miércoles, 6 de mayo de 2015

Juan 15,8

El pasaje del Evangelio de hoy, que es el del domingo pasado, termina con estas palabras de Jesús: "La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos" (Jn 15,8).

La primera reflexión surge al examinar la versión original, escrita en griego. "En esto fue glorificado mi Padre...". El verbo está en pasivo (aoristo): Dios no sólo glorifica sino que se deja glorificar; no sólo da sino que también recibe. La expresión corre en paralelo con la del Padrenuestro: "santificado sea tu nombre". 

De allí nace una segunda reflexión: la gloria del Padre, la santificación de su nombre, está ligada a nuestra suerte. Somos imágenes de Dios y todo lo nuestro habla de Dios, para bien o para mal. Tremenda responsabilidad que alcanza sobre todo a los bautizados.

Dios no quiere rivalizar con el hombre: ¡es su Padre! Bajemos la guardia y confiemos de una vez en sus mandamientos. Él no quita nada y lo da todo. No la dialéctica, sino la inclusión; no la ruptura sino la circularidad.


Nadie lo ha dicho mejor que el gran Ireneo (siglo II): La gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre es la visión de Dios (AH IV,20,7).

Gloria enim Dei vivens homo,
vita autem hominis visio Dei.

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