martes, 24 de diciembre de 2013

Ejercicio navideño

Será esta noche. O quizás mañana temprano. Me pondré delante del pesebre para adorar a Jesús. Al principio, sin palabras, sin cantos, sin pensamientos. Sólo mi presencia y un silencio reverente. Luego le diré que lo quiero y que lo necesito. Y le daré gracias por haber venido de tan lejos, por haberse molestado (esta vez  que hacía falta). 


Pediré a María y a José que me enseñen a cuidarlo; a defenderlo, sobre todo, de mis propias salvajadas. Tomaré conciencia del regalo de la fe y alabaré a Dios por el don del bautismo, de la eucaristía y de la confirmación. Y por todo lo demás. ¿Qué tengo que no me haya sido dado en Cristo? (1 Co 3,21-23). Finalmente, me arrodillaré. Me haré chiquito y pobre como un bambino. Dejaré a un lado toda mi soberbia y mi prepotencia mundana. Por un instante estaré indefenso y desearé ser humilde como un lactante. Entonces, le daré un beso tierno. Y en ese beso cabrán todos: la Trinidad y los santos, familiares y amigos, vivos y difuntos, la gente que defraudé y la gente que me hirió. No habrá cuentas pendientes sino comunión profunda y reconciliación. Será un ósculo de paz sincera y fuerte: una nueva creación. Ya lo dijo Pablo: "él es nuestra paz "(Ef 2,14). 

Ahora te invito a que te sumes a esta gimnasia navideña.

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