viernes, 7 de diciembre de 2007

Meditación para el Adviento


Acaso Dios es casa,
Acaso es tienda:
Tienda nomás, no casa
[1]

El Oficio de Lecturas –liturgia de las horas, breviario romano- correspondiente al 16/XII nos propone algunos párrafos de Is 33. Muy atractivos parecen los versículos 20-24. Allí se nos describe a Jerusalén en clave mesiánica. Pero ¿qué significa Jerusalén? Lo obvio suele escapársenos con frecuencia. Jerusalén es la ciudad, y por tanto también ésta que hoy habitamos. Jerusalén es sinónimo del Templo, y por tanto de la asamblea litúrgica, del Qahal Yahvé, del Pueblo de Dios que con Jesús es Iglesia. Finalmente, Jerusalén es la sede de las promesas, la novia del Señor, y por tanto también es este mundo y es cada uno de nosotros que tan necesitados de redención nos experimentamos. No demos por supuesto nada... ¿creo que ‘el mundo’ (política, economía, espectáculos, etc.) tiene la Palabra del Señor de su lado? Y más explícitamente... ¿Nos reconocemos como la ‘niña de sus ojos’? ¿Soñamos tanto como Él sueña con nosotros?

Isaías es el profeta de la Buena Noticia, de las imágenes poderosas que por transmitir el mensaje de lo alto hacen estallar el lenguaje humano. Es verdad que también conoce el indecible dolor del siervo sufriente, pero eso queda para otra ocasión. La Navidad es el tiempo del cumplimiento, de la plenitud, de la abundancia. En la aridez de Judea, Isaías habla de “ríos y amplios canales” (v.21); en la escasez del desierto menciona el reparto de “botín numeroso” (v. 23); y remata la profecía ocupándose de las dos más graves preocupaciones que conoce el ser humano –el mal físico y el moral-: “ningún habitante dirá: ‘estoy enfermo’; al pueblo que allí mora le será perdonada su culpa” (v. 24).

Sin embargo, el protagonismo recae sobre el v. 20. “Contempla a Sión, villa de nuestras solemnidades: tus ojos verán a Jerusalén, albergue fijo, tienda sin trashumancia, cuyas clavijas no serán removidas nunca y cuyas cuerdas no serán rotas”. Jerusalén es Templo, albergue, morada, y tienda. Tienda como la de Moisés –y con él, la de todo el pueblo errante. No por nada, a ese lugar donde Moisés conoció la inefable intimidad de Dios, se lo conoce como ‘Tienda del Encuentro’. Estamos hechos para el encuentro –categoría central de Dei Verbum-, sólo que a menudo nos cuesta dar con la tienda adecuada. Y en el fondo es todo un anuncio el hecho de que Dios se haya querido revelar en la precariedad de unas lonas, en la incomodidad de la campaña. [Nota marginal: ¡y pensar que es este encuentro definitivo (tête à tête) el que frustradamente muchos buscan en otros albergues transitorios!].

Y la prefiguración del Éxodo, confirmada por el profeta, se hace realidad en Jesucristo. Él es la promesa esperada, Él es el nuevo Templo (Jn 2,21; Ap 21,22; Mt 12,6) de la nueva alianza. Pero es un santuario débil –no vamos a referir los ya mencionados oráculos de Is. Tan débil que se hace niño, tan frágil que cae tres veces, tan vulnerable que muere en cruz. En el fondo es Tienda. Eso es lo que significa: “Y la Palabra se hizo carne”; se hizo debilidad, se hizo Persona de Encuentro en el anonimato de Nazaret. Por eso sigue el versículo literalmente: “y plantó su tienda (eskhnvsen) entre nosotros”.

Dos pensamientos para terminar
Isaías predica con vigor una paradoja: la era mesiánica consistirá en una tienda cuya característica es la perenne estabilidad. El Emmanuel-Dios con nosotros ha venido para quedarse (Mt 28, 20); la barca que conoce tempestades –y que es casta meretrix- no sucumbirá a las puertas del sheol (Mt 16,18). A las puertas de la Navidad siempre es bueno re-cordar nuestra fe en la fidelidad de Jesús. Él es varón de una sola palabra, y no puede desdecirse. No temamos... la aparente inestabilidad del Cristo-Tienda es la firmeza del ’amán, de la Roca-Dios que todo lo sostiene.

Roguemos al Señor por una fe lúcida que no se deje engañar. Él se hizo Tienda, y no Palacio o Catedral. Nuestra búsqueda siempre será una apuesta de sentido y no una evidencia, porque como dice Juan de la Cruz: “la fe es hábito oscuro”. Que la Madre de Dios nos regale una mirada pura y creyente que “permanezca” (Jn) en la adoración del niño-eucaristía, en la comunión del Cuerpo que es la Iglesia, y en el servicio a los más pequeños con los que Jesús se identifica (Mt 25).

¡FELIZ NAVIDAD!

[1] H. Viel Temperley, Casas (poesía).

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