1. Biografía teológica-espiritual
En línea con la propuesta de autores contemporáneos,[1] se trata de leer la vida desde Dios, intentando desentrañar lo que el Espíritu Santo obró y dijo en esa persona. Newman es, sin duda, un gran pensador; pero lo más inspirador es la forma en que vivió: comprometido con la verdad, buscando ser fiel a Dios y a sí mismo por encima de todo. Una persona sensible que acepta perderlo todo con tal de hacer lo correcto: el cariño de su familia, la conversación con sus amigos, la cátedra en su amada Universidad de Oxford, por dar solo unos ejemplos. Y todo eso no sintiéndose un campeón, sino confiado en que Jesús lo sostiene en su debilidad.
“La característica del gran Doctor de la Iglesia, en mi opinión, es que enseña no solo a través de su pensamiento y sus palabras, sino también con su vida, porque en él, el pensamiento y la vida se interpenetran y se definen mutuamente. Si esto es así, entonces Newman pertenece al grupo de los grandes maestros de la Iglesia, porque nos conmueve el corazón y nos ilumina el pensamiento”.[2]
2. Epitafio como clave de lectura
Tomamos como clave de lectura su epitafio, o sea la inscripción sepulcral.[3] En esta frase, compuesta por el mismo Newman, se revela el hilo de oro que guio su existencia. Ya anciano, el cardenal inglés ensaya una mirada recapituladora que no sólo asume el pasado sino que también lo lanza hacia el futuro.
Desde las sombras y las imágenes hacia la verdad
Ex umbris et imaginibus in veritatem
3. De la oscuridad a la luz
La imagen está tomada de Platón, que en su alegoría de la caverna describe el paso de un mundo de sombras a un mundo de luz. Los símbolos permiten pensar simultáneamente en diversos niveles: tanto intelectual como moral. De hecho, para Newman la inteligencia y la voluntad, pensar y sentir son inseparables: se condicionan mutuamente. Lo importante aquí es descubrir que Newman es un peregrino, un buscador, alguien que no se conforma con lo que hay, sino que aspira siempre a la plenitud. En este sentido, puede decirse que toda su vida es conversión, seguimiento de Jesús.[4] No se trata sólo de pasar del mal al bien, sino de lo que es bueno a lo que es mejor. Y esa tensión nos impulsa al Cielo, donde nuestra experiencia de Dios ya no será “a media luz”, sino que lo veremos cara a cara.[5]
En un mundo superior es de otra forma, pero aquí abajo vivir es cambiar, y ser perfecto es haber cambiado frecuentemente.[6]
La santidad antes que la paz,
y el crecimiento como única evidencia de la vida. [7]
Como se ve, no se trata de cambiar por cambiar, sino de madurar. Crecer es progresar en el bien y en la verdad. Newman asume esta convicción a los 15 años, influido por Thomas Scott, un autor que “seguía la verdad donde quiera que lo llevara”.[8] Y así fue hasta el final: comprometido con la verdad sin medir consecuencias. Es difícil darse una idea de lo que significó para él entrar en comunión con la Iglesia católica en 1945. Por un lado, sin duda, el gozo de la verdad y la paz de vivir en plenitud el misterio de Jesús y la Iglesia. Pero, por otro, el desgarro de dejar la Iglesia anglicana y sufrir una muerte social: sentir que era una vergüenza para su familia, sus amigos y su querida Universidad de Oxford. Él, que había recibido la admiración y el afecto de tantos ahora era considerado un traidor. Para colmo, tampoco los católicos lo hacían sentir en casa, sino que lo miraban con desconfianza, como uno que llega de fuera y no se sabe si es de fiar. ¡Cómo no ver en Newman alguien que vivió en serio el certa bonum certamen (fidei)! Luchó la buena lucha de la fe, que es la lucha del amor.[9]
4. El papel de la conciencia
En todo este camino la conciencia juega un rol fundamental. La conciencia es la voz de Dios en nuestro interior. Una voz que no es nuestra, porque según el caso nos aprueba o nos reprueba con una cierta independencia de lo que nos gustaría escuchar. Tan importante fue este desarrollo que cuando el Concilio Vaticano II habló sobre la conciencia lo hizo con expresiones claramenre inspiradas en Newman (en realidad, casi calcadas). Pero el propio Newman advertía que no debe confundirse la conciencia con “el derecho a actuar según el propio querer”.[10] La conciencia no justifica el relativismo, sino todo lo contrario: me libera de él invitándome a razonar más allá de mi subjetividad, aunque asumiéndola.
5. Un credo definido
El compromiso con la verdad fue para Newman su primera conversión. Pero esa verdad era la verdad de Dios, una verdad revelada; y la convicción de que la fe no es mero sentimiento lo acompañó durante toda la vida, como él mismo reconoce cuando León XIII lo crea cardenal.
A mis quince años (en otoño de 1816) hubo un gran cambio en mi pensamiento. Caí bajo la influencia de un credo definido y recibí en mi inteligencia impresiones de lo que es un dogma, que, por la misericordia de Dios, nunca se han borrado ni oscurecido.[11]
Me alegra decir que me he opuesto desde el comienzo a un gran mal. Durante treinta, cuarenta, cincuenta años, he resistido con lo mejor de mis fuerzas al espíritu del liberalismo en religión. (...) El liberalismo religioso es la doctrina que afirma que no hay ninguna verdad positiva en religión, que un credo es tan bueno como otro, y esta es la enseñanza que va ganando solidez y fuerza diariamente. Es incongruente con cualquier reconocimiento de cualquier religión como verdadera. Enseña que todas deben ser toleradas porque todas son asuntos opinables. La religión reveladas no es una verdad, sino un sentimiento y un gusto.[12]
El dogma no implica intolerancia, sino un punto de apoyo firme que nos permite hacer pie. Sin verdad nos hundimos en la confusión y nos aislamos en el reino infinito de las opiniones. Las reglas de un partido de fútbol son dogmas, ¡y cómo las honramos! Si no fuera así, sería imposible jugar y divertirnos. Newman buscó siempre la verdad, entendiendo que ella era ante todo una persona: Jesús.
6. Dejarse guiar por La Luz
Para terminar, una anécdota y una oración. En 1833 Newman hace un viaje por Italia donde se encuentra con una idiosincrasia distinta de la inglesa. En determinado momento enferma gravemente cerca de Sicilia. Su asistente le pide que le de las indicaciones finales, puesto que se acercaba la hora de su muerte. “Se las di, como quería, pero dije «No voy a morir». Y repetí: «no voy a morir, porque no he pecado contra la luz, no he pecado contra la luz». Nunca pude entender del todo que quise decir”.[13] Una vez repuesto, pocas semanas más tarde, escribió el famoso poema-oración: Lead kindly light. Transcribo los primeros versos:
Lead, Kindly Light, amidst th’encircling gloom,
Lead Thou me on!
The night is dark, and I am far from home,
Lead Thou me on!
Keep Thou my feet; I do not ask to see
The distant scene; one step enough for me.
I was not ever thus, nor prayed that Thou
Shouldst lead me on;
I loved to choose and see my path; but now
Lead Thou me on!
Guíame luz bondadosa, las tinieblas me rodean,
¡Guíame más!
La noche es oscura y estoy lejos de mi hogar,
¡Guíame más!
Guarda mis caminos, no te pido ver
el lejano paisaje, — un paso me basta.
No siempre fui yo así, ni oraba
que fueras Tú quien me guiara;
amaba elegir y ver mi sendero; pero ahora,
¡Guíame más!
[1]Hans Urs von Balthasar o Michael Schneider.
[2]Card. J. Ratzinger, Discurso del 28 de abril de 1990.
[3] La inscripción fue grabada en 1890 en la lápida del cementerio. Una vez abierta la tumba para trasladar los restos al oratorio, pensando en su veneración, se optó por reproducir el epitafio en el sarcófago que está dentro del oratorio de Birmingham.
[4] “Durante toda su vida Newman fue un converso, uno que se transformó, y de ese modo siguió siendo siempre el mismo, y llegando a ser cada vez más él mismo”; J. Ratzinger, Discurso del 28 de abril de 1990.
[5] “Al presente estamos en un mundo de sombras. Lo que vemos no es sustancial. Será rasgado en dos repentinamente y se desvanecerá, y aparecerá nuestro Hacedor. Y entonces, esa primera aparición será nada menos que un encuentro personal entre el Creador y cada creatura. Él nos mirará mientras nosotros le miramos”; J.H. Newman, Parochial and Plain Sermons V, 1: El culto: preparación para la venida de Cristo.
[6] J.H. Newman, Essay on the Development of Christian Doctrine, I,1,7: “In a higher world it is otherwise, but here below to live is to change, and to be perfect is to have changed often”.
[7] J.H. Newman, Apologia pro vita sua, chapter 1: “Holiness rather than peace, and Growth the only evidence of life”. Esta idea la toma de Thomas Scott, “a quien prácticamente debo mi alma”; Ibid.
[8] J.H. Newman, Apologia pro vita sua, chapter 1: “He followed truth wherever it led him”.
[9] J. H. Newman, Sermones Universitarios XII,20: “Creemos porque amamos. ¡Qué verdad tan evidente!”.
[10] J.H. Newman, Carta al Duque de Norfolk, cap. 5 (1874). “Cuando los hombres apelan a los derechos de la conciencia, no entienden en absoluto los derechos del Creador, ni el deber que, tanto en el pensamiento como en la acción, tiene la criatura hacia Él (…) La conciencia tiene derechos porque tiene deberes; pero al día de hoy, para buena parte de la gente, el derecho y la libertad de conciencia consisten precisamente en desembarazarse de la conciencia, en ignorar al Legislador y Juez, en ser independientes de obligaciones que no se ven. Consiste en la libertad de abrazar o no una religión (…). La conciencia es una consejera severa, pero en este siglo se ha reemplazado con una falsificación de la que los dieciocho siglos precedentes jamás habían oído hablar o de la que, si hubieran oído, nunca se habrían dejado engañar: es el derecho a actuar según el propio querer”.
[11] J.H. Newman, Apologia pro vita sua, chapter 1.
[12] J.H. Newman, Biglietto Speech. “Mi batalla era contra el liberalismo, y por liberalismo entiendo el principio antidogmático y sus consecuencias (…) no puedo hacerme a la idea de otra especie de religión; religión como mero sentimiento es para mí un sueño y una burla, sería como tener amor filial sin la realidad de un padre, o devoción sin la realidad de un ser supremo”; J.H. Newman, Apologia pro vita sua, chapter 2.
[13] J.H. Newman, Apologia pro vita sua, chapter 1: “My servant thought that I was dying, and begged for my last directions. I gave them, as he wished; but I said, «I shall not die». I repeated, «I shall not die, for I have not sinned against light, I have not sinned against light». I never have been able quite to make out what I meant”.