domingo, 19 de julio de 2009

Mc 6, 30-34

El domingo pasado vimos cómo Jesús llamaba y enviaba a los Doce. En estos dos verbos –“los llamó y los envió”-,[1] pudimos descubrir todo un programa de vida cristiano: del mundo a Jesús y de Jesús al mundo. Jesús es en la Iglesia como un corazón que en permanente sístole y diástole marca los ritmos e imprime dinamismo: recogimiento y dispersión, intimidad y misión. Y así es desde el principio, como lo dice el mismo san Marcos: “Instituyó a Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar”.[2] 

El pasaje del Evangelio de hoy nos invita a profundizar en esta lógica. Al envío inicial sigue la vuelta al Maestro. “Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado”.[3] Es un hecho simple, tan ordinario que puede pasársenos por alto. Los apóstoles advierten que detrás del envío hay Alguien que envía. Jesús es la referencia natural, el que les confió la misión y al que necesitan volver. 

Vuelven, ante todo, para sentir su presencia… para estar con él. Cuando el amor es grande poco importa lo que hacemos; lo que vale es estar juntos, gozando la compañía. Pero vuelven también con algo concreto que compartir. El corazón cargado de experiencias, rostros grabados en los ojos, y conversaciones que todavía resuenan en sus oídos. La misión nos pone en la brecha, nos exige, y saca de nosotros un poco de todo. De lo mejor y de lo peor. A la vez que maduramos certezas, aparecen interrogantes. 

Ellos, dice el evangelio, “le contaron todo”. Y él, los escuchaba como un padre a su hijo en el primer día de clase. Recibía sus entusiasmos y fracasos, contestaba a sus preguntas, deslizaba algún consejo y seguramente también callaría con elocuencia. 

Qué lindo es hablar de nuestras cosas. Lo más probable es que no sean acontecimientos trascendentes, sino más bien rutinarios, pero son nuestros. Por ahí, de manera escondida, va pasando nuestra vida; y por ahí también, pasa Jesús. En este contexto quiero rescatar dos ámbitos para este diálogo: la familia y la dirección espiritual. La familia vive de estas charlas sencillas en que nos comunicamos y nos damos a conocer. Contar lo que nos pasa, confesar nuestras luchas y saber compartir nuestras alegrías. Salir del aislamiento puede ser un ejercicio arduo, pero siempre edificante. Después de una jornada larga y áspera, saber crear el clima propicio para el encuentro es un arte que nos compete a todos. 

Pero entre la familia y Dios, hay otra instancia para volcar nuestra existencia. En la dirección espiritual podemos quizás ser más francos y mostrar nuestro camino sin tanto tapujo. Siguiendo el ejemplo de los apóstoles, me interesa la dirección espiritual como instancia de confrontación. Me presento ante alguien, que es padre sin dejar de ser hermano, y le cuento mis cosas. Me confío y escucho su devolución. En algún sentido, rindo cuentas y doy lugar a que alguien tenga voz en mi conciencia. Es un acompañamiento, nunca un intercambio de roles. Pero de verdad que hace falta si queremos seguir de cerca al Señor. Confrontar para discernir mejor la voluntad del Padre. 

Entonces, habiéndolos escuchado, “les dijo: vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco”.[4] Jesús Pastor de pastores. Siempre atento al rebaño y de humanidad exquisita. “El Señor es mi Pastor, ¿qué me puede faltar? Me conduce a las aguas de quietud y repara mis fuerzas”.[5] Tema inmenso el del descanso. Tema sagrado para nuestra fe. ¿De verdad pensamos que es tan fácil descansar? ¿No nos debemos un sincero examen de conciencia sobre cómo aprovechamos nuestro tiempo libre? ¿Descanso sin Dios? ¿Puede una misa con aires de precepto regalarnos la esencia del domingo? ¡Tanto para decir en la cultura de la adicción al trabajo! Jesús acepta el límite, no cede a la tentación de omnipotencia y da lugar a la fiesta. 

Y se fueron nomás en la barca a un lugar desierto. Pero hete aquí que muchos los reconocieron y salieron con tanta urgencia que incluso llegaron antes al lugar. Algo traslucía este predicador, algo que arrastraba despertando una sed que sólo él podía saciar. “Preparas ante mí una mesa, y mi copa rebosa”.[6] 

“Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella”.[7] Lo primero que hace Jesús es ver la multitud. “El amor es ojo” decía un autor medieval.[8] Los registra, pasan ante sus ojos de misericordia y esas vidas empiezan a hablarle.[9] Es gente sufrida que lo reclama en silencio. Se han molestado corriéndose hasta acá. Tienen necesidad de un guía. Jesús trasciende todas las anécdotas del caso y los ve en profundidad. ¿Cómo los ve? “Eran como ovejas sin pastor”.[10] La imagen del pastor remite a los líderes de Israel, lo mismo que hoy podemos pensar en nuestros políticos, sacerdotes, empresarios y docentes. 

Nuestro tiempo carece de guías sabios y coherentes. Pero también podemos preguntarnos si sabemos reconocerlos cuando aparecen. Tenemos necesidad de maestros, es decir, de genuinos pastores. Jesús constata en su mirada la denuncia profética y hace suyo el oráculo de Jeremías: “Ay de los pastores que pierden y dispersan el rebaño… han expulsado mis ovejas y no se han ocupado de ellas… Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas y las haré volver a sus praderas”.[11] La promesa está cumplida. Dios en persona apacienta su pueblo. Los tiene delante suyo porque ellos han venido a su presencia. Pero en realidad, es Jesús el que ha hecho el viaje más largo para encontrarlos. Volvamos a preguntarnos: ¿Qué ve Jesús al contemplar la multitud? ¿Cómo nos ve? 

Algo vio, porque dice el texto que “se compadeció”. Fue movido a compasión, sintió con ellos, como sólo sienten las entrañas de una madre. Tenían hambre de Dios. Los vio faltos de sentido, asqueados quizás por el vacío; los vio atrapados en rencores, incapaces de perdón; los vio carentes de alegría, consumidos por peleas estériles. Por eso “estuvo enseñándoles largo rato”.[12] 

Señor Jesús… qué contradicción la nuestra. Somos tus discípulos, comemos en tu presencia, y sin embargo, cuántas veces estamos como ovejas sin pastor. Queremos contarte lo que nos pasa, queremos que nos aconsejes y que renueves nuestras familias. Queremos descansar en tu presencia haciendo del domingo el día del Señor. Queremos mirar la realidad con tus ojos y poder compadecernos por los que te llaman aún sin saberlo. Danos líderes en todos los órdenes, pero de manera especial, en este año sacerdotal, queremos pedir por muchos y santos sacerdotes. Te lo pedimos a vos Pastor Bueno, que nos “guías por el recto camino. Aunque caminemos por oscuras quebradas, no tenemos miedo, porque Vos estás con nosotros; tu vara y tu bastón nos infunden confianza”.[13]


[1] Mc 6,7

[2] Mc 3,14

[3] Mc 6,30

[4] Mc 6,31

[5] Sal 22,2-3a

[6] Sal 22,5ad

[7] Mc 6,34

[8] « Castus profecto columbinusque oculus amor est… Iste est oculus qui non clauditur… Oculus rectus, oculus vere dexter quem nulla seorsum avertit sinistra intentio… Amor oculus est, et amare videre est. Et horum duorum dexter oculus est amor qui requirendo vulnerat… Sublato enim amore, qui dexter oculus est, ad solem errorem remanet intellectus… », Richardus de Sancto Victore, Tractatis de gradibus charitatis PL CXCVI 1202-1203. «Ubi amor, ibi oculos», Ricardo de San Víctor, cf. «Beniamin minor», c. 13: “donde hay amor, allí hay ojo”.

[9]  Qué actual suena Guardini, cuando hace más de medio siglo decía respecto del peligro de la “constante agresión de estímulos”: “Siempre se dice que el hombre moderno quiere ver, ¿pero qué es realmente ver cuando en un cuarto de hora repasa cientos de imágenes? Lo que sucede de verdad es que no ve: no capta nada cargado de sentido… sólo ve montajes; no ve el mundo, sino sólo efectos, estímulos… la capacidad de ver se ha deteriorado… se le viene encima un alud de impresiones fragmentarias, y disminuye lo que de verdad importa, la interiorización del mundo con toda su carga de sentidos auténticos, con su grandeza, su fuerza, su profundidad. Todo se difumina”; Ética, B.A.C., Madrid 2000, 311-312.

[10] Mc 6,34

[11] Jr 23,1-3

[12] Mc 6, 34

[13] Sal 22, 3b.4

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