domingo, 24 de mayo de 2015

Pentescostés 2015

Hch 2,1-11; Jn 20,19-23
El mismo Espíritu Santo, Espíritu septiforme, canta las Gestas de Dios 
H. de Lubac


En Pentescostés celebramos no tanto la venida del Espíritu Santo sino su presencia entre nosotros. Pentecostés es un acontecimiento vivo y nuestra manera de celebrarlo es suplicar una presencia cada vez más intensa. 

En cuanto culminación de la Pascua, esta fiesta bien puede entenderse como el súmmum de la reconciliación. Según Juan, junto con el Espíritu Jesús comunica la paz y el perdón. La reconciliación se abre camino y alcanza nuestros vínculos otrora lastimados. 

Sin embargo, como siempre, Dios apela a nuestra libertad. "Reciban el Espíritu Santo". Es un mandato, no una imposición. Casi como si pidiera permiso, el Espíritu espera nuestra venia para llegar a ser "el dulce huésped del alma". La Secuencia nos ayuda a ceder, cayendo en la cuenta de nuestras necesidades: pobreza, cansancio, llanto, pasiones, frialdad, desvíos, heridas... ¡Ven Espíritu Santo! Vale recordar aquí lo que le dijo una vez Jesús a santa Catalina: "Hazte capacidad y yo me haré torrente". Descubrir nuestros vacíos, hacernos cuencos para que el río de la gracia colme nuestras vidas. 


En el libro de los Hechos el Espíritu llega como una ráfaga de viento y como lenguas de fuego. Los discípulos quedan atravesados por una presencia que, en una suerte de desborde, los mueve a hablar. Pero ¿qué dicen? Todos los oían proclamar las maravillas de Dios. Lo propio de la Iglesia y del cristiano es anunciar las grandezas de Dios. No tanto eventos pasados sino realidades presentes e incluso futuras, que por la fe y la esperanza ya se disfrutan anticipadamente. No obstante, quizás más importante que el contenido sea el tono. El Espíritu suscita testigos, es decir, gente que narra experiencias más que doctrinas. En este registro poco importa la humana inteligencia: "De la boca de los niños de pecho has sacado una alabanza Señor" (Sal 8,3; Mt 21,6).


El Espíritu rompe con la auto-referencialidad del pecado -cor incorvatum in se- y nos abre a la misión, que es simultáneamente reconocimiento de Dios y de los hermanos. La reconciliación de Cristo toca el corazón despertando una entrega delicada y radical. Pero ello, digámoslo otra vez,  según nuestra libertad. Porque también podemos callar, sea por temor o por comodidad. "No entristezcan al Espíritu de Dios" (Ef 4,30). La exhortación paulina es un llamado a la reflexión ¿Cuánto hay en mí de autosuficiencia? ¿Acaso no me doy cuenta de que mis pretendidas "riquezas" espantan al Espíritu? ¿Cuánto y cómo hablo de Dios?


Recibir el Espíritu y proclamar las maravillas de Dios. Nadie como María para ver plasmado el programa de Pentecostés. Nadie como ella para ver en acción la fuerza del Espíritu. Lo recibió en la Anunciación, dejándose fecundar por la Sombra del Altísimo. Y en el Magnificat, exultante de alegría, proclamó cantando las grandezas de Dios. Ciertamente era ella, la humilde esclava del Señor, pero en ella, el Gran Discreto, el Paráclito, el Tenor de Dios. 

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