les ofrecía besarlo en señal de adoración. El gesto misionero es sencillo pero eficaz y la respuesta fue, en general, muy positiva. Entre tantas personas rescato dos momentos altamente significativos.

Primero. Una madre, un tanto apurada, lleva a su pequeña hija de la mano. Cuando se le enseña al niño Dios duda. Y enseguida responde: "es que en la otra esquina está Papá Noel. En todo caso vemos a la vuelta". Conclusión: no hubo tal vuelta. Segundo. Un matrimonio joven avanza junto con dos hijos, todos de la mano. Los grandes llevan ropas deportivas y ella un conjunto rosa fluo. En cuanto ven al niño la madre dice conmovida: "Vamos a adorar a nuestro Dios. Él nació por nosotros... (pausa y acercamiento) Nació por nosotros: para darnos vida eterna". ¿Acaso hay una catequesis más perfecta? Anuncio explícito, adoración explícita, ejemplo explícito. Parafraseando a Jesús: ¿cuál de las dos madres entendió la Navidad? (cf. Mt 21,31).


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Vivimos saturados de palabras. Es difícil sustraerse a la marea verbal que a diario nos acosa. Somos bien conscientes de que el afán de estar informados puede sacarnos de quicio. Y sin embargo lo llevamos al límite. Pero está claro: nada de lo que oímos es suficiente. 

El cristiano sabe que en realidad no hay más que una Palabra (Jn 1). Ella procede del Padre y logra expresar lo que nadie: el misterio de la Trinidad y de la creación entera. Esta Palabra insondable se ha hecho carne en Jesús. ¿Y por qué no lo escuchamos? Porque la charlatanería es más nociva de lo que a menudo imaginamos. Nos cuesta entender que Jesús resuena en un marco de silencio, en un contexto suficientemente delicado como para acoger la vida incipiente.

Celebrar la Navidad es celebrar la irrupción del Verbo eterno, capaz de colmar toda búsqueda. Pero, curiosamente, no ha querido llegar de manera clamorosa sino en la debilidad de un niño. Pudiendo exigir obediencia, prefirió apelar al cariño. "No ha venido como vencedor, sino como alguien que suplica. Está como refugiado en mí, bajo mi custodia, y yo respondo de Él ante su Padre" (G. Bernanos). Tenerlo en brazos es una gracia tremenda y terrible. Yo respondo de Él ante su Padre...

martes, 17 de noviembre de 2015

San Roque y San Eleazar

2007 - 17 de noviembre - 2015

Celebramos hoy a San Roque junto con sus compañeros mártires. Se impone por tanto una breve meditación sobre el martirio en su acepción originaria de testimonio. No un testimonio cualquiera sino el del amor hasta el extremo, el de una fe sin reservas, el de una esperanza contra toda esperanza.

En un primer momento, esta fiesta parece tener poco que ver con la primera lectura (2 Mac 6,18-31). De un lado, el Río de la Plata en el siglo XVII: contexto guaraní. De otro lado, Tierra Santa durante el siglo II a.C.: contexto helenista. Las distancias, sin embargo, quedan salvadas por el denominador común de un testimonio valiente hasta la muerte. 

Para el que sabe mirar avanzamos siempre "rodeados de una nube de testigos", como dice la Carta a los Hebreos (Hb 12,1). Por eso la Iglesia incluyó a Eleazar en el martirologio; porque él fue, a su manera, anticipadamente, testigo de Cristo. Eligió el suplicio y el desprecio antes que renegar de su fe. Fingir en su caso, considerando su ancianidad, hubiera sido un escándalo.


En efecto, Eleazar era muy consciente del rol que jugaba en la comunidad. Y eso resultó un motivo más para no claudicar, tanto frente al tribunal externo como frente al tribunal interno, es decir, el de la propia conciencia. También los sacerdotes asumimos el día de la ordenación un rol ejemplar, no por mérito personal sino por el ministerio confiado -gracia pura del llamado-. Quiera Dios que nunca lo olvidemos. Que podamos, al igual que Eleazar, enfrentar las pruebas cotidianas y también las extraordinarias honrando la dignidad propia del presbítero, del anciano que lleva sobre sí no sólo el peso de su vida sino el de la comunidad que se le ha encomendado pastorear.



sábado, 14 de noviembre de 2015

VIIº Estación

PARÍS cae por segunda vez. Primero en enero y ahora en noviembre. Y en esta nueva caída la herida del miedo y la impotencia se vuelve mayor. No sólo por la magnitud sino más bien por la recurrencia. Y por lo indiscriminado del ataque. El estrépito de la caída también tiene que ver con lo que simboliza la ciudad luz. La violencia asesina golpea el corazón de la cultura occidental: la razón, la libertad, la fiesta. 


JESÚS también cae. Porque en la carne del más pequeño sufre y goza el mismo Dios. Porque se hizo de los nuestros para compartir nuestra suerte, identificándose con los ultrajados que no encuentran justicia ni defensa ni reparación. Caída doble, en verdad, porque no sólo cae con las víctimas sino también con los victimarios. Cae también en el fracaso de un Evangelio rechazado, de una humanidad que no reconoce la dignidad del prójimo. Jesús cae con y por todos. 

¿Hasta cuándo este via crucis? Dios sabe. ¿Qué sentido tiene? Dios sabe. Él nos conceda mansedumbre y paciencia, para no ser vencidos por el mal sino vencer al mal a fuerza de bien (Rm 12,21). Levantémonos con Jesús... todavía nos espera un largo camino.


En estas horas pocas reflexiones parecen más oportunas que las de Bono (U2), cuando luego de los atentados en Londres, introdujo la canción Miss Sarajevo en Milán (21/7/2005).

Nos gustaría dedicar esta canción a los que perdieron sus vidas en Londres la semana pasada; a los que hoy están mutilados y heridos. Nos gustaría transformar nuestra canción en una plegaria: la plegaria es que no nos convirtamos en un monstruo a fin de derrotar un monstruo. Ésa es nuestra plegaria.


We'd like to dedicate this next song to those who lost their lives in London last week; who are maimed and injured today. We would like to turn our song into a prayer; the prayer is that we do not become a monster in order to defeat a monster. That's our prayer. 


viernes, 9 de octubre de 2015

Vicente y Newman

Seguimos celebrando los 170 años de la conversión del cardenal, ahora Beato, John Henry Newman. La Iglesia, a través de Benedicto XVI, propuso esta fecha para su memoria litúrgica (9 de octubre). No el día de su muerte sino el de la conversión, orientando nuestra mirada hacia ese paso decisivo que no debe interpretarse aisladamente sino como culminación de un proceso, o mejor, como consigna de toda su vida, antes y después de su comunión plena con Roma. En Newman la conversión es un estado permanente de búsqueda de la verdad, de Dios y de su voluntad en nuestras vidas. "Aquí abajo, vivir es cambiar y ser perfecto es haber cambiado con frecuencia".


Es bien conocida la confianza newmaniana en la Providencia. Por eso hay que destacar esta feliz coincidencia. Hoy, 9 de octubre de 2015, el Oficio de lecturas corresponde al viernes XXVII. Ergo, la segunda lectura es la de Vicente de Lerins (+450), aquel Padre de la Iglesia que describió de manera sencilla y certera el desarrollo eclesial-doctrinal no como traición a la identidad sino precisamente como su garantía. Lo que admira es que fue justamente éste el argumento decisivo en la conversión de Newman, que terminó de con-vencerse de la verdad católica tras escribir su Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana. Demos la palabra a Vicente y que sonría complacido el cardenal inglés:


    "¿Es posible que se dé en la Iglesia un progreso en los conocimientos religiosos? Ciertamente que es posible y la realidad es que este progreso se da.
    En efecto, ¿quién envidiaría tanto a los hombres y sería tan enemigo de Dios como para impedir este progreso? Pero este progreso sólo puede darse con la condición de que se trate de un auténtico progreso en el conocimiento de la fe, no de un cambio en la misma fe. Lo propio del progreso es que la misma cosa que progresa crezca y aumente, mientras lo característico del cambio es que la cosa que se muda se convierta en algo totalmente distinto. Es conveniente, por tanto, que, a través de todos los tiempos y de todas las edades, crezca y progrese la inteligencia, la ciencia y la sabiduría de cada una de las personas y del conjunto de los hombres, tanto por parte de la Iglesia entera, como por parte de cada uno de sus miembros.
    Pero este crecimiento debe seguir su propia naturaleza, es decir, debe estar de acuerdo con las líneas del dogma y debe seguir el dinamismo de una única e idéntica doctrina. Que el conocimiento religioso imite, pues, el modo como crecen los cuerpos, los cuales, si bien con el correr de los años se van desarrollando, conservan, no obstante, su propia naturaleza. Gran diferencia hay entre la flor de la infancia y la madurez de la ancianidad, pero, no obstante, los que van llegando ahora a la ancianidad son, en realidad, los mismos que hace un tiempo eran adolescentes. La estatura y las costumbres del hombre pueden cambiar, pero su naturaleza continúa idéntica y su persona es la misma.
    Los miembros de un recién nacido son pequeños, los de un joven están ya desarrollados; pero, con todo, el uno y el otro tienen el mismo número de miembros. Los niños tienen los mismos miembros que los adultos y, si algún miembro del cuerpo no es visible hasta la pubertad, este miembro, sin embargo, existe ya como en embrión en la niñez, de tal forma que nada llega a ser realidad en el anciano que no se contenga como en germen en el niño.


    No hay, pues, duda alguna: la regla legítima de todo progreso y la norma recta de todo crecimiento consiste en que, con el correr de los años, vayan manifestándose en los adultos las diversas perfecciones de cada uno de aquellos miembros que la sabiduría del Creador había ya preformado en el cuerpo del recién nacido.

    Porque si aconteciera que un ser humano tomara apariencias distintas a las de su propia especie, sea porque adquiriera mayor número de miembros, sea porque perdiera alguno de ellos, tendríamos que decir que todo el cuerpo perece o bien que se convierte en un monstruo o, por lo menos, que ha sido gravemente deformado. Es también esto mismo lo que acontece con los dogmas cristianos: las leyes de su progreso exigen que éstos se consoliden a través de las edades, se desarrollen con el correr de los años y crezcan con el paso del tiempo.
    Nuestros mayores sembraron antiguamente en el campo de la Iglesia semillas de una fe de trigo; sería ahora grandemente injusto e incongruente que nosotros, sus descendientes, en lugar de la verdad del trigo legáramos a nuestra posteridad el error de la cizaña.
    Al contrario, lo recto y consecuente, para que no discrepen entre sí la raíz y sus frutos, es que de las semillas de una doctrina de trigo recojamos el fruto de un dogma de trigo; así, al contemplar cómo a través de los siglos aquellas primeras semillas han crecido y se han desarrollado, podremos alegrarnos de cosechar el fruto de los primeros trabajos" (Primer ConmonitorioCap. 23: PL S0, 667-668).


jueves, 8 de octubre de 2015

La paciencia del converso

Esta noche se cumplen exactamente 170 años de la conversión de John Henry Newman. El 8 de octubre de 1845 Newman empezó su confesión con el padre pasionista Dominic Barberi, lo que habría de concluir el día siguiente, el 9 de octubre. El episodio es una parábola elocuente de toda su vida: avanzar progresivamente de la noche a la luz, a Cristo, Sol de justicia (Mal 4,2). De hecho, eso es lo que expresa su epitafio: una peregrinación ex umbris et imaginibus in veritatem - desde las sombras e imágenes hacia la verdad.


Mucho podría y debería decirse de este hombre de Dios, íntegro, abnegado, veraz, sensible, sufrido y leal. Recordémoslo con un párrafo de sus Letters & Diaries. El contexto es el de la oposición del arzobispo Manning y la cuestión de si corresponde o no una autodefensa. Su postura es que ésta sólo se impone cuando se impugna la fe o la propia integridad. Por ende, en este caso, resta esperar, confiando en el Señor de la historia. 

"Considero que, en cuanto a este mundo, el tiempo es el gran remedio y el vengador de todos los males. Si somos pacientes, Dios trabaja en nuestro favor. Trabaja para quienes no trabajan para sí mismos. Claro, un rumiar interior sobre las injusticias no es paciencia, pero recordarlas con miras al futuro es paciencia" (LD XXIII, 16, citado en: I. Kerr, John Henry Newman, Palabra, 2011, 605).
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Post data. Cuán cerca está de este pensamiento von Balthasar. "El tiempo es tan largo como la gracia. Entrégate a la gracia del tiempo” (Das Herz der Welt, Johannes, 2002, 13).

domingo, 4 de octubre de 2015

Luján 2015

Otra peregrinación a Luján. Ya van 41 de estas masivas. Sobre esto propongo cuatro puntos breves.

1. La peregrinación es un testimonio contundente de fe. Decir testimonio es referir una publicidad. La fe sale a la calle: se hace ver y oír. Deja la reserva propia de los templos y las habitaciones para manifestarse sin complejos en la vía pública. En lo visible del hecho se revela una cuestión más profunda. La dimensión religiosa está presente y tiene su peso. Efectivamente, en silencio, sin levantar la voz, a manera de incontables hormigas, los peregrinos derriban hora tras hora el muro de exclusión que tiende a marginar la fe de la cosa pública. (Y de ese muro habla la tibia cobertura de los medios).

Como todo acontecimiento propiamente religioso, la peregrinación es un fenómeno irreductible. La sociología podrá describirla con cierto asombro pero nunca explicarla. Y allí está; desafiando nuestros cánones, refutando nuestros prejuicios, alzándose como signo de contradicción (Lc 2,34). Es el Cuerpo de Cristo hablando: "El que tenga oídos para oír, que oiga" (Mc 4,23).


2. La peregrinación es una expresión de identidad. Cuántas veces cantamos: "somos un pueblo que camina". Lo nuestro es progresar, paso a paso, sin desesperar, asumiendo que todavía no llegamos, que no somos lo que quisiéramos ser. Se camina como quien desea llegar a Dios, anhelando un cambio, una configuración más plena con Jesús. Pero no de manera calculadora sino inmersos en un cariño profundo, con gran sentido de gratitud. Desde aquí podemos captar mejor el lema de este año 2015: Gracias Madre por estar siempre, ayudanos a cuidar nuestra patria.

3. María está. Siempre. Lo sabemos en la fe. Lo experimentamos cuando la buscamos. Aunque es verdad que ella no pierde su estilo discreto. "Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre" (Jn 19,25). Estar es la forma primera de amar. En un mundo tan pendiente de los resultados podemos pasar por alto la presencia sutil pero firme de la Virgen. Peregrinamos para encontrar algo de su consuelo de madre. Para contarle en qué andamos y para agradecerle su fidelidad tan gaucha. Por eso nos embarga el entusiasmo. Queremos llegar para verla nomás. Y en eso también seguimos su ejemplo, como cuando ella fue meta spoudes, con una cierta prisa alegre, al encuentro de Isabel (Lc 1,39). 

