domingo, 30 de noviembre de 2008

Adventus 2009

Is 63,16b-17.19b; 64,2-7; Sal 80 (79), 1 Cor 1, 3-9; Mc 13, 33-37

- Adviento. Hacia la venida. 
- La venida ¿de quién? 
- De Jesús. 
- ¿La primera o la segunda? 
- En  realidad... las dos. Pero tenemos que admitir que si bien el adviento apunta a la Navidad, lo nuestro es la espera de la parusía, la segunda venida de Cristo. Ese día, Jesús vendrá con toda la autoridad del Señor, vendrá en gloria a juzgar y restaurar. Entonces, podemos decir que toda nuestra vida es un adviento.

El evangelio nos habla de un dueño de casa que se dispone para un viaje. No es difícil descubrir en él a Jesús, quien se marchó al cielo y nos dejó a cargo de sus cosas. ¿Cómo vivimos esa espera hasta que vuelva? Las más de las veces vivimos con una cierta añoranza, con el desconcierto de no tener muy claro qué decidir. "¿Cómo sigue el partido?" nos preguntamos. Entonces anhelamos su presencia mansa y firme que nos inspira seguridad. Claro que otras veces pecamos de adolescentes, viviendo según el refrán, "cuando el gato no está, los ratones bailan". ¿Qué gracia tendría en ese caso la venida de Jesús? ¿Cómo no sentir miedo y fastidio ante el fin de fiesta?

El adviento es, ante todo, un tiempo de sinceramiento. Porque se trata de la espera que reconoce lo incompleto del asunto, la ausencia del dueño de casa. Y esto no como dato estadístico sino como experiencia que quema y hace gemir. Desde esa ausencia se ansía la venida. 

Podemos atravesar estas cuatro semanas, que son una metáfora de la vida, pronunciando un tibio y automático "ven". Pero mucho mejor si es un grito de ahogado que nace en las entrañas hasta conmover las misma entrañas de Dios (rahamim). 

Isaías nos enseña que la necesidad lo vuelve a uno audaz, y brinda así una muestra de la mejor fe bíblica. Al fin y al cabo, si es el dueño que se haga cargo. Porque si estamos como estamos es porque Él nos ocultó el rostro. Provocador, como suele ser el que ora en carne viva (cfr. Job). Pero Isaías sabe bien dónde está parado. Conoce sus cartas, "toda nuestra justicia es como un trapo sucio" (64,5), y conoce a Dios, "pero tú, Señor, eres nuestro Padre, nosotros somos la arcilla, y tú, nuestro alfarero" (64,7). Todo su fervor se condensa en un suspiro que queda flotando, y cuyo eco atraviesa los siglos para ayudarnos a rezar. "¡Si rasgaras los cielos y descendieras!" (63,19). Cuánto alberga este deseo, cuánta expectativa contenida, cuánta pena que busca liberación. En la misma línea el salmista aporta una frase breve y densa, una súplica que puede adquirir el matiz de la protesta: "Ven a visitar tu viña" (Sal 80,15). Hay seriedad en el ambiente. No estamos jugando. No nos abandones. "Reafirma tu poder y ven a salvarnos" (Sal 80,3).

El asunto es estar "pre-venidos" (la palabra aparece tres veces en Mc 13, 33-37). La tradición cristiana busca anticipar la venida con gestos de caridad, piedad y penitencia. Cosas concretas que nos despabilen y pongan un poco de orden en la casa interior. Sin embargo, parece que cuando ni siquiera hay resto para eso, basta que desde la decrepitud de "este mundo que pasa" (1 Co7,31), adoptemos el clamor (y la urgencia) de la novia. "Ven Señor Jesús"(Ap 22,20).

No hay comentarios: