lunes, 20 de julio de 2009

Migaja sacerdotal 1

A veces la vida se ríe de las etiquetas, como esta tarde. 

Fui a dar una unción a un sanatorio de la zona, pero el llamado había llegado desde Merlo. Entro, y mientras espero el ascensor reconozco a la recepcionista. La había casado el año pasado. La saludo y encaro mi misión, percibiendo algo de la paranoia que con motivo de la epidemia ganó la ciudad.

La puerta de la 307 espera entreabierta. Me asomo y encuentro una cara familiar. Es un feligrés mío. Tardo un instante en ubicarme, pero lo consigo. Más de una vez vino como Job a patear el tablero de Dios. No le faltaban razones. Y yo poniendo, la cara, la oreja y todo lo que se me ocurriera para que de alguna manera sintiera que Dios estaba ahí. Qué difícil es por momentos anunciar al Dios-con-nosotros cuando se vuelve Dios-escondido.

Ahora lo veo delante de su mujer que agoniza. No hay palabras. De yapa presenta una queja por no sé qué cosa de las misas. Está aturdido y quiere pelear. De arriba parece que me eligieron como sparring. Necesita un rostro ante quien protestar, una mesa de entradas que le acepte su reclamo.

La escena, sin embargo, tiene un tono inmensamente familiar. Nos tenemos el cariño de quienes hablamos con franqueza y nunca para lastimarnos. Su acento traiciona a un inmigrante italiano que aunque algo peleado con la jerarquía eclesiástica, no puede dejar de abrazar la cruz. Rezamos juntos. Como suele ocurrir, sobrevuela un halo bizarro; porque mientras leo el Evangelio, mi voz compite con la del familiar de la cama contigua que habla por celular.

Me despido y Pepino (o simplemente “Pino”) insiste en acompañarme hasta la salida. Caminamos abrazados y no hay gripe A que lo pueda impedir. Entonces me dice que le ayudo a ver a Dios, que a él le cuesta el Vaticano y todo lo que ya sabemos. Pero que me ve cercano, de la “plebe” (dixit). En su conmoción y su castellano todavía inseguro, tartamudea. Como llegando a puerto sentencia: “Un cura obrero”.

Lo entendí. Y me dio una lección de lo que quiere el pueblo de Dios. Ese pueblo sufrido, golpeado, quizás también un poco resentido. Pero un pueblo que busca a Dios y que no baila en ideologías. Cura obrero. ¿Qué quisiste decir Pino? Supongo que cura laburante, del llano, cura “con nosotros”, como el Emmanuel que predicamos y que queremos reflejar. Supongo que quisiste traducir -como pudiste- la magnífica teología de la Carta a los hebreos: “por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba; puede mostrarse indulgente… porque él mismo está sujeto a la debilidad humana” (Hb 2,18;5,2ac). Entonces Pino, puede que me hayas sobredimensionado, pero me señalaste un camino. 

“… pero su elegido se mantuvo firme en la brecha” (Sal 106,23)

1 comentario:

Facundo Fernández Buils dijo...

Gracias Pino por tu lección, gracias Andy por escribirlo. Un abrazo fuerte de un amigo que está más allá de Eva Perón.