4. Cuidar la patria, la tierra de los padres, la herencia que el Creador nos legó. Asumir la república, la cosa pública, como don de Dios y tarea de todos. Es nuestra. El Padre nos lo dice: "todo lo mío es tuyo" (Lc 15,31). Cuidar es un verbo mayúsculo en la Sagrada Escritura. Es la tarea principal que Dios le encarga al hombre en el Edén (Gn 2,15). No seamos mezquinos, no nos traicionemos. Seamos lo que estamos llamados a ser, personalmente y como nación. Llegan las elecciones como una instancia evidente en que nos proponemos cuidar la patria. Pero bien sabemos que el cuidado se concreta en mil y un detalles cotidianos, ocultos, aparentemente intrascendentes. 

Madre: ayudanos a ponerlos la patria al hombro, ayudamos a cuidarla y a cuidarnos, renunciando a los falsos atajos de las soluciones mágicas y trabajando para ser cada día más hermanos.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Delicadeza perruna

Caminando ayer por el centro porteño, sin buscarlo, llegaron a mis oídos unas pocas palabras que ahora vuelco para la reflexión. Una mujer de mediana edad hablaba por teléfono con otra. La conversación tocaba su fin y nuestra protagonista eligió para ello una seguidilla de breves preguntas: Vos, ¿bien? Tu perro, ¿bien? Tu familia, ¿bien? En matemática se dice que "el orden de los factores no altera el producto". Pero en cuestiones de humanidad, que yo sepa, la cosa no es tan así.


domingo, 20 de septiembre de 2015

Grande es el que sirve


Jesús atravesaba la Galilea y no quería que nadie lo supiera. ¿Qué significa esta voluntad de no darse a conocer? No creo que sea tan fácil desentrañar el sentido último de lo que se suele llamar el "secreto mesiánico". Como sea, Jesús elige bajar el perfil. Dios sabe moverse con discreción y hay momentos en los que directamente se oculta de nuestra vista.

El ocultamiento se relaciona de alguna manera con la enseñanza sobre su desenlace. Jesús es maestro y como tal insiste en aquello que considera vital que sea recordado. Por eso la recurrencia sobre su final: entrega, muerte y resurrección. "El que tenga oídos para oír, que oiga" (Mc 4,9). 

Los discípulos no entendían y temían hacerle preguntas. Curiosa actitud pero bien comprensible para el que conoce los meandros del corazón humano. Jesús no es un maestro inestable, caprichoso e iracundo. ¿Por qué habría de molestarse ante las preguntas de sus amigos sobre un misterio tan grande como su pascua? ¿Acaso por lo ocurrido con Pedro? Apártate de mi vista, Satanás. Esa vez, jugando al maestro, es decir, invirtiendo roles, Pedro había cruzado la raya. No. Aquí hay en danza otra cosa. Los discípulos temen preguntar porque no quieren afrontar el misterio. El temor no está tanto en la pregunta sino en la posible respuesta. Cuántas veces evadimos la verdad, para ahorrarnos el trabajo de asumirla. Mejor no hablar de, no pensar en... como si el solo silencio bastara para anular la realidad. En esto la máxima de Ortega y Gasset es insuperable: "Toda realidad ignorada prepara su venganza".


Preguntemos ahora lo que los Doce no pudieron preguntar: ¿por qué la muerte? ¿por qué alguien querría acabar con el Santo de Dios, que no hace mal a nadie? La respuesta la encontramos en la primera lectura. El libro de la Sabiduría narra el misterio del rechazo del justo. Los impíos se cierran al justo porque su sola presencia es un vivo reproche a su manera de actuar (Sb 2,12ss). Sin necesidad de palabras la inocencia les recrimina: es posible vivir de otra manera, tú podrías ser otro. Misterio de iniquidad, lo llamó Pablo (2 Tes 2,7).

Llegados a casa, en la intimidad del hogar, Jesús lanza una pregunta: ¿De qué hablaban por el camino? Ellos callan por vergüenza. Sienten la culpa de haber estado discutiendo quién era el más grande. Jesús lo sabe y es por eso que ha preguntado. No para humillar sino para ubicar. La pregunta hiere para dejar para el descubierto la infección. Qué importante es dialogar y dejar que en la conversación se abran nuestros horizontes. Una pregunta hecha en tiempo y modo oportuno puede valer más que mil sermones. 

Con su pregunta sencilla y directa Jesús desenmascara la vulgaridad de los discípulos. Vulgaridad de ánimos que cedieron a una competencia absurda. Vulgaridad propia de una fanfarronería, a menudo sutil, que está en las antípodas de lo que el maestro predica. ¡Cómo tira la vanagloria! Jesús toma un niño en brazos y dice: el quiere ser el primero debe hacerse el último de todos y el servidor de todos. Lo importante no es el reconocimiento exterior sino la grandeza interior. Y esa grandeza pasa por el cuidado de los pequeños, de los que no cuentan, de los que jamás podrán recompensarte. 


En este momento volvemos al perfil bajo de Jesús y entendemos mejor. Él no tiene necesidad de la admiración de los demás. No lo busca aunque ciertamente ocurre. En Jesús no hay un ápice de veleidad, sino pura obediencia al Padre. También su pascua recibe nueva luz: servicio de amor a los pequeños. Yo soy ese niño a quien Jesús pone en el centro de su mirada y de su corazón. Me abraza con ternura y me dedica toda su predilección. Por nosotros, por mí, Él, siendo grande, se hizo pequeño. Dios Padre nos conceda imitarlo en la grandeza verdadera que es humildad verdadera y servicio verdadero. Como decía el P. Huvelin: "Jesús ocupó de tal manera el último lugar que ya nadie se lo podrá quitar".

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domingo XXV: ciclo B


viernes, 28 de agosto de 2015

Un poco de Agustín

Recordar a san Agustín siempre es inspirador. Su corazón apasionado es como una cantera inagotable de sentimientos vívidos y de agudos pensamientos. Hoy, en el día de su memoria, lo celebramos con  apenas un par de pinceladas. Lo suficiente como para saborear sin empacharse. 

Las lecturas de la Misa, providencialmente, acompañan muy bien. El Evangelio (Mt 25,1-13) nos habla de un Esposo (Cristo) que se demora. Es la paciencia de Dios que mueve a la conversión (Rm 2,4). Hay quienes aprovechan el tiempo y quienes no. Agustín fue de los que sí. Y mucha conciencia tuvo de ese tiempo perdido, malgastado en una vida vana. Mucho le pesaba haberse distraído tanto. En mis épocas de seminarista jugábamos un campeonato interno de fútbol. Se realizaba una vez al año. Nunca olvido el nombre elegido por los de la Comunidad San Agustín: Sero te amavi! En unos latinistas bien básicos el nombre llamaba a la risa pero no dejaba de ser un certero homenaje al doctor africano. ¿Quién podría olvidar ese magnífico pasaje de las Confesiones?

¡Tarde te amé (Sero te amavi), Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé: Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti; Confesiones X,27.


También la primera lectura nos habla de Agustín. Pablo, otro memorable converso, exhorta a una vida  digna de la fe cristiana. "La voluntad de Dios es que sean santos, que se abstengan del pecado carnal, que cada uno sepa usar de su cuerpo con santidad y respeto, sin dejarse arrastrar por los malos deseos, como hacen los paganos que no conocen a Dios" (1 Tes 4,3-5). Agustín no conocía medias tintas y se entregó a Dios con todo su ser. Pero no le fue fácil. Ni antes ni después de la conversión. Porque las heridas de sus extravíos no cicatrizaron pronto. Tal como enseña Pablo, Agustín supo dejar atrás el pecado de la carne, tanto el de la sensualidad como el de la vanidad. Para una y otra dimensión vale su oración sencilla y profunda, que haríamos bien en repetir a modo de letanía. Oh Verdad, Luz de mi corazón, no dejes que hablen mis tinieblas; Confesiones XII,10.

domingo, 2 de agosto de 2015

Embajador singular

Se acerca Dios en pilchas de loquero
J. Fijman

Domingo de sol en Buenos Aires. El calendario marca invierno pero el termómetro dicta primavera. Marcelo entra al santuario y enfila directo hacia la Virgen. Luego de un rato va hacia el Sagrado Corazón. Sólo Dios sabe qué pasa por su mente en esa contemplación devota. Finalmente acaba de rodillas a mi lado. Su delgadez delata que no está comiendo bien. Primero me besa y después me pregunta si tengo algo para que lea. Le entrego el Nuevo Testamento y él lo recibe delicadamente. Como un niño que necesita un cuento me pide que le lea Gálatas 6,1-10. Las palabras le llegan. "Si alguien se imagina ser algo, se engaña, porque en realidad no es nada". 

La vida no le ha sido fácil a Marcelo y todavía hoy sufre mucho. Pero la Escritura le ha hecho bien, al menos por un rato. Ahora estamos de pie en la calle y el sol nos baña de la manera más cálida. Las lágrimas corren por sus mejillas. En unas pocas frases repasa su historia de abandono, segregación e insanía. Pero esta vez es distinto. Porque esta vez está feliz: llora de emoción. "Dios me ama". Y me cuenta cómo reza por el padre Gustavo, por mí... me pide que no lo olvide en la oración. 


Al final pide la bendición, como siempre, y se marcha sereno. Un alma buena y pura que ni el dolor ni la injusticia pudieron doblegar. Quizás lo que más me asombre de Marcelo sea su falta de rencor y su alegre inocencia de niño. Qué misterio es el hombre y qué extraño ejército se ha escogido Dios para contrarrestar (y vencer) en silencio las tropelías estentóreas. 

Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad de Dios es mas fuerte que la fortaleza de los hombres. Hermanos: tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos y los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar lo que vale (1 Co 1,25-28).


domingo, 19 de julio de 2015

¿Espejando al Pastor ?

En el Antiguo Testamento Dios es conocido como el Pastor de Israel. Es un título amable y fuerte a la vez, que además conlleva una pizca de polémica: Israel es de Dios y de nadie más. Ningún gobernante puede arrogarse ser amo y señor del destino de la nación.

El salmo 23(22) constituye una de las expresiones más notables de esta convicción de Israel. Cualquier ocasión es favorable para volcarse a esta poesía sagrada, tan apta para consolar en medio de la noche como para celebrar a plena luz. Sin embargo, el profeta Jeremías hace saber que este título está manchado por aquellos a quienes se les ha confiado la misión de pastorear en nombre del Gran Pastor. "¡Ay de los pastores que pierden y dispersan el rebaño de mi pastizal!, oráculo del Señor" (Jr 23,1). La distorsión es un drama: el Nombre tan puro de Pastor resuena ahora envuelto en una triste ambigüedad. Corruptio optimi pessima, decían los latinos. Lo peor es la corrupción de lo mejor.

Vale la pena hacer un alto. ¿No se replica esto infinidad de veces? Hoy lo decimos del pastor, pero también vale del padre, de la madre, del hermano... del hombre en cuanto tal. Cuánto mal hace la distancia entre lo que las palabras significan y lo que la realidad ofrece. Desvirtuar es desfigurar: alterar el diseño, romper la realidad. Si lo pensamos bien, hay algo diabólico detrás de eso (dia-bolos). La confusión no es de Dios sino del maligno. Por eso Cristo. Él es la Figura bendita del Padre, la Imagen fiel de Dios. Él viene a reparar las brechas y a restaurar las imágenes dañadas.


El Evangelio no hace una desarrollo teórico de lo que un pastor debería ser, sino que presenta un retrato vivo. Jesús es pastor, el Buen Pastor en acción. En el pasaje de hoy distinguimos al menos tres rasgos: atracción, recepción y decisión.

Los discípulos vuelven de la misión y se acercan a Jesús. Lo buscan, tienen necesidad y deseo profundo de encontrarse con Él. No es mera logística. En el "contar" lo acontecido se juegan muchas cosas: abrir el corazón, compartir experiencias, hacer preguntas, esperar respuestas. El pastor es por definición una referencia segura, confiable. Jesús los recibe, les da cabida, los deja explayarse. En una palabra: escucha. Y escuchando interpreta. Discierne. Él ve más allá de sus propios discípulos. Percibe los gritos mudos del alma. Y entonces pasa a la acción. No como un genio altivo sino como uno que ha sabido asumir, en sí mismo, el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los suyos. "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco". Imposible no percibir el dulce eco de los versos hebreos: "Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas".


Pero, he aquí que, "al verlos partir, muchos los reconocieron y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos". Nuevamente la atracción. El verdadero líder, el pastor genuino no fuerza su capitanía. Ella se impone por sí misma, como la verdad, que "no se impone sino por la fuerza misma de la verdad, penetrando suave y fuertemente en las almas" (Dignitatis humanae 1). Jesús los ve. Elige verlos; no los ignora. Se hace cuenco para recibirlos. Como vienen, aunque sean una multitud. Él también está cansado pero no cede a la tentación de la mirada superficial, estadística. Se anima a contemplarlos con las entrañas y por eso se conmueve. "Como ovejas sin pastor". La compasión en un pastor no es mera vibración sino eficacia. Jesús siente el llamado no sólo externo sino interno. "Para esto he nacido, para esto he venido al mundo" (Jn 18,37). "Y estuvo enseñándoles largo rato". El alimento de la Palabra, la saludable doctrina del amor sin tregua que salva. 

No hay pastor sin ovejas. Él se debe a su rebaño y su felicidad está en el servicio. El pastor vive para los suyos y su misión es que tengan vida en abundancia (cf. Jn 10,10). Por ello es capaz de renuncia y de sacrificio. El Buen Pastor da la vida por sus ovejas (cf. Jn 10,11). Terminemos con una simple pregunta: ¿En qué medida o qué tan bien habla nuestra vida cristiana de Cristo Buen Pastor?

domingo, 28 de junio de 2015

La hija de Jairo y la hemorroísa (Mc 5,21-43)

She seems to have an invisible touch

Este domingo se nos proponen dos episodios entrelazados, fiel reflejo de la vida: dinámica, compleja, fascinante. La historia es una trama de infinitos hilos en la que nuestra mirada acaba perdiéndose. Personas, lugares, momentos, hechos... santidad y pecado alternan la partida y las más de las veces reina el desconcierto. No pocos asumen que este panorama variopinto es sinónimo de caos y confusión. Algunos incluso postulan la fricción como motor de la historia. El cristiano, en cambio, sabe que todo eso no es más que un tapiz admirable, que ciertamente nos supera. Formas y colores se conjugan dando lugar a una belleza superlativa. Aquí reside la Buena Noticia: La historia tiene sentido. Dios la gobierna con inefable sabiduría y ella avanza no por el conflicto sino al ritmo del amor. ¿Cómo lo sabe? Simplemente lo cree. Es verdad que lo ha vislumbrado en algunos destellos de lucidez. De vez en cuando nos es dado atar cabos y comprender. Pero la certeza no viene primariamente de la evidencia sino de la confianza en el Padre de todos los siglos.


Ese salto entre lo que se ve y lo que se cree conlleva, inevitablemente, una cierta polémica. La fe madura aprende a sobrellevar ese dato; sin violencia ni ingenuidad. Las objeciones se alzan una y otra vez. Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro? Ni siquiera Jesús queda exento de la prueba. En una de las frases más tristes del Evangelio, san Marcos anota: Y se burlaban de Él. El acto de fe es indefenso por naturaleza. Y debe afrontar las provocaciones como él mismo, a su modo, es provocador. 

Concentrémonos ahora en la mujer que padecía flujos de sangre. La curación se da de manera anónima. Sólo ella y Jesús lo advierten. Cuántas cosas hermosas, cuántas gracias y milagros quedan ocultos en el secreto de Dios. Qué poco sabemos del curso de la historia. Advirtiendo el hecho,  Jesús se detiene y pregunta con toda seriedad: ¿Quién me tocó? No teme el ridículo. ¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado? Jesús parece fuera de lugar, casi fuera de la realidad, pero en verdad es quien mejor parado está. El hombre de fe conoce bien este tipo de incomprensión.

Jesús contempla la multitud, sin ansiedad, con la paciencia de los mansos. Espera que la ignota mujer dé un paso al frente con el mismo calor con que el padre de la parábola oteaba el horizonte en busca de su hijo pródigo. Mientras tanto soporta el coro de ilustrados que esgrimen sus torpes evidencias. Pasan los siglos y la escena es la misma. La reacción primera de los discípulos -et tu Brute?, había dicho César- no es el asombro sino ceñirse a una mirada carente de poesía. El racionalismo estrecho no concibe la trascendencia. Simplemente no la imagina. ¿Qué clase de inteligencia es aquella que tan sólo bordea la superficie, incapaz de leer dentro (intus-legere)?

Al fin la mujer se descubre. Ella lo había tocado. Con pudor no exento de audacia. Como le gusta a Dios. ¿Y el resto? No todo contacto salva, sino sólo aquél que expresa la fe. Jesús se deja tocar de mil maneras: en la tangibilidad de sus sacramentos, en el filo de su Palabra, en la carne de sus pequeños... Mas la cercanía física no es suficiente. Es el eterno dilema del fariseo que todos llevamos dentro. "Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano... Les digo que éste bajó justificado, y aquél no" (cf. Lc 19,8-14). Cuando toco a Jesús, es decir, cuando comulgo o me confieso, cuando me arrodillo en el santuario o le sonrío en la calle: ¿soy sincero? ¿hay encuentro real? Procuremos no ser nunca autómatas de la religión.


La hija de Jairo y la hemorroísa nos hablan de la vida amenazada. En el primer caso la amenaza tiene rasgos fulminantes. En el segundo se trata de una asedio gradual. Como sea, cada una se encuentra envuelta en un drama. También aquí hay lugar para la Buena Noticia: Dios no ha hecho la muerte ni se complace en la perdición de los vivientes (Sb 1,13). El secreto consiste en vivir en comunión auténtica con el Señor de la vida. Precisamente lo que el sacerdote pide en cada misa: "Jamás permitas que me separe de ti". 

domingo, 7 de junio de 2015

Corpus Christi 2015

Este domingo de Corpus, el evangelista Marcos nos hace saber que la última cena no fue algo improvisado. Meditar la insistencia en la necesaria preparación puede ser de provecho para nuestra fe. En efecto, en unos pocos versículos el tema aparece tres veces: primero como inquietud de los discípulos, luego como mandato de Jesús y finalmente como realización efectiva (Mc 14,12-16).

La Santa Cena, es decir, la Misa, se prepara. Es la parte que nos toca, el rol dado a nuestra libertad. Nuestra fe es alianza y en la lógica de alianza, como dice el lema de Schönstatt, nada sin Ti, nada sin nosotros. Pero ¿qué significa preparar la Misa? Por lo pronto, no dejar librado al azar el tiempo y el lugar del encuentro. Es preciso discernir cuidadosamente esas coordenadas. Reservar un momento exclusivo para Dios y pensar el espacio sagrado en el que me es más fácil percibir Su presencia. Sabemos que "los verdaderos adoradores lo hacen en espíritu y en verdad" (cf. Jn 4,23), pero eso no implica subestimar, aún menos ignorar, el peso de nuestra condición histórica. Somos (y rezamos) en el contexto ineludible de nuestras circunstancias.


Sin embargo, hay otro aspecto más importante en la preparación de la Misa. Se trata de caer en la cuenta de lo que voy a celebrar. Evitar la inercia litúrgica. Poner en claro mi situación espiritual: ¿Cómo llego? ¿De qué quiero hablar con Jesús? ¿Qué quiero que Él consagre? Hoy se da entre los jóvenes una suerte de culto de "la previa". Lo que está antes de la fiesta ganó mucha importancia. No nos interesan los detalles sino el hecho en sí, que nos sirve de imagen para la gran fiesta de la eucaristía.

De todos modos, es bueno notar que la preparación de los discípulos no parte de cero. En el fondo, lo suyo es apenas ultimar la delicada preparación de Jesús. Él siempre nos antecede allanando el camino, reparando incluso en mínimos detalles (el hombre del cántaro, el dueño de casa, la sala grande ya dispuesta y preparada).


Por otra parte, la primera lectura nos invita a reflexionar en las implicancias de celebrar la eucaristía. La alianza reclama un compromiso. En ese marco solemne el pueblo de Israel afirma: "Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho" (Ex 24,3.7). Nada es amorfo en nuestra relación con Dios. Los diez mandamientos son el marco de comunión y pertenencia. Los cristianos asumimos esta herencia de Israel, radicalizada ahora por el Evangelio de las bienaventuranzas y del amor hasta el extremo. Culto y vida, liturgia y moral, eucaristía y servicio, acción de gracias y obediencia. Participar de la Misa, comulgar con Jesús -del modo que sea- es entrar en una dinámica de integración. Todos somos pecadores y nadie está a la altura de la alianza. El punto es desearlo de verdad, empeñarse en ello y dolerse cuando se tropieza.


El antes y el después, la preparación y la prolongación existen en función del misterio del Pan y del Vino consagrados. Más allá de toda disposición humana Jesús da un giro inesperado y superador. Se hace alimento por nosotros. Se ofrece Él mismo y entonces la Cena pasa a ser un sacrificio de comunión. En esa entrega nos deja su presencia que equivale a tantas cosas... La eucaristía es mucha presencia y poco ruido. Es el buen gusto de la discreción. Dios tiene ese estilo; el de la pobreza que mendiga, el de la poesía que sugiere. Por eso es bueno recordar el antes y el después. Porque a menudo olvidamos Quién se ha escondido en ese poco de pan y en ese poco de vino.


Adoro te devote, latens Deitas,
Te adoro con devoción, Dios escondido,
Quæ sub his figuris vere latitas;
oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
Tibi se cor meum totum subjicit,
A Ti se somete mi corazón por completo,
Quia te contemplans totum deficit.
y se rinde totalmente al contemplarte.

S. Tomás de Aquino, 
para la institución de la Fiesta del Corpus, año 1264

viernes, 5 de junio de 2015

Ojos de madre para entrar en el misterio del Padre

La primera lectura de hoy narra el feliz regreso de Tobías a su hogar. El pasaje comienza así: "Ana estaba sentada con la mirada fija en el camino por donde debía volver su hijo. De pronto presintió que él llegaba y dijo al padre: «¡Ya viene tu hijo!»" (Tb 11,5-6).

Dos detalles retienen nuestra atención. Primero, la semejanza entre la actitud de Ana y la del padre misericordioso de la parábola de Lucas 15. "Cuando todavía estaba lejos su padre lo vio y se conmovió" (Lc 15,20). Hay maneras y maneras de esperar. El amor inspira el deseo y el deseo nos pone en movimiento. Se trata de un movimiento afectivo antes que corporal. Ana no aguarda como perdida sino envuelta en la esperanza, es decir, en tensión, lanzada a una buena noticia que todavía no se concreta, pero de la que tampoco duda. Por eso los sentidos permanecen alertas, dispuestos a percibir la más mínima señal. La expectación como clave de vida. "Ah, la voz de mi amado -dice la novia del Cantar de los cantares-. Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas" (Ct 2,8). 


Segundo, el presentimiento materno. El amor tiende a anticiparse, intuye, sabe captar de manera misteriosa pero certera. La esperanza es clarividente. Por algo hablamos de corazonada. El corazón es ojo, decía Ricardo de san Víctor. La vía afectiva cuenta con atajos y por eso gana en la carrera (como Juan le ganó a Pedro: Jn 20,4). 


Reparemos, finalmente, en un tercer detalle. El texto dirá más adelante que la madre de Tobías se le echa al cuello para darle la bienvenida (Tb 11,9); lo mismo que el Padre de la parábola (Lc 15,20). Y todo eso nos lleva a pensar: cuánto rasgo materno hay en ese Padre de la parábola que viene a ser Dios. "Como uno a quien su madre consuela, así los consolaré Yo" (Is 66,13). Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:

“Conviene recordar, entonces, que Dios trasciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Trasciende también la paternidad y la maternidad humanas aunque sea su origen y medida. Nadie es padre como lo es Dios” (CEC 239).