lunes, 20 de octubre de 2008

Al idioma castellano*

A los humanos nos cabe el desafío de ir asumiendo, o rechazando quizás, aquellas cosas que nos fueron dadas con la vida. La herencia -física, espiritual, familiar, cultural, epocal- sólo se muestra fecunda en la medida que logramos aceptarla.

Lo mismo pasa con la fe y el bautismo. Damos un salto cualitativo cuando brusca o imperceptiblemente, elegimos ser cristianos. Es el momento de maduración en que tomamos las riendas y nos salimos de la inercia inconsciente.
Una realidad evidente, y muy poco cuestionada por el hombre de la calle es el lenguaje. Como herencia que reúne y separa atraviesa toda nuestra existencia configurando nuestra misma forma de pensar. Porteños como somos estamos siempre de cara al Atlántico husmeando las correrías del viejo continente y fascinados por aquellas culturas venerables.
Pero he aquí que el otro día desperté. ¡Qué sabrosa es nuestra lengua! Otras tendrán sus riquezas pero la nuestra no es menor. ¡Qué intraducible es la prosa de Teresa de Ávila o la poesía de Juan de la Cruz! [Se verá que España y América Latina no dejar de ser parientes.] Ciertos pillos, hay que reconocerlo, poseen un manejo descomunal del idioma. A los dos españoles ya nombrados sumo otros dos contemporáneos: Pérez Reverte y Martín Descalzo. Hay en ellos una amplitud de vocabulario, un ida y vuelta de la calle a la biblioteca, que les permite jugar naturalmente con las palabras. Frescos y efectivos sus relatos acercan al lector, lo hacen amigo, y, aunque uno aprecia sus estaturas, no apabullan con frívolas erudiciones.
"En el principio existía la Palabra" (Jn 1,1). La Palabra eterna que tuvo que elegir un idioma -perdido ahora para siempre- estalló una mañana en Jerusalén. Se abrió católicamente a múltiples variantes en un inusitado derroche de expresividad. "¿Cómo cada uno de nosotros los oye en su propia lengua nativa?" (Hch 2,8). El idioma castellano lo dice a su modo, también con sus límites. Por eso, así como los cristianos adoramos la cruz en cuanto insrumento de salvación, no está fuera de lugar este humilde, sentido, y hasta devoto homenaje, a la lengua que nos "entregó" (Lc 22,19; Rm 10,17) la salvación.
* Borges escribió un poema "Al idioma alemán", y justo es reconocer su dominio del castellano, tantas veces gozado; pero su figura está ausente de estas líneas porque en su precisión puntillosa no contagia, no hace vibrar... y esto da que pensar.

No hay comentarios: