jueves, 5 de marzo de 2015

Cristo el Inocente

"Oh Dios que amas la inocencia y la devuelves a quienes la han perdido...". La oración colecta de la misa de hoy, jueves II de cuaresma, da en el blanco. El mundo está roto, dijo Gabriel Marcel. Nuestra mirada se ha envilecido. Se ha vuelto turbia desde que cedió a los encantos de la serpiente. Adán y Eva se avergüenzan de sí mismos porque perdieron la inocencia. Y sólo el Creador nos la puede devolver.

Al final de su vida, M.-J. Le Guillou escribió un libro sobre Jesús plagado de estocadas sublimes, que a uno lo desarman a base de poesía y teología. Aquel que viene de otro lado, El Inocente. Lo recordé hoy y por eso transcribo algunas de sus palabras. Apenas una selección arbitraria de un torrente fascinante que embriaga en cada línea.


Estas líneas remueven la fibra más secreta de mi corazón. Angustiado por la urgencia en que debíamos manifestar a los hombres la originalidad del Evangelio, su explosiva y radical novedad, realizaba entonces aquello que sabía, ciertamente, pero que jamás se me había hecho explícito a tal profundidad: que la paradoja de las bienaventuranzas es la del Inocente.


El Inocente, aquel que, totalmente desprendido de sí mismo, libre de todo mal, molesto en la juntura de la médula y del espíritu, en el centro más íntimo de nosotros mismos; aquel que, una vez conocido, rompe toda tranquilidad y ¡vuelve la vida imposible! Uno haría bien en rellenar las brechas, se sabe -es el arte de anticipar- nuestras murallas, ¡ellas no resisten! En presencia del Inocente, no hay punto de apoyo, uno está totalmente perdido, a menos que uno se confíe a él; es la vida o la muerte. Con él ¡rápidamente se llega a lo irremediable! Es un estorbo, ¡se le manda callar!

(...)

El Inocente, el rostro de Cristo, ese rostro de hombre de una total transparencia del Padre, ofrecido como el más pequeño de los pequeños -el más desposeído de sí mismo que exista- a la trágica malicia de los hombres. Él revela en el amor, molido por el pecado del mundo que él lleva en su carne, el misterio eterno de Dios tres veces santo.

El Inocente, ¡la luz del mundo!


El Inocente juzga a la inversa del mundo, porque su punto de referencia está en Dios: él subvierte todo el orden de valores habituales, y entonces él molesta. 

Parece inadaptado a los que no saben ver: su punto de estabilidad está en el cielo. Sufre, porque no es de aquí abajo, sino de otro lado, de lo alto. Su vocación es solamente la de existir, según la medida de la enorme incomprensión humana.  



El Cristo, ¡el Hijo protegido como persona por el amor de su Padre!

La protección suprema del Padre: la Cruz.

Infinita connivencia del Padre con todos los hombres que aceptan conocer su mirada.

Los comprende, él, y el solo deseo del corazón del hombre, es esta comprensión infinita que, tomándolo de raíz, lo recrea a nuevo.

"He aquí el hombre" (Jn 19,5).

La Agonía del Inocente: ¡el corazón del mundo! 

Cerf, Paris, 1998, p.10, p. 20 y p. 23.

No hay comentarios: