martes, 14 de febrero de 2017

Perniciosa levadura

En el pasaje del Evangelio de hoy escuchamos: Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca. Jesús les hacía esta recomendación: «Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes» (Mc 8,14-15). 

¿Qué es esta levadura de la que habla Jesús? Su sentido es abierto, como el de toda metáfora. Pero vale la pena pensar lo que al respecto dice el teólogo suizo von Balthasar. La Palabra de Dios hecha carne -Jesús- no supone una novedad absoluta, ya que el mundo existe sostenido por esa misma Palabra creadora. Por eso Jesús, cuando habla en parábolas, puede apelar a una pre-comprensión humana desde la cual introducir el reino de Dios. "La lógica de la criatura no es ajena a la lógica de Dios" (TL 2,85). Pero eso no significa que el Evangelio esté al alcance de la mano, como una mera confirmación de la buena voluntad natural. El seguimiento de Cristo no es posible con las solas fuerzas humanas. La levadura sobre la cual advierte Jesús sería precisamente una tal prescindencia de la gracia, como si se pudiera ser santo -plenamente hombre, plenamente feliz- sin necesidad de Dios.


"Así, pues, no podemos decir ni que en la ética cristiana el hombre abdica de su propia opción libre, para someterse «servilmente» a una ajena, ni que la verdad de la parábola confirma simplemente su iniciativa autónoma de acción, sólo «motivándola más profundamente». Antes bien, la libérrima acción divina en la gracia se hunde de tal manera en la acción libre del hombre que ésta queda a la vez «elevada e íntimamente perfeccionada» en su ser bueno y libre. Esto vale de forma tan absoluta que quien piense que su propia norma autónoma de bien obrar le basta incluso sin la fe, quien se limite, por tanto, a una ética y religio «desde abajo», con ello se convierte inmediatamente en el «fariseo» de cuya «levadura hay que guardarse» (Mc 8,15). También la propia conciencia se tiene que situar bajo la luz de la gracia, una luz que no proviene simplemente de arriba y de fuera, como luz ajena, sino que ilumina desde dentro con la inteligencia otorgada por el Espíritu Santo" (H. U. von Balthasar, Teológica 2, 82).


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