miércoles, 13 de junio de 2012

La oración, intérprete de la esperanza


Petitio est spei interpretativa (ST II-II, 17,2)


El oficio de Lecturas de hoy trae un fragmento de la carta de Pablo a los filipenses: “Estaba él [Epafrodito] suspirando por verlos a todos, y muy preocupado porque había llegado a ustedes la noticia de que había caído enfermo. Y de hecho estuvo a punto de morir, pero Dios tuvo misericordia de él, y no sólo de él, sino también de mí, para que no tuviese yo penas y más penas” (Flp 2,26-27).

El pasaje expresa muy bien lo de los últimos días: el riesgo de muerte y la misericordia de Dios para con el enfermo que acaba siendo misericordia hacia los que lo rodean. “¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría” (1 Co 12,26-27).

En Roma, Jerusalén y Calcuta. En Luján, San Nicolás y Santos Lugares. La oración por Tomás llegó a esos lugares emblemáticos de nuestra fe, tanto a nivel universal como nacional. Desde la Alemania financiera hasta el conurbano bonaerense; en labios de los más ancianos y de los niños que apenas hablan. Laicos y consagrados, ricos y pobres, activos y contemplativos. “Y la oración de la fe salvará al enfermo” (St 5,15).

Un par de días atrás escuchamos cómo Jesús enviaba a sus apóstoles: “Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios” (Mt 10,8). Cierto que en la Iglesia existe el carisma individual de la sanación y de los prodigios (1 Co 12,28-30); pero no hay que olvidar que también la oración de intercesión obra los milagros. Cuando la Iglesia se reconoce como cuerpo y ora como tal, Cristo está a la cabeza asumiendo esa súplica como propia.* No que siempre resulte lo que pedimos; sabemos que en Getsemaní Jesús mismo no recibió lo que pedía. Lo que sí sabemos es que siempre somos escuchados (Hb 5,7), aunque la respuesta llegue de modo sorprendente y enigmático (1 Co 13,12). Porque la gracia desconcierta (Lc 1,29) ya que siempre es, en última instancia, gracia que brota de la cruz. Jesús en vos confío. 

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* “Nuestra cabeza intercede por nosotros. Nuestra cabeza sin pecado y sin poder ya morir, ruega a Dios por nuestros pecados (…) Ya está en el cielo, y, con todo, sufre aquí abajo, mientras la Iglesia sufra aquí abajo. Aquí abajo sufre hambre Cristo, aquí abajo sufre sed, está desnudo, es forastero, enfermo, preso. Pues lo que su cuerpo sufre, esto –nos dice él- lo sufre él también (cf. Mt 25,42-45)”; S. Agustín, Sermón 137,I-II. 

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