sábado, 1 de marzo de 2025

La mutilación del Evangelio social

En el cristianismo, la religiosidad no se reduce al culto divino sino que incluye el amor al prójimo. Dicho de otro modo: el dogma tiene implicancias sociales. Y esas implicancias constituyen, grosso modo, lo que solemos llamar "Doctrina Social de la Iglesia".

Da la impresión de que muchos obispos argentinos, por no decir la mayoría, se sienten orgullosos del modo en que el episcopado local asume esa enseñanza. Sin embargo, existen buenas razones para sostener que hace tiempo que asistimos a una mutilación del Evangelio social. La metáfora conecta con la teología de von Balthasar, que llama la atención sobre la necesidad de ver la totalidad de la figura. Cristo debe ser asumido tal como se nos manifiesta, incluso en su dimensión escandalosa. Basta pensar en cómo Pedro fue reprendido cuando pretendió modelar la misión de Jesús según sus propios criterios: "eso [la cruz] no sucederá", le dijo. Y el Maestro le respondió: "detrás de mí, Satanás". Silenciar un aspecto es traicionar la figura.

¿De qué hablan habitualmente nuestros obispos en sus mensajes? Por supuesto que intentan predicar a Jesús, el Hijo de Dios que revela -con gestos y palabras- al Padre misericordioso. Pero también opinan sobre la realidad social. Y al hacerlo se percibe como una fijación en el tema económico. No quiero detenerme aquí a pensar si esas intervenciones son más o menos atinadas, en el sentido de respetar la autonomía de las realidades temporales (como enseña la Iglesia). Simplemente quiero señalar la facilidad con que se habla de la pobreza, pero no de la injusticia, la corrupción o el declive educacional, entre otros ejemplos.

Lamentablemente nos hemos acostumbrado, particularmente en el conurbano bonaerense, a los robos, los secuestros, las violaciones y los homicidios. La delincuencia hace estragos en la sociedad. Cuántas familias destrozadas por los ultrajes y la violencia. ¿Dónde está la voz profética de la Iglesia para denunciar esta plaga social? ¿Dónde está la auto-crítica, el reconocimiento de que semejante cuadro no se explica únicamente desde las estructuras socio-políticas? Benedicto XVI lo dijo en su momento con toda claridad: "Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido lo desiertos interiores". 

El Reino de Dios nace en los corazones. Esto no significa que no deba hacerse cultura, sino que la condición de que se haga cultura depende del arraigo en los corazones (cf. Mc 7,21-23). Es hora de retomar con pasión el anuncio de Jesús, el cordero manso, que no arrebata la vida sino que la da en abundancia. Y para darla la entrega él mismo. No matar. No robar. No mentir. Los mandamientos son parte fundamental de la Buena Noticia. 

Es importante salir de la pobreza, sí, pero más importante es salir del pecado. Porque el pecado corrompe siempre, tanto en la carencia como en la abundancia. Y el pecado degrada tanto la integridad de la persona como las relaciones interpersonales, ambas fundamentales para el desarrollo económico. ¿Qué mejor cosa puede ofrecer la Iglesia sino el Evangelio, que empieza con un llamado a la conversión? ¿Y por qué el Evangelio social no resuena en Argentina reclamando leyes que garanticen un orden social justo? ¿Dónde está la interpelación a los legisladores, los fiscales y los jueces que son responsables, por no decir cómplices, de una impunidad tan escandalosa? La Iglesia nunca entendió la misericordia en contradicción con la justicia; ni en el plano divino ni en el humano. 

Estamos anestesiados. Contemplamos la secuencia interminable de atrocidades y negociados sin reaccionar. Pareciera que el problema es de otros: de los políticos, las fuerzas de seguridad, los legisladores, los jueces, los narcos... Evidentemente, todos ellos tienen una enorme cuota de culpa. Pero también la tenemos los pastores. Y tal vez en mayor grado. Porque a nosotros se nos ha confiado la salud moral del rebaño. Un rebaño al que no logramos conducir hacia la Vida verdadera. Y no sirve decir que son unos pocos: primero, porque no son pocos, sino muchos, los que a diario atropellan la vida de los demás o usan fondos públicos en beneficio propio; segundo, porque también somos responsables de los que miran para otro lado, insensibles ante tanta angustia. Dicho sea de paso: los más pobres son los más vulnerables. ¿Por qué no alzamos la voz en su defensa, pidiendo una justicia que les devuelva la posibilidad de salir a trabajar al alba sin miedo?

En resumen: tenemos que revertir un doble silencio. No sólo no estamos denunciando la anomia (instalada y creciente), sino que tampoco estamos anunciando debidamente a Cristo salvador, que nos rescata a todos, sin excepción, del abismo del pecado. Y este segundo silencio es más grave que el primero.