martes, 2 de febrero de 2010

David en la terraza

Animado por la reciente arenga del papa Benedicto a los sacerdotes en relación a su presencia en internet, rompo mi silencio cibernético y hago un nuevo aporte.

Pocos días atrás la liturgia nos presentaba el más que escandaloso episodio del rey David: digo escandaloso no tanto por lo que significa sucumbir al adulterio con la hermosa Betsabé (lo que no se pretende soslayar), sino más bien por la angurria implicada, así como por las posteriores mentiras pergeñadas, y el cobarde homicidio de uno de sus más leales guerreros.

La pregunta tiene que ser hecha. ¿Cómo fue posible caer tan bajo? David, el ungido, el noble pastor, el recto y manso servidor de Saúl... ¿cómo es que terminaste con las manos manchadas en sangre? El texto sagrado, discreto, nos da una pista. "Al comienzo del año, en la época en que los reyes salen de campaña, David envió a Joab con sus servidores y todo Israel, y ellos arrasaron a los amonitas y sitiaron Rabá. Mientras tanto, David permanecía en Jerusalén" (2 Sa 11,1).

Dicho en criollo: la cosa estaba mal parida. David no estaba donde debía estar. Dicho en escolástico, que a su vez repite a Aristóteles: parvus error in principio magnum est in fine; el pequeño error del principio es grande en el final. Y me quedo pensando. ¿No será que a veces subestimamos el deber cotidiano? Estar donde se debe estar. Ésta puede ser una consigna muy pava o muy profunda. Si nos movemos como autómatas, si ya perdimos la capacidad de cuestionarnos puede que sea una cuestión de rutina. Pero si le concedemos vuelo existencial, si dejamos que nos lastime y nos moleste un poco, estar donde debemos estar, puede ser un (exigente) camino de crecimiento interior.

Existen la excepciones, se sabe. Pero también existen las excusas anquilosadas y tramposas. "Hay un tiempo para cada cosa", dice Qohelet (Ecl 3,1). Procuremos no vivir de la excepción, no engañarnos con justificaciones que sólo nos convencen a nosotros mismos.

¿Dónde estás? ¿No es ésta la primera pregunta que ofrece Dios al Adán recién caído? Esconderse es la reacción del que no quiere aceptar su situación. Pidamos la gracia de estar... en obediencia a mi estado civil, a mi vocación cristiana, a mi responsabilidad familiar. Hacer una apuesta que supere el corto plazo, y sus caprichos, y las incomodidades, y la tentación infantil de renegar de aquello que sabemos nos toca. Enfrentar nuestros cansancios y miedos, hacer de nuestras tareas pendientes un desafío del hoy. No gambetear las obligaciones ni los descansos. Ser fiel a lo que soy, a mis opciones irreversibles, sin por ello descuidar la frescura del primer amor (Ap 2,4). Y hacerlo todo con la convicción de que el compromiso es madurez que libera, voluntad que agrada al Padre, encuentro en el corazón del Hijo.

Para comprobar que no siempre somos tan lúcidos como creemos, y que muchas veces perdemos el sentido común, termino con una breve anécdota. Dispuesto a empezar su ministerio en una nueva parroquia, un sacerdote le propone a otro menor con quien tenía muy buena relación que lo acompañara al menos durante las primeras semanas. El sacerdote joven dudaba y no lograba decidirse, a pesar de no tener obstáculos mayores. Dándose cuenta de su confusión, se acercó a pedir consejo a un tercer sacerdote, venerable y anciano. Éste escuchó con atención el problema que se le presentaba, y tras un instante de silencio respondió, con humilde sabiduría y quizás también con una pizca de humor: "A ver si entiendo bien... Me dice que un amigo suyo le está pidiendo un favor, ¿Y usted no sabe qué es lo que tiene que hacer?".

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