viernes, 1 de mayo de 2009

1º de mayo

El día del trabajador se vive todavía como una conquista social. Pero podemos preguntarnos, ¿conquista de qué? Ciertamente es un reconocimiento a la dignidad del trabajo y a todos aquellos que con su silenciosa labor contribuyen al bien común. Sin dudas, la celebración es en sí misma una conquista, y a ella debemos sumar el avance del moderno derecho laboral.

Sin embargo, todos sabemos que la compleja realidad del trabajo exige más que un feriado para llegar a plenitud. A la par que vemos la indiferencia con que se vive el 1º de mayo, comprobamos un cierto estancamiento de la reflexión en torno al trabajo. Como si todo quedara restringido al ámbito de los derechos. Es necesario pues, recuperar una genuina inquietud por el sentido del trabajo.

En la tradición cristiana el trabajo apareció siempre como una noble tarea en que el hombre protagoniza un papel co-creador. Transformar la realidad, no según caprichos sino en el contexto de la escucha responsable al Padre. Por otra parte, que Jesús sea designado en el evangelio como “el hijo del carpintero” (Mt 13,55) marca la dignidad del trabajo, al punto de tener cabida en un título cristológico. Jesús, lo mismo que su padre san José, da a sus esfuerzos en la carpintería un marco superior al de la mera subsistencia. Ellos saben que en última instancia sus fatigas se entienden a la luz del proyecto de Dios.

Nuestro tiempo podrá ser muy consciente de la dignidad del trabajo en el plano discursivo, pero está muy lejos de poder concretarlo en los hechos cotidianos. El trabajo es para muchos, sinónimo de stress, presiones, vejaciones… Desvirtuamos el trabajo toda vez que lo reducimos a tarea económica, a lugar de “realización” personal, a batalla frenética por exaltar el ego. Cuesta la unidad interior, el disfrutar las tareas, el captar el propio aporte en el conjunto mayor de la sociedad. San José es un modelo de obrero no tanto por la eficiencia de sus manualidades, sino por esta capacidad de darle sentido a su tiempo. No trabajó para sí, ni simplemente por el dinero. Trabajó para la gloria de Dios. Supo referir todo a Dios. Y él más que nadie, porque en una misma persona encontraba la motivación humana del hijo hambriento y la motivación divina del Señor de la Historia.

Con razón somos hoy exhortados “Cualquiera sea el trabajo de ustedes, háganlo de todo corazón, teniendo en cuenta que es para el Señor y no para los hombres. Ustedes sirven a Cristo, el Señor” (Col 3,23.24b).

San José obrero: ruega por nosotros. Amén.

